Pinta fiero, pero es fácil de matar. ¿Es esto spoiler? |
En rara ocasión me he sentido más soliviantado con las
críticas que con las que han aupado a la última Mad Max. Su casi unánime
aplauso debería alimentar las sospechas de los espectadores, pero,
afortunadamente, el público no lee críticas.
En algunas crónicas se destaca el trabajo del protagonista
y, bajo manga, se echa por tierra la labor de Mel Gibson. A mi juicio, su
sustituto, Tom Hardy, confunde sobriedad con hieratismo. Su expresión congelada
no transmite nada. La de Gibson era la interpretación de un hombre torturado, la
de Hardy, la pesadez de un rostro de palo.
En cambio, Charlize Theron sí que imprime fuerza contenida
(y desatada) a su personaje. También ayuda que el guión dé más importancia a su
papel que al del furioso Max.
Salvo excepciones, uno le pide una historia atractiva a una
película para que mantenga su interés. En este caso, el desarrollo de la
película se basa en una persecución de ida y vuelta. Él y ella embarcados en el
mismo camión. El malvado tirano con sus invencible e interminable cohorte de
enemigos. No hay tramas interconectadas, ni demasiado espacio para la sorpresa.
El viaje de ida y vuelta sólo distrae por su capacidad para enlazar acrobacias
motorizadas e intercambios de disparos y explosiones varias.
En mitad de la travesía por el desierto y por una única vez,
una secuencia irrumpe en el territorio del farwest. En realidad, es más la
escenificación que el contenido: una dantesca y maravillosa escenificación del
territorio baldío, más shakesperiano que miltoniano. Por desgracia, este cambio
de tonalidad y de registro dura un suspiro y, lo que es peor, no aporta nada a
la historia.
La segunda mitad del film sólo cuenta con un aliciente:
saber quién de los buenos, exceptuando a las dos estrellas, caerá en el
atropellado rally. El final ya lo conocemos de antemano.
No cuestiono que este film está rodado con nervio, pero
tampoco hay que desdeñar que adolece de una monotonía desesperante.
Incluso los efectos especiales y la música se hacen cansinos
por repetitivos al ritmo de una grotesca figura posthumanioide, ese punky desquiciado que
azota una guitarra eléctrica.
Nada que objetar, empero, a la estética punky vintage y algo
zomboide de los siervos del mal. Tampoco al estilo de filmar de George Miller,
sobre todo cuando nos transmite el vértigo a ras de la rueda delantera a toda
velocidad.
Aprovechando esta breve reflexión, pregunto a los críticos
que han ensalzado este Mad Max, poniéndolo incluso por encima del original: ¿no
es lo que tanto elogiáis aquí, exactamente lo mismo que criticáis, por
gratuito, violento y excesivo en sagas como A todo gas? Entiendo que el empaque
visual tiene una intención artística, lograda, además, pero no dejan de ser dos
horas de persecuciones a toda pastilla bajo lluvias de plomo y queroseno.
Por cierto, no creo que se justifique el abuso del cliché
“nervio narrativo”, porque precisamente se narra muy poco en este film.
Y se agradecería que antes de mitificar a un director se
reflexionara un poco sobre su carrera cinematográfica. En este sentido, a un
diablo hay que pedirle más actos diabólicos que vejez, y, por ejemplo, sería un
despropósito equiparar a Miller con Carpenter sólo porque los dos directores
tengan un pie en la tumba.
Por cierto, si yo fuera Mel Gibson respiraría tranquilo por
más que algunos críticos hayan aprovechado para dar rienda suelta a su
desprecio por el actor. Para mí, al menos, su Mad Max es el que vale. Éste
nuevo, pese a su escasez de registros, sale vivo, pero ni mata, ni me parece un
digno sucesor del loco de la carretera.
Si al final de la película me hubieran dicho que la
verdadera Mad Max era Charlize Theron me habría parecido todo mucho más
coherente.
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