Hay mañanas en las que me siento en la terraza de un café y
me quedo un rato mirando a la gente como si pudiera adivinar de dónde vienen y
a dónde van.
No parece que nada extraordinario les pueda suceder.
Observarlos durante más de unos segundos me fatiga.
En otras ocasiones, una de esas personas habla o sonríe, y
todo cambia. De pronto, sé que ha pasado por trances muy complicados en su
vida. Algunos no sé si los podría resistir yo mismo.
Estoy seguro de que he visto pasar a una señora que sufrió
dos abortos, la infidelidad del marido y que ahora espera en vano que vengan
sus nietos a verla.
Allí va esa chica que se sacó las oposiciones a la primera,
pero que acaba de romper con su novio y no sabe por qué.
Y el hombre que soñaba con una jubilación tranquila,
retirado en el campo en el que nació, y que se ve obligado a cuidar de su hijo
toxicómano.
La primera señora era la que mejor bailaba en el pueblo
cuando joven. La segunda chica pinta como los ángeles. Y el tercero, a pesar de
sus setenta años, es capaz de dispararle a un gorrión a más de doscientos
metros con un rifle de perdigones. Además, lo que mejor se le da es entretener
a los niños pequeños.
¿Quién soy yo? Me pregunto cuando trato de entrar en el
fondo de la gente que pasa por mi lado. ¿Cómo me verán? ¿Qué material tengo que
ofrecerle a otra persona, que como yo, se dedique a vivir la vida de los otros
en su imaginación?
Me veo escribiendo una descripción de mi situación actual,
donde pongo mi trabajo, lugar de residencia y estado de civil. Muy previsible.
¿Es eso lo que soy?
Intento agrupar los adjetivos que me han dedicado amigos y
enemigos durante los últimos años. Ninguno de ellos, creo, se acerca a la
verdad. ¿Tengo yo la clave sobre la verdad de mi ser? ¿O la tienen todos los
demás?
Camino de vuelta a casa como podría hacerlo cualquiera y,
por un momento, creo que los demás piensan lo mismo al deambular por una ciudad
paralizada por el calor.
Quizá les asombraría saber qué pienso en cosas tan
improductivas mientras ellos se ocupan de maldecir a una suegra entrometida o
calculan por cuánto les saldrá la cortina nueva. Hay quien andará centrado en
su enfermedad, en la fiesta de mañana, o en la pérdida de un ser querido.
Me asombraría saber que hay gente que simplemente se limita
a poner un pie delante del otro. Al fin y al cabo no hace falta nada más para
caminar.
Necesito alejarme de la gente para pensar que soy alguien
muy distinto a las personas que pasan a cada instante. Pero cada vez más, por
más solo que me encuentre, me vienen a la mente las miradas llenas de vida o de
muerte de la muchedumbre.
Es asombroso saber que soy sólo una mirada más.
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