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Una ciudad de recuerdos

Y de repente crecieron edificios.
Desde la ventana ya no se ve el jardín que imagínabamos tras la maleza y los árboles antiguos. Hace muchos años que estaba ahí, pero los próximos inquilinos no lo sabrán.

Ahora vemos el suelo de hormigón y los aparatos de aire acondicionado de los vecinos, que siempre estuvieron ahí.

Las flores de los árboles que anunciaban la primavera tampoco están. Pero estará el bullicio de los clientes de los dos restaurantes que prolongan sus instalaciones modernas por el patio.


Ayer salimos a dar un paseo por el Raval con un guía que por momentos nos mostraba fantasmas. Ahí había una farmacia con la fachada modernista, allá una plaza, por allí bajaban dos calles, y de las bodegas quedan dos, y de los quince conventos, dos también. Y la muralla la echaron abajo, pero hace unos años la querían reconstruir, aunque no se sabe nada.

La memoria se extingue. Quedarán linces ibéricos en protobosques semisalvajes. En la ciudad, libros antiguos, guías con más o menos recuerdos, láminas y a cada local de ocio de diseño o parque de hormigón, la sensación de que en sus cimientos se escuchan los susurros de los recuerdos de una ciudad que lució con menos artificio y sucumbió al progreso.

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