Algunos van al cine y sólo ven Facebook. |
Son muchas horas pegadas al ordenador y poca efectividad. El pegamento suele ser Facebook.
Descartada para los próximos 12 meses (por lo menos) la adquisición de un móvil inteligente, no me atrevo a descolgarme de Facebook definitivamente.
Otra vez el miedo a desaparecer de los pensamientos de los demás. Y si no me piensan... ¿seguiré existiendo?
Estoy convencido de que sí. Gracias a Dios. Pero cuanto más me convenzo, más tintes sobrenaturales adquiere la duda.
De momento, he desactivado mi perfil de Facebook unos días.
Además, para qué nos vamos a engañar, las últimas semanas el balance ha sigo negativo: polémicas, malentendidos que no deberían haber acabado en discusiones, acelerones de varios compañeros, neuras propias y ajenas...
Volveré, porque hay cuatro o cinco personas que me esperan allí, que se entretienen, que me contactan para charlar, sonreír. Y cuando vuelva, no pienso anunciar mi regreso, porque me iré a las semanas otra vez. Muchas veces de hecho. Hasta que me acostumbre a vivir sin Facebook.
Si algún día tengo tiempo y ganas, analizaré qué papel desempeña la gente en esta plataforma para practicar el deporte de moda: la crítica infundada, la egolatría y la observación sarcástica desde la parálisis del voyeur que nunca se expone y siempre está dispuesto a criticar.
¿Red social? En algunos casos. Más bien es un escaparate que, entre otras cosas, muestra las dificultades que tenemos los seres humanos para comunicarnos por cualquier canal.
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