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La información en tiempos de crisis

Una de las pruebas del delito.
Ya hace unos añitos que llama la atención el descuido con el que se presentan los rótulos en televisión. Uno no se espera ver comillas, cursivas ni siquiera acentos, pero por lo menos querría que no aparecieran comas entre sujeto y verbo, faltas ortográficas o, directamente, letras de más o letras de menos.

Luego, buscas en Internet, que en eso trampea poco, el sueldo de los presentadores de los programas y surge un gran interrogante:

¿Por qué en un programa con tanta audiencia, tan profesional, tan bien pagado y tan etcétera aparecen tantos textos mal escritos?
Y sucede lo que pasa siempre cuando la lógica se marcha de vacaciones. Se multiplican las teorías disparatadas:
-Los textos los pone un software automático a partir de lo que se escucha en el plató.

-Los programas televisivos tienen un convenio con asociaciones de analfabetos, que se encargan de los textos.

-Los redactores no ven lo que escriben hasta que aparece en la tele.

En fin, buscas respuestas a un misterio que no te cabe en la cabeza, hasta que visitas la página web de un periódico de prestigio como El País y lees esto:

El presidente asegura en un acto preelectoral en Córdoba dice a los sindicatos que con una huelga “no resolverán nada”
Y no lo lees en un lugar cualquiera. Está debajo del titular, en el espacio pensado para responder al qué, quién, cuándo, dónde (y a veces el cómo y el porqué) de la noticia. En la entrada, vamos.

Al menos se entiende la idea, pero esto es cuestión de suerte. Otras veces te quedas fuera de juego y sin ganas de seguir leyendo.

Entonces, piensas, si esto pasa hasta en las mejores familias, ya no es un problema puntual de la tele. Algunos podrán excusarse: "bueno, sólo es en Internet". Perdone, pero razón de más para poner el grito en el cielo. En Internet los errores se pueden subsanar en un segundo. Lo que sale publicado en papel ya no hay quien lo arregle.

El asunto se complica. Lo de escribir mal los textos ya es una epidemia que se extiende por todo el periodismo, en casi todas las casas, pequeñas o grandes. Pero, ¿por qué ocurre?

No quieres pensar mal. Te niegas a alimentar una idea que pondría en tela de juicio los grandes emporios mediáticos. Sin embargo, la duda emerge como un submarino sin oxígeno: ¿acaso están empleando a gente poco preparada para construir estos adefesios lingüísticos?

Y la siguiente conclusión no se hace esperar... Si es preocupante que pobres becarios sin experiencia o periodistas sobrexplotados den tan triste (y en ocasiones desorientadora) cuenta del lenguaje, en el caso de la televisión o Internet, ¿acaso no es mas grave que los editores no pesquen el problema?

Porque una cosa es que salga un rótulo o un texto entero mal escrito. Errar es de humanos. Y otra cosa muy distinta que el simpático rotulito permanezca en pantalla durante tres minutos. O que una entrada mal redactada permanezca en la página web de uno de los diarios más influyentes en español durante horas.

Visto el negro panorama, te enciendes y te asalta el pánico. Dentro de poco, al tiempo, se nos impondrán por narices la cabronada de los microjobs. No hace falta ser muy inteligente para adivinar qué harán los empresarios: pues claro, despedir al personal que no acepte trabajar y cobrar 20 horas semanales.

Echas cuentas: si a los becarios le sumas trabajadores desmotivados y los pocos periodistas con experiencia tienen que asumir más tareas, ¿cómo demonios se presentará la información?

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