Creo que deberíamos tomarnos una semana de furia al mes, de tolerancia cero. Creo que deberíamos apagar el televisor en cuanto las noticias nos hablen de un oso en algún estado del norte de los Estados Unidos como si fuera una información reseñable. Creo que deberíamos dejar de comprar el diario en el momento que se nos tergiverse la realidad, en cuanto conviertan una derrota en una victoria o viceversa. Creo que deberíamos dejar de votar en cuanto sepamos que nos han engañado. Creo que deberíamos mandar a la porra a los ecologistas por convencernos de que el papel reciclado resulta menos contaminante y a los bancos, sobre todo a estos, deberíamos aplicarles viles garrotes, porque nos atan el cinturón al cuello con la excusa de una crisis mundial y, sin embargo, repiten beneficios económicos cada año.
Tolerancia cero, también, con la vivienda de propiedad, porque es una burrada que un piso de mierda no se pueda pagar hasta la vejez y que, para colmo, de un día para otro cueste casi el doble.
A la mierda, incluso, los teléfonos móviles con sus aparatos programados para romperse al año y medio de uso, sus complicadas tarifas y, sobre todo, su pacto para no bajar los precios nunca y su plan diabólico para que no podamos salir de casa sin un teléfono en el bolsillo (integrar GPS, Facebook, etc.).
Diré no, durante una semana, a cualquier forma de publicidad, porque no me gusta que entren en mi casa sin avisar y menos si me van a intentar vender cualquier tontería con mentiras sobre las que, después, no piensan alegar ninguna responsabilidad.
Al diablo con el fútbol, la religión, el pacto de las civilizaciones, el comunismo, la globalización, el nihilismo y cualquier ente que me quiera encasillar primero y destruir a continuación, porque ya sé que para matar a todo un rebaño el primer paso es reunirlo en un estrecho cerco y, si se quiere hacer con cierta elegancia, distraerlo con cualquier chuchería antes de asestarle el golpe.
No creo en discursos como éste, porque parecen la típica parrafada rabiosa de un insatisfecho, perdedor o amargado. De todas maneras, tengo una noticia: es muy simple. Se trata, ya que el ser humano no puede evitar mentir, como no puede evitar robar y matar, de condenar la mentira. Sí, es realmente simple, hay que penalizar las mentiras que nos perjudican.
Tenemos que implantar (recuerda, gobierna el pueblo, no ellos) una pena según el nivel del mentiroso, que es lo mismo que decir que hay que penar la mentira según su gravedad. De tal forma que si un presidente de gobierno miente, tendrá que ser cesado inmediatamente. Si una institución miente sistemáticamente, tendrá que cambiar sus estatutos, refundarse o desaparecer. Si un anuncio de la tele me miente, tengo derecho a que los ideólogos de la mentira me paguen el tiempo, el dinero o la ilusión perdidas.
Y, por favor, si crees que el que esto escribe no tiene propuestas reales, que se limita a brindar al sol, entonces tendrías que leerte el código penal para descubrir cuántas sanciones surrealistas enmarcan nuestra vida, como por ejemplo, quemar fotos de una persona.
Por supuesto que sé que nunca se aplicará esta idea que solucionaría tantos conflictos. Aunque necesitarás implantarme un comecocos en mi disco duro para convencerme de que pido una utopía. Te puedo contar hechos más increíbles que han sucedido en todo el mundo, a pesar de que nadie se lo habría creído muchos años antes: los asesinatos por parte de los servicios secretos de dirigentes elegidos democráticamente, el exterminio nazi, la invasión de Afganistán, la voladura de las torres gemelas o algo tan cercano y aparentemente “normal” como que en Madrid y la Comunidad Valenciana, regiones especialmente castigadas por el franquismo, la gente vote en pleno uso de sus facultades mentales y con toda libertad al partido heredero de los franquistas, el PP.
Claro que tal vez creas que los libros de historia siempre cuentan la verdad y puede que incluso hayas ojeado alguno en la mesa de novedades de tu librería que afirma, sin cortarse ni un pelo, otra mentira más, que el alzamiento franquista fue inevitable. Como la crisis, como la depresión generalizada, como la contaminación del planeta, como las desigualdades sociales...
Si es así, me gustaría no creer en ti, pero, qué le vamos a hacer, creo que existes, porque sin tu generosa participación, todos los que te manejan a ti y a mí, los que nos postergan a una vida en la penumbra, no se saldrían con la suya.
Tolerancia cero, también, con la vivienda de propiedad, porque es una burrada que un piso de mierda no se pueda pagar hasta la vejez y que, para colmo, de un día para otro cueste casi el doble.
A la mierda, incluso, los teléfonos móviles con sus aparatos programados para romperse al año y medio de uso, sus complicadas tarifas y, sobre todo, su pacto para no bajar los precios nunca y su plan diabólico para que no podamos salir de casa sin un teléfono en el bolsillo (integrar GPS, Facebook, etc.).
Diré no, durante una semana, a cualquier forma de publicidad, porque no me gusta que entren en mi casa sin avisar y menos si me van a intentar vender cualquier tontería con mentiras sobre las que, después, no piensan alegar ninguna responsabilidad.
Al diablo con el fútbol, la religión, el pacto de las civilizaciones, el comunismo, la globalización, el nihilismo y cualquier ente que me quiera encasillar primero y destruir a continuación, porque ya sé que para matar a todo un rebaño el primer paso es reunirlo en un estrecho cerco y, si se quiere hacer con cierta elegancia, distraerlo con cualquier chuchería antes de asestarle el golpe.
No creo en discursos como éste, porque parecen la típica parrafada rabiosa de un insatisfecho, perdedor o amargado. De todas maneras, tengo una noticia: es muy simple. Se trata, ya que el ser humano no puede evitar mentir, como no puede evitar robar y matar, de condenar la mentira. Sí, es realmente simple, hay que penalizar las mentiras que nos perjudican.
Tenemos que implantar (recuerda, gobierna el pueblo, no ellos) una pena según el nivel del mentiroso, que es lo mismo que decir que hay que penar la mentira según su gravedad. De tal forma que si un presidente de gobierno miente, tendrá que ser cesado inmediatamente. Si una institución miente sistemáticamente, tendrá que cambiar sus estatutos, refundarse o desaparecer. Si un anuncio de la tele me miente, tengo derecho a que los ideólogos de la mentira me paguen el tiempo, el dinero o la ilusión perdidas.
Y, por favor, si crees que el que esto escribe no tiene propuestas reales, que se limita a brindar al sol, entonces tendrías que leerte el código penal para descubrir cuántas sanciones surrealistas enmarcan nuestra vida, como por ejemplo, quemar fotos de una persona.
Por supuesto que sé que nunca se aplicará esta idea que solucionaría tantos conflictos. Aunque necesitarás implantarme un comecocos en mi disco duro para convencerme de que pido una utopía. Te puedo contar hechos más increíbles que han sucedido en todo el mundo, a pesar de que nadie se lo habría creído muchos años antes: los asesinatos por parte de los servicios secretos de dirigentes elegidos democráticamente, el exterminio nazi, la invasión de Afganistán, la voladura de las torres gemelas o algo tan cercano y aparentemente “normal” como que en Madrid y la Comunidad Valenciana, regiones especialmente castigadas por el franquismo, la gente vote en pleno uso de sus facultades mentales y con toda libertad al partido heredero de los franquistas, el PP.
Claro que tal vez creas que los libros de historia siempre cuentan la verdad y puede que incluso hayas ojeado alguno en la mesa de novedades de tu librería que afirma, sin cortarse ni un pelo, otra mentira más, que el alzamiento franquista fue inevitable. Como la crisis, como la depresión generalizada, como la contaminación del planeta, como las desigualdades sociales...
Si es así, me gustaría no creer en ti, pero, qué le vamos a hacer, creo que existes, porque sin tu generosa participación, todos los que te manejan a ti y a mí, los que nos postergan a una vida en la penumbra, no se saldrían con la suya.
Comentarios
Yo también le he recomendado el tuyo pues pienso que tenéis cosas en común.(¿mismo credo?)
Su blog está muy trabajado, aporta formas y contenidos origianles, te sumerge en un pensamiento coherente, en una estética y en un ambiente determinados...
Lo mío se parece más a un púlpito que me he montado desde el que pontifico. Por eso en su blog la gente participa y en el mío no.
Lo que te agradezco es tu generosidad por perder tu valioso tiempo en darme ánimos con tus comentarios. Yo no sé si soy más vago o más egocéntrico que tú, pero te aseguro que me cuesta mucho más escuchar que parlotear.
Ahora no te me vayas a espantar tú, para un lector agradecido que tengo... mejor dicho, que tienen los artículos.
Yo creo que es importante saber diferenciar los textos de los autores. Por el mismo motivo que puedes tener una mesa divina en el comedor y haberla tallado un carpintero maltratador y borracho.
Aunque, y aquí termino, casi siempre soy honesto al cien por cien cuando no escribo ficción.
En la ficción, diciendo mentiras sin parar, sólo digo mi verdad.