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Cara a cara con el abismo

Descarto la nostalgia de los días pasados cuando me asomaba al vacío, pero no era tal vacío, porque vislumbraba un puente con rumbo a los proyectos que en aquel momento me hacían sentir vivo.
Sentirse vivo entraña temer a la muerte. Entonces la vida no se vivía conscientemente. Por supuesto que se vivía el presente, pero era como respirar. No le dábamos importancia. Al salir por la escalerilla de los veinte años, la vida, lo que nos parecía vital, era conseguir los proyectos. Por aquel entonces pocas cosas parecían imposibles.


No nos enseñaron a vivir. Nos dijeron que había que conseguir una estabilidad y nos enseñaron que había que hacerlo trabajando día y noche. Pero nos rebelamos. Quisimos ser casanovas, Elvis, jordans, maradonas y luego mariocondes, kurtcobains, aznares, zapateros o pabloiglesias. Ellas dejaron de dividirse entre Marily y Audrey. Todas quisieron ser Pe y, más tarde, las imitadoras de sus imitadoras. Lo mismo les ocurrió a ellos con Bardem.

Queríamos eso: trabajar sí, pero divirtiéndonos siempre. Algunos quisieron el Nobel hasta que se dieron cuenta de que no existía en su mundo.

A los cuarenta años lo peor que le puede ocurrir a un hombre es advertir que los sueños de los veinte años son todos humo. Quizá no tendría que haberlo intentado con tanto ahínco. Alguien debió de advertirme que para conseguir algo de lo que quería necesitaba un impulso del que carecía.
La vida se complica, es cierto, y es también una suerte. Pues se puede vivir sin planes de futuro. La mera subsistencia es suficiente.

Ante el acantilado aparece un puente de materiales poco nobles, pero seguro. No es nada atractivo. Intentas ver a lo lejos porque todavía distingues el destello de algo que recuerdas lejanamente. La tercera opción es el abismo.

Ahora más que nunca es más fácil dar el paso hacia el agujero negro. Dolerá, seguro, pero la vida cansa y no parece que allí abajo se tenga que pasar sueño. Tampoco se quebrarán ilusiones, tan sólo tu persona.


He decidido darme la vuelta y mirarme en el espejo de la lluvia que cae. Soy un hombre cansado, mojado e inquieto. Pocos sueños, pocas personas a las que querer. El anclaje más fuerte y frágil soy yo mismo. 

Decido echar andar y la lluvia cae. Impasible.

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