Creo en la política, e incluso en la democracia parlamentaria, porque ni el comunismo ni el anarquismo son posibles mientras seamos como somos, y porque ninguna dictadura puede ser blanda ni justa ni popular ni menos mala: la dictadura es un tipo de esclavitud muy poco sutil para los tiempos que corren.
Sin embargo, no creo en Zapatero ni su PSOE, ni en Rajoy y su PP, ni en Rosa Díez ni en Cayo Lara ni en Barack Obama.
Creo en el capitalismo salvaje, porque es demasiado grosero como para obviarlo. Pero lo detesto, como detesto casi todos los comportamientos que tenemos en común con los gorilas, las ratas y las avispas (y, en general, con todos los bichos que me recuerdan demasiado a nuestra especie).
El gorila se enfurece sin motivo aparente y es capaz de destrozarte con sus propias manos; la rata invade todo el espacio posible y esparce su rabia, y roe hasta el último grano de trigo. En cuanto a la avispa, es caprichosa, inútil, dañina. Y nosotros podemos ser y hacer todo eso al mismo tiempo. Sólo necesitamos a alguien que alimente nuestra “animalidad”.
No creo en el FMI, la Unión Europea, la OTAN, la ONU y todas las instituciones que pretenden defender mis derechos por el bien de un grupo de naciones, porque, aunque sé que existen, sé también que estos organismos no tienen más legitimidad que cualquier banda de cuatreros del viejo Oeste. En ese sentido, los considero una mentira infame. Las mentiras las encajo mal, pero no me las suelo creer si me las cuentan del mismo modo una y otra vez. ¿Estados Unidos y China tienen derecho a veto en la ONU? Eso ya no es una mentira, es cinismo, humor muy negro.
Creo que la gente, en general, no es feliz. Me parece, también, que todo se está enredando de tal forma que los psicólogos niegan que se pueda ser feliz. Para ellos, la felicidad puede constituir un estado, con lo que el castellano debería sancionar el uso del verbo ser con el adjetivo feliz, porque al parecer estamos ante un contrasentido. Pues parece que nadie puede “ser” feliz. Tan sólo estarlo.
No creo que la ansiedad, la depresión, el estrés, la abulia, la falta de iniciativas, el parón creativo en todas las artes y el estancamiento de la humanidad y lo humanitario sean pandemias de los nuevos tiempos, sin más, al igual que la peste negra azotó a las mujeres y hombres del medievo.
Creo que hay demasiado interés en fomentar historias absurdas de conspiración, al mismo tiempo que se denuncia una creciente “conspiranoia”, para que el señor Rockefeller, Estados Unidos, el FMI, la Unión Europea, el PSOE o el PP y tu banco favorito te releguen a un mundo gris, sin esperanzas de peso, donde las metas sean una porquería materialista y futil, pero tan deseables como inalcanzables.
No creo que a ninguno de los amos del planeta Tierra les interese que seamos (si acaso que lo estemos cada mucho tiempo) felices. Creo que, además, la mayoría de nosotros tenemos una resistencia muy limitada a la frustración y al enfado y acabamos por conformarnos cuando no terminamos por sucumbir ante tanta mentira divulgada con imágenes (incluso en 3D) y efectos de sonido por cientos de vías de comunicación que parten de una misma fuente.
¿O de verdad creías que todos los programas de noticias ofrecen los mismos contenidos por falta de imaginación? Simplemente, todos beben del mismo manantial envenenado.
Continuará...
Sin embargo, no creo en Zapatero ni su PSOE, ni en Rajoy y su PP, ni en Rosa Díez ni en Cayo Lara ni en Barack Obama.
Creo en el capitalismo salvaje, porque es demasiado grosero como para obviarlo. Pero lo detesto, como detesto casi todos los comportamientos que tenemos en común con los gorilas, las ratas y las avispas (y, en general, con todos los bichos que me recuerdan demasiado a nuestra especie).
El gorila se enfurece sin motivo aparente y es capaz de destrozarte con sus propias manos; la rata invade todo el espacio posible y esparce su rabia, y roe hasta el último grano de trigo. En cuanto a la avispa, es caprichosa, inútil, dañina. Y nosotros podemos ser y hacer todo eso al mismo tiempo. Sólo necesitamos a alguien que alimente nuestra “animalidad”.
No creo en el FMI, la Unión Europea, la OTAN, la ONU y todas las instituciones que pretenden defender mis derechos por el bien de un grupo de naciones, porque, aunque sé que existen, sé también que estos organismos no tienen más legitimidad que cualquier banda de cuatreros del viejo Oeste. En ese sentido, los considero una mentira infame. Las mentiras las encajo mal, pero no me las suelo creer si me las cuentan del mismo modo una y otra vez. ¿Estados Unidos y China tienen derecho a veto en la ONU? Eso ya no es una mentira, es cinismo, humor muy negro.
Creo que la gente, en general, no es feliz. Me parece, también, que todo se está enredando de tal forma que los psicólogos niegan que se pueda ser feliz. Para ellos, la felicidad puede constituir un estado, con lo que el castellano debería sancionar el uso del verbo ser con el adjetivo feliz, porque al parecer estamos ante un contrasentido. Pues parece que nadie puede “ser” feliz. Tan sólo estarlo.
No creo que la ansiedad, la depresión, el estrés, la abulia, la falta de iniciativas, el parón creativo en todas las artes y el estancamiento de la humanidad y lo humanitario sean pandemias de los nuevos tiempos, sin más, al igual que la peste negra azotó a las mujeres y hombres del medievo.
Creo que hay demasiado interés en fomentar historias absurdas de conspiración, al mismo tiempo que se denuncia una creciente “conspiranoia”, para que el señor Rockefeller, Estados Unidos, el FMI, la Unión Europea, el PSOE o el PP y tu banco favorito te releguen a un mundo gris, sin esperanzas de peso, donde las metas sean una porquería materialista y futil, pero tan deseables como inalcanzables.
No creo que a ninguno de los amos del planeta Tierra les interese que seamos (si acaso que lo estemos cada mucho tiempo) felices. Creo que, además, la mayoría de nosotros tenemos una resistencia muy limitada a la frustración y al enfado y acabamos por conformarnos cuando no terminamos por sucumbir ante tanta mentira divulgada con imágenes (incluso en 3D) y efectos de sonido por cientos de vías de comunicación que parten de una misma fuente.
¿O de verdad creías que todos los programas de noticias ofrecen los mismos contenidos por falta de imaginación? Simplemente, todos beben del mismo manantial envenenado.
Continuará...
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