Yo sí acato, pero me falta al respeto. |
Permítame que me avance en el tiempo y que le otorgue ya el título de doctor sin esperar a que le califiquen su tesis. Créame, no tiene por qué preocuparse.
Hablando de preocupaciones, ahora entiendo sus sonrisas durante el juicio, la llegada al tribunal con su hijo y su sangre fría en el momento de escuchar el veredicto. Inocente. Su compañero Ricardo Costa demostró algo más de humanidad que usted: su cara era un poema. El doctor, en cambio, celebró el triunfo como quién gana una apuesta de carreras de caballos. Sí, tenía usted el gesto típico de quién se espera perder o todo lo contrario y cuando le comunicaron el veredicto se descolgó como un muelle.
No me extraña. Resultar inocente gracias al voto de un solo miembro del jurado, es decir, ganar por un solo punto de los nueve posibles tiene su punto de suspense. A usted sólo le importaba el resultado y lo mismo se esperaba ganar que perder, porque los testimonios de los testigos y las escuchas telefónicas lo habían dejado (disculpe la expresión) con el culo al aire. Pero, por otra parte, ganar por tan estrecho margen significa que el jurado pensaba que usted era culpable. La suerte que tuvo fue que aquellos amateurs del derecho se comportaron como todo el mundo espera de unos pobres ciudadanos elegidos para tomar una de las decisiones más trascendentes de su vida en arreglo a una disciplina, el derecho, que apenas conocen. Fueron más papistas que el Papa. Y, solamente porque la presunción de la inocencia implica tener la seguridad absoluta, y esto pocas veces ocurre salvo confesión, grabaciones infraganti, etc. el jurado le salvó por los pelos. Sin embargo, con un cinco contra cuatro, lo lamento mucho, pero tendrá que convivir con la sospecha hasta el fin de sus días.
Se lo argumento enseguida: si usted se cruza con alguno de los cuatro miembros del jurado que se convenció de su culpabilidad y le pregunta su opinión: ¿cree usted que cambiará su parecer? Además, tenga usted en cuenta que el estado de derecho favorece casi siempre al delincuente. Supongo que usted sabrá que hay miles de rateros, camellos, proxenetas y ladrones de carteras por la calle que han entrado y salido de los calabozos decenas de veces. ¿Qué ocurre con ellos? Que han cometido delitos menores y no pueden someterse a juicio. O, vayámonos al otro extremo, el de los poderosos: ¿por qué no embargan a los clubs de fútbol endeudados hasta el marcador? Por presión social. ¿Qué ocurre con las múltiples causas abiertas contra su amigo el señor Fabra? Pues que ese hombrecillo tiene tanto poder que los jueces se pasan la pelota unos a otros. ¿Alguien cree que es trigo limpio? ¿Cambiará la percepción de los españoles, sobre todo de los castellonenses, a pesar de que se le declare inocente?
Vivimos en una sociedad legalista. El otro día me dijo un amigo que la policía le abroncó por no colocar un cartel en la puerta señalando que tiene un sistema de alarma. No sé si usted lo sabe, pero si un ladrón entra en su casa y no está advertido de que está siendo filmado, podría demandar a mi amigo. Curiosa ley injusta, ¿no?
Sin embargo, lo que se considera legal fluctúa. Ahora se puede correr por la autopista a 120 km/h, pero hace unos meses sólo se podían alcanzar los 110 km/h. Sin embargo, los policías no multan a no ser que se pase unos diez kilómetros de la cifra máxima. Y esto no acaba aquí: ¿por qué nadie prohibe que los fabricantes automovilísticos saquen sus coches preparados para correr a 240 km/h? Fíjese en paradoja: si el coche no pudiese correr más de 120 km/h, nadie podría saltarse la ley. Sin embargo, los conductores tienen la posibilidad de quebrantar la ley por despiste. Es como permitir que todas las personas puedan adquirir armas de fuego y mostrarlas en público, pero detenerlas sólo si disparan sus máquinas de matar.
Señor doctor, no me estoy yendo del tema, le estoy explicando que la legalidad, la justicia y la verdad son conceptos que suelen ir por separado.
Casi todo el mundo acata que a usted le haya amparado la ley, pero nadie puede asegurar que se haya hecho justicia, porque hay más mentira que verdad en su caso: a las pruebas demostradas por la acusación me remito.
El otro día, de camino a leer su tesis, tuvo que escuchar acusaciones: entre ellas, la de un señor, un tal José Luis, que le acusaba de delincuente, entre otros sinónimos y algún insulto.
Usted, envalentonado por la protección policial y sus tablas mediáticas, se le encaró y lo intimidó, porque se cree muy poderoso todavía, para que le dijera su apellido, ya que a su juicio, doctor, el pobre José Luis faltaba a la verdad.
Es, cuando menos, curioso que usted no arremetiera antes de la sentencia que ganó por la mínima contra la gente que le decía exactamente lo mismo. ¿Es que acaso no se sentía legimitado para hacerlo? Usted seguía siendo inocente hasta que se demostrase lo contrario. Sin embargo, ¿qué le impidió encararse con cualquiera de los manifestantes que lo insultaban?
Se lo voy a decir yo, David Navarro: el señor doctor aguantó el chaparrón porque no sabía si le saldrían bien las argucias legales y si usted tenía la incertidumbre, será que no se sentía inocente del todo. Por eso, casi salta de alegría al conocer el veredicto.
No espero convencerle, pero se lo advierto: no vaya usted amedrentando a los ciudadanos que le han sufrido como presidente. Tienen todo el derecho del mundo a protestar. Además, usted ya no es nadie. Su partido lo ha marginado, la gente no se cree la película del juicio y doctores tiene la Iglesia de sobra.
Por cierto, cuando usted se mofa de los estudiantes que le abuchean ironizando sobre su preparación comete el más tonto de los errores: tirar piedras sobre su propio tejado. ¿O acaso olvida que hasta hace poco las instituciones educativas valencianas eran su responsabilidad?
¿Cree que le ayuda en algo llamar a Garzón delincuente? Señor Camps, el problema para usted es que ha quedado tantas veces retratado que ya podríamos dibujar su perfil con olos cerados
Concluyo con un vaticinio: si se siente ganador de la batalla, la guerra de la verdad la tiene más que perdida. Si el doctor consigue tocar las teclas legales de manera que convenza a un jurado o a un magistrado de que la trama Gürtel se apoderó de la Comunidad Valenciana sin el conocimiento, cooperación o consentimiento de su presidente, que era usted, entonces tendré que quitarme el sombrero. Aunque no se lo puedo prometer: quizá deberíamos revisar el sistema judicial.
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