Lo confieso: tuve una relación muy larga y no sé si realmente la amé más allá de una quinta parte del tiempo que estuvimos juntos. De lo que no cabe duda es de que ella me quiso menos. Si no, no me habría dejado por el primer tonto que pasaba por allí.
De todas maneras, voy a teorizar. De modo que dejaré el observatorio interplanetario de mi ombligo para otro día.
En el amor, cada uno quiere como es. Es decir, los cerdos se aman como cerdos que son, con sus gruñidos y su tosquedad, y los mosquitos, lo mismo, agitando las alas y con su zumbido molesto, pero, ¿qué ocurre con los humanos?
Precisamente, la gracia del asunto es que los humanos, a pesar de que, por cuestiones genéticas, no nos separemos demasiado de las lombrices, nos diferenciamos de los (demás) animales en un hecho sustancial. No me refiero al raciocinio, a la capacidad para reírse ni al lenguaje. Me refiero al libre albedrío. Nosotros podemos decidir nuestro concepto de amor separándolo casi tanto como queramos del puro instinto sexual (unos más que otros), que es donde empieza todo.
Por supuesto que el amor es un invento, pero liberado de toda servidumbre cortesana, no tendría por qué ser un mal invento. Cuesta, sin embargo, creer que cada uno de nosotros pueda amar de forma totalmente voluntaria y autónoma, esto es, sin soportar el peso de la larga tradición cultural, los prejuicios heredados por la familia y los condicionantes religiosas, sociales, etc.
O sea, que cada persona amará a otra, u otras, a su manera, pero dentro de un alambicado sistema de condicionantes del que pocos seres humanos serán capaz de salirse del todo. Bien pensado, quizá sea imposible, porque, ¿qué es una transgresión sino una forma de peaje a la propia norma? Me explico: hacer lo contrario de lo que se nos exige no tiene por qué significar que hacemos lo mejor para nuestros intereses ni lo que realmente nos emociona o nos parece mejor. Es simplemente una reacción en contra del status quo, que consideramos perjudicial o injusto.
Con todo lo anterior esbozado, que algunos escritores dedicados a la autoayuda amplían y adornan hasta llenar las doscientas páginas de sus libelos, deduzco que es imposible aseverar, como se hace tan a menudo, que uno de los amantes quiere más al otro.
“Con lo que yo te quise..”. se lamentan los enamorados una vez roto el conjuro que les unían en un paréntesis temporal con la ilusión del infinito a un ser idealizado. Pues lamentablemente no nos podemos quejar de haber derrochado amor como tampoco podemos acusar a nadie de haber escatimado este sentimiento tan etéreo. La razón es muy simple: cada cual ama como es, y pocas personas controlan todos sus sentimientos, si es que existe alguna.
Sin embargo, como somos personas y no animales, tenemos derecho a racionalizar los conflictos amorosos y a sacar conclusiones en un plano humano, lejos de sortilegios y de cuentos de princesas y castillos. De esta manera, uno puede lamentarse, con razón, de haber sido más educado, más leal, más limpio y más lo que quiera que su pareja, pero también, ojo, menos posesivo, menos egoísta y muchos otros “menos”, que al final acaban sumando más.
En definitiva, creo que todo lo que se le puede achacar a un viejo amor dañino es su falta de humanidad. Si se lió con el vecino, quizá fue inevitable. Sin embargo, nada puede excusarle de no habérselo pensado dos veces, de haberte engañado durante semanas o de haber jugado a dos bandas por cobardía.
Por lo mismo, si crees que has querido menos a tu pareja, quizá debas dejar la culpabilidad a un lado, porque al fin y al cabo querer tiene mucho de involuntario; en lugar de eso, tal vez te convenga más analizar si te has comportado como una buena persona (según tu concepto de buena persona).
Yo, que tanto quiero y querré, prefiero guiarme por criterios éticos en los que cabe enamorarse de otra persona, equivocarme en muchas decisiones, bajar el listón de autoexigencia en la relación y otros muchos errores; pero sé lo que no me puedo permitir: hablo de la mentira, la violencia y el abuso, conceptos todos ellos que, como sucede en el amor, parten de uno mismo, pero que a diferencia de los sentimientos se pueden cultivar y practicar... o no.
En mi caso particular, para los que les va el morbo, creo que me equivoco en tantas cosas en mis relaciones sentimentales que nunca soy consciente ni de una pequeña parte. Pobrecito... No, no voy por ahí: quiero decir todo lo contrario. No putea más el más cabrón, sino el que más putea. Y yo, que siempre he querido ser una buena persona, ostendo varios récords en hacerle la pascua a casi todo el mundo que he querido (en el más amplio espectro del verbo). Y volvemos al principio: al observatorio interplanetario de mi ombligo, quizá mi lugar en el mundo.
De todas maneras, voy a teorizar. De modo que dejaré el observatorio interplanetario de mi ombligo para otro día.
En el amor, cada uno quiere como es. Es decir, los cerdos se aman como cerdos que son, con sus gruñidos y su tosquedad, y los mosquitos, lo mismo, agitando las alas y con su zumbido molesto, pero, ¿qué ocurre con los humanos?
Precisamente, la gracia del asunto es que los humanos, a pesar de que, por cuestiones genéticas, no nos separemos demasiado de las lombrices, nos diferenciamos de los (demás) animales en un hecho sustancial. No me refiero al raciocinio, a la capacidad para reírse ni al lenguaje. Me refiero al libre albedrío. Nosotros podemos decidir nuestro concepto de amor separándolo casi tanto como queramos del puro instinto sexual (unos más que otros), que es donde empieza todo.
Por supuesto que el amor es un invento, pero liberado de toda servidumbre cortesana, no tendría por qué ser un mal invento. Cuesta, sin embargo, creer que cada uno de nosotros pueda amar de forma totalmente voluntaria y autónoma, esto es, sin soportar el peso de la larga tradición cultural, los prejuicios heredados por la familia y los condicionantes religiosas, sociales, etc.
O sea, que cada persona amará a otra, u otras, a su manera, pero dentro de un alambicado sistema de condicionantes del que pocos seres humanos serán capaz de salirse del todo. Bien pensado, quizá sea imposible, porque, ¿qué es una transgresión sino una forma de peaje a la propia norma? Me explico: hacer lo contrario de lo que se nos exige no tiene por qué significar que hacemos lo mejor para nuestros intereses ni lo que realmente nos emociona o nos parece mejor. Es simplemente una reacción en contra del status quo, que consideramos perjudicial o injusto.
Con todo lo anterior esbozado, que algunos escritores dedicados a la autoayuda amplían y adornan hasta llenar las doscientas páginas de sus libelos, deduzco que es imposible aseverar, como se hace tan a menudo, que uno de los amantes quiere más al otro.
“Con lo que yo te quise..”. se lamentan los enamorados una vez roto el conjuro que les unían en un paréntesis temporal con la ilusión del infinito a un ser idealizado. Pues lamentablemente no nos podemos quejar de haber derrochado amor como tampoco podemos acusar a nadie de haber escatimado este sentimiento tan etéreo. La razón es muy simple: cada cual ama como es, y pocas personas controlan todos sus sentimientos, si es que existe alguna.
Sin embargo, como somos personas y no animales, tenemos derecho a racionalizar los conflictos amorosos y a sacar conclusiones en un plano humano, lejos de sortilegios y de cuentos de princesas y castillos. De esta manera, uno puede lamentarse, con razón, de haber sido más educado, más leal, más limpio y más lo que quiera que su pareja, pero también, ojo, menos posesivo, menos egoísta y muchos otros “menos”, que al final acaban sumando más.
En definitiva, creo que todo lo que se le puede achacar a un viejo amor dañino es su falta de humanidad. Si se lió con el vecino, quizá fue inevitable. Sin embargo, nada puede excusarle de no habérselo pensado dos veces, de haberte engañado durante semanas o de haber jugado a dos bandas por cobardía.
Por lo mismo, si crees que has querido menos a tu pareja, quizá debas dejar la culpabilidad a un lado, porque al fin y al cabo querer tiene mucho de involuntario; en lugar de eso, tal vez te convenga más analizar si te has comportado como una buena persona (según tu concepto de buena persona).
Yo, que tanto quiero y querré, prefiero guiarme por criterios éticos en los que cabe enamorarse de otra persona, equivocarme en muchas decisiones, bajar el listón de autoexigencia en la relación y otros muchos errores; pero sé lo que no me puedo permitir: hablo de la mentira, la violencia y el abuso, conceptos todos ellos que, como sucede en el amor, parten de uno mismo, pero que a diferencia de los sentimientos se pueden cultivar y practicar... o no.
En mi caso particular, para los que les va el morbo, creo que me equivoco en tantas cosas en mis relaciones sentimentales que nunca soy consciente ni de una pequeña parte. Pobrecito... No, no voy por ahí: quiero decir todo lo contrario. No putea más el más cabrón, sino el que más putea. Y yo, que siempre he querido ser una buena persona, ostendo varios récords en hacerle la pascua a casi todo el mundo que he querido (en el más amplio espectro del verbo). Y volvemos al principio: al observatorio interplanetario de mi ombligo, quizá mi lugar en el mundo.
Comentarios
Amar en exceso es peor incluso que odiar sin motivo.
Saludos.
Yo prefiero lo segundo, pero supongo que depende de la cera que le quede a cada uno. En mi caso, no hay más cera que la que arde.