Daniel no puede dejar de mover las piernas y, a pesar de que las oculta bajo el mantel rojo de la larga mesa; la silla y, por tanto él mismo, se tambalean de forma arrítmica. El número uno, el que le han asignado, también se balancea sobre su peana de cartón blanco. Muy inquieto, mira a su izquierda, a lo largo de la extensa mesa, y ve un buen número de chicos expectantes, como él. Todos tienen en frente una silla vacía. ¿Dónde están las chicas?
En las fotos que había visto en Internet, la gente se sentaba en mesas separadas y no daba la sensación de que las esperas fueran tan tensas. Todo parece tan fácil desde el otro lado del monitor.
Por un momento se imagina que se ha equivocado de lugar y que se trata de una cita gay. El bar, aunque nunca ha ido, no está en una zona de ambiente de Barcelona, pero ¿se supone que debe hablar con todos esos hombres? De repente, sale una joven muy guapa y delgada de entre la gente que abarrota el pasillo de acceso a la sala del bar. La chica se sube a una plataforma de unos cinco metros por siete, donde se supone que baila la gente al ritmo maquinal de la música discotequera. Ella agarra un micrófono y se pone a hablar. Daniel se siente como en un programa de televisión y sólo se calma un poco cuando la relaciones públicas da paso a siete chicas que se sitúan de pie enfrente de los hombres sentados.
Daniel realiza un barrido rápido por entre las chicas. Hay algunas verdaderamente guapas. Casi puede olerlas desde allí. Al menos, la mezcla de aromas le parece sensual. Se relame de gusto disimuladamente. Ahora se arrepiente de no haberle contado a nadie que se había apuntado a una cita a ciegas desde Internet.
Está animado: tendrá ocasión de conocerlas a todos durante siete minutos. Lo malo es que, para aparentar que le interesa seguir el protocolo de la cita, tendrá que anotar sus impresiones en la libreta que le han puesto junto a la hoja de inscripción. A él le bastaría con mirarla y olerla.
Daniel se fija en una de ellas, la tercera de la fila. Es guapa, pero sin caer en la provocación, como a él le gustan. De pronto, la relaciones públicas anuncia que la cuenta atrás empezará en tres segundos y, como si estuviese en un sueño, la chica que más le gusta se sienta enfrente de él.
Ella deja su libreta y el bolígrafo en la mesa. Un camarero la atiende mientras Daniel espera ansioso a poder hablar. En cuanto ella pide su coca—cola, dispara su primera pregunta.
—¿Qué aficiones tienes?
—Hola por lo menos, ¿no? Ni que fuera una carrera —el reproche y la sonrisa combinan bien, además la voz de Sonia, como pone en su credencial, suena a verdad y a simpatía.
—Perdona, es mi primera vez. Lo de los siete minutos me pone un poco nervioso.
—También es mi primera vez, ¿o te crees que estoy cada viernes haciendo speed—dating? —replica ella sin dejar de sonreír.
—Vale, empiezo de nuevo. Hola, me llamo Daniel —mira un segundo su credencial sujeta a un clip en la camisa y observa que ella sonríe—, sí, tal y como pone aquí. ¿Y tú?
—Bien... yo me llamo Sonia... y soy de Barcelona... y me gusta Internet y la aventura... Por eso estoy aquí... supongo.
—Yo vengo de Mataró, aquí al lado, y lo que más me gusta, aparte de Internet, son los videojuegos.
—¿La Wii, por ejemplo? —pregunta sin mucho interés.
—Ejem, yo hablo de videojuegos en plan serio. A lo hardcore. Vamos, que soy un gamer. Un pcgamer.
—¿De ésos que se pasan todo el día delante de la consola? —arruga el morro, pero Daniel no capta las señales. Es más, coge carrerilla.
—No, no. La consola la tengo sólo para probar las diferencias entre algunos juegos multiplataformas.
—Multiplataformas...
—Sí, claro, calidad de texturas, rendimiento de los gráficos, etc. A veces escribo en Internet sobre los juegos que voy pillando. Además, soy un cheater anti—cheats bastante respetado en el mundillo online.
—Se ve que eres todo un experto —corta por lo sano—. ¿Y aparte de los videojuegos? ¿Qué más te gusta?
—Pues la verdad es que jugar casi a nivel profesional ya me quita mucho tiempo. Supongo que lo normal: ir al cine, salir de marcha, ver algún partido...
—Ah, pues muy interesante, Daniel. Ya nos iremos conociendo por la web, ¿no? —la chica se acaba de beber la coca—cola y hace ademán de levantarse.
—¿Ya está? Todavía quedan cuatro minutos. Cuéntame cosas de ti, que no te he dejado hablar.
—Mira, es que, la verdad, no creo que merezca la pena seguir.
—¿Y eso? ¿Te ha molestado algo de lo que he dicho?
—Más bien es culpa mía. El caso es que no me gustan los videojuegos. No te lo tendría que contar, y menos en una primera cita, pero no me llevo demasiado bien con mi padre. El cabrón lleva años haciéndole el vacío a mi madre y, en parte, porque cada noche se pone a jugar con su ordenador y no deja que nadie le moleste. Ahora le acaban de echar del trabajo y mi madre y yo creemos que es porque siempre se acuesta tardísimo.
—¿Y a qué juega? ¿Lo sabes?
—Al World of Warcraft o alguna mierda así.
—Es normal entonces que le dedique tanto tiempo.
—¿Normal? Bueno, será mejor que me vaya preparando para el próximo...
—Espera, dime su nick en el juego.
—No, déjalo. Ya está bien: este tema me cansa.
—Piensa. Seguro que has visto el nick sobre su personaje, en la pantalla.
—De acuerdo, pero lo dejamos ya, ¿vale? Es Thor62.
—Perfecto.
Sonia le dedica una mueca de despedida unos segundos antes de que la relaciones públicas anuncie que han pasado los siete minutos. En cuanto llega la nueva chica, Daniel está ausente. En su mente se agolpan las miles de maneras de putear al padre de Sonia. Lo castigará con tanta severidad que nunca más volverá a tocar el World of Warcraft ni ningún otro videojuego. De hecho, llega a la conclusión de que los videojuegos son un arma de doble filo, casi dinamita pura, en según qué manos.
La nueva chica ya se ha sentado. Se llama Elena y mira extrañada a Daniel porque tiene los ojos cerrados y sonríe al mismo tiempo. Sin embargo, ella no se atreve a decirle nada. Por fortuna, poco después de que el camarero le traiga la bebida que se había dejado olvidada, Elena ve que Daniel abre los ojos y esta a punto de decirle algo, como si acabara de sintonizar con la realidad. Es el chico que más le gusta de todos los que ha visto en la cita. Así, a primera vista. Ahora que lo ve mirándola fíjamente no puede resistirse más y toma la iniciativa.
—Hola, soy Elena, trabajo en una farmacia, ¿qué es lo que te gusta hacer, Daniel?
—Encantado, Elena —Daniel se levanta y a Elena le gusta que se den dos besos en las mejillas como en las citas reales—. Lo que más me gusta es viajar, pasear, ir al teatro, hacer deporte... Lo normal, supongo...
Elena se queda pensativa, encantada con la imagen que se acaba de recrear de ella y Daniel paseando por el parque, y por eso no ve cómo Daniel arranca la hoja donde había escrito Thor62, la arruga, la convierte en una bola y la lanza disimuladamente al suelo.
En las fotos que había visto en Internet, la gente se sentaba en mesas separadas y no daba la sensación de que las esperas fueran tan tensas. Todo parece tan fácil desde el otro lado del monitor.
Por un momento se imagina que se ha equivocado de lugar y que se trata de una cita gay. El bar, aunque nunca ha ido, no está en una zona de ambiente de Barcelona, pero ¿se supone que debe hablar con todos esos hombres? De repente, sale una joven muy guapa y delgada de entre la gente que abarrota el pasillo de acceso a la sala del bar. La chica se sube a una plataforma de unos cinco metros por siete, donde se supone que baila la gente al ritmo maquinal de la música discotequera. Ella agarra un micrófono y se pone a hablar. Daniel se siente como en un programa de televisión y sólo se calma un poco cuando la relaciones públicas da paso a siete chicas que se sitúan de pie enfrente de los hombres sentados.
Daniel realiza un barrido rápido por entre las chicas. Hay algunas verdaderamente guapas. Casi puede olerlas desde allí. Al menos, la mezcla de aromas le parece sensual. Se relame de gusto disimuladamente. Ahora se arrepiente de no haberle contado a nadie que se había apuntado a una cita a ciegas desde Internet.
Está animado: tendrá ocasión de conocerlas a todos durante siete minutos. Lo malo es que, para aparentar que le interesa seguir el protocolo de la cita, tendrá que anotar sus impresiones en la libreta que le han puesto junto a la hoja de inscripción. A él le bastaría con mirarla y olerla.
Daniel se fija en una de ellas, la tercera de la fila. Es guapa, pero sin caer en la provocación, como a él le gustan. De pronto, la relaciones públicas anuncia que la cuenta atrás empezará en tres segundos y, como si estuviese en un sueño, la chica que más le gusta se sienta enfrente de él.
Ella deja su libreta y el bolígrafo en la mesa. Un camarero la atiende mientras Daniel espera ansioso a poder hablar. En cuanto ella pide su coca—cola, dispara su primera pregunta.
—¿Qué aficiones tienes?
—Hola por lo menos, ¿no? Ni que fuera una carrera —el reproche y la sonrisa combinan bien, además la voz de Sonia, como pone en su credencial, suena a verdad y a simpatía.
—Perdona, es mi primera vez. Lo de los siete minutos me pone un poco nervioso.
—También es mi primera vez, ¿o te crees que estoy cada viernes haciendo speed—dating? —replica ella sin dejar de sonreír.
—Vale, empiezo de nuevo. Hola, me llamo Daniel —mira un segundo su credencial sujeta a un clip en la camisa y observa que ella sonríe—, sí, tal y como pone aquí. ¿Y tú?
—Bien... yo me llamo Sonia... y soy de Barcelona... y me gusta Internet y la aventura... Por eso estoy aquí... supongo.
—Yo vengo de Mataró, aquí al lado, y lo que más me gusta, aparte de Internet, son los videojuegos.
—¿La Wii, por ejemplo? —pregunta sin mucho interés.
—Ejem, yo hablo de videojuegos en plan serio. A lo hardcore. Vamos, que soy un gamer. Un pcgamer.
—¿De ésos que se pasan todo el día delante de la consola? —arruga el morro, pero Daniel no capta las señales. Es más, coge carrerilla.
—No, no. La consola la tengo sólo para probar las diferencias entre algunos juegos multiplataformas.
—Multiplataformas...
—Sí, claro, calidad de texturas, rendimiento de los gráficos, etc. A veces escribo en Internet sobre los juegos que voy pillando. Además, soy un cheater anti—cheats bastante respetado en el mundillo online.
—Se ve que eres todo un experto —corta por lo sano—. ¿Y aparte de los videojuegos? ¿Qué más te gusta?
—Pues la verdad es que jugar casi a nivel profesional ya me quita mucho tiempo. Supongo que lo normal: ir al cine, salir de marcha, ver algún partido...
—Ah, pues muy interesante, Daniel. Ya nos iremos conociendo por la web, ¿no? —la chica se acaba de beber la coca—cola y hace ademán de levantarse.
—¿Ya está? Todavía quedan cuatro minutos. Cuéntame cosas de ti, que no te he dejado hablar.
—Mira, es que, la verdad, no creo que merezca la pena seguir.
—¿Y eso? ¿Te ha molestado algo de lo que he dicho?
—Más bien es culpa mía. El caso es que no me gustan los videojuegos. No te lo tendría que contar, y menos en una primera cita, pero no me llevo demasiado bien con mi padre. El cabrón lleva años haciéndole el vacío a mi madre y, en parte, porque cada noche se pone a jugar con su ordenador y no deja que nadie le moleste. Ahora le acaban de echar del trabajo y mi madre y yo creemos que es porque siempre se acuesta tardísimo.
—¿Y a qué juega? ¿Lo sabes?
—Al World of Warcraft o alguna mierda así.
—Es normal entonces que le dedique tanto tiempo.
—¿Normal? Bueno, será mejor que me vaya preparando para el próximo...
—Espera, dime su nick en el juego.
—No, déjalo. Ya está bien: este tema me cansa.
—Piensa. Seguro que has visto el nick sobre su personaje, en la pantalla.
—De acuerdo, pero lo dejamos ya, ¿vale? Es Thor62.
—Perfecto.
Sonia le dedica una mueca de despedida unos segundos antes de que la relaciones públicas anuncie que han pasado los siete minutos. En cuanto llega la nueva chica, Daniel está ausente. En su mente se agolpan las miles de maneras de putear al padre de Sonia. Lo castigará con tanta severidad que nunca más volverá a tocar el World of Warcraft ni ningún otro videojuego. De hecho, llega a la conclusión de que los videojuegos son un arma de doble filo, casi dinamita pura, en según qué manos.
La nueva chica ya se ha sentado. Se llama Elena y mira extrañada a Daniel porque tiene los ojos cerrados y sonríe al mismo tiempo. Sin embargo, ella no se atreve a decirle nada. Por fortuna, poco después de que el camarero le traiga la bebida que se había dejado olvidada, Elena ve que Daniel abre los ojos y esta a punto de decirle algo, como si acabara de sintonizar con la realidad. Es el chico que más le gusta de todos los que ha visto en la cita. Así, a primera vista. Ahora que lo ve mirándola fíjamente no puede resistirse más y toma la iniciativa.
—Hola, soy Elena, trabajo en una farmacia, ¿qué es lo que te gusta hacer, Daniel?
—Encantado, Elena —Daniel se levanta y a Elena le gusta que se den dos besos en las mejillas como en las citas reales—. Lo que más me gusta es viajar, pasear, ir al teatro, hacer deporte... Lo normal, supongo...
Elena se queda pensativa, encantada con la imagen que se acaba de recrear de ella y Daniel paseando por el parque, y por eso no ve cómo Daniel arranca la hoja donde había escrito Thor62, la arruga, la convierte en una bola y la lanza disimuladamente al suelo.
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