Parc del turó del Putget: ¿zona verde o secarral? |
Ada Colau, ahora que es alcaldesa, debería proponer una
política menos ecológica en cuanto a los parques y jardines de Barcelona.
Los anteriores alcaldes de la ciudad decidieron no dañar
planta ni árbol alguno al tomar la decisión de poblar de cemento cada plaza y
lugar de descanso urbano.
En ocasiones, dejaron una zona plantada con un híbrido entre
césped y musgo que enseguida conquistaron los perros y sus dueños, con su don
de gentes y su facilidad para esparcir su afición perruna por todos los
espacios del parque.
El ayuntamiento de Barcelona ni siquiera da lugar al
suspense. Durante el mes de mayo se levantó losa a losa la emblemática Plaça
del Diamant, y se la dejó huérfana de su minúscula zona de columpios, de su
estatua y de los pocos elementos que rompían su espartana superficie. Casi un
mes de ruidosos trabajos, aparatosa máquinas y las dichosas vallas amarillas
para encontrarnos con… ¡la misma plaza! Donde había hormigón, hormigón. Donde
cemento, cemento. Y la zona infantil, tan pequeña como antes. Y esas absurdas
sillas para usuarios de 200 kilos y dos o tres traseros en lugar de los bancos
de toda la vida.
Nuestro gozo en un pozo.
Plaça del diamant: dura y espartana. |
Para poder retozar en el césped de un parque barcelonés hay
que recorrer varios kilómetros en la dirección exacta. No ocurre como con otras ciudades que uno se topa, sin querer, con amables plazas con abundancia de verde o jardines frondosos. La famosa ardilla que
recorría la Península Ibérica, en tiempos, tendría que agenciarse un monopatín en
Barcelona.
Aparte de la Ciutadella, a la que no le sobran espacios de césped (pero muy desnutridos), en el centro de la ciudad encontramos el Parc de l’Estació del Nord. Lo que parecía un vergel de hierba y
suaves colina mullidas para el deleite de los humanos es un inmenso Eurodisney
perruno, de modo que las personas tienen que refugiarse en bancos de madera
mientras sus impuestos se van en generosos aspersores que riegan el césped que
los perros disfrutarán.
A veces, Barcelona ofrece jardines tan exóticos como el de
Glòries. A través de las verjas puedes ver árboles jóvenes y huecos de hierba
sin explotar. Pero no la catarás. Por algún extraño motivo el recinto siempre
se encuentra cerrado.
Este ejemplo constituye una excepción lamentable con
respecto a la tacañería hidrográfica del ayuntamiento barcelonés y entraña una paradoja: ¿para qué gastar recursos en agua y jardinería si el ciudadano no puede disfrutar del espacio?
En el otro extremo del cuadro, en las afueras de la ciudad
puedes disfrutar de verdaderos parques naturales. Para el ayuntamiento, una
medida barata y resultona es delimitar un monte agreste y llamarle parque, o
incluso jardines de lo que sea (véase foto del parc del turó del Putget). En verano, son secarrales que expulsan al
visitante hacia la ducha quizá para recordarle que la naturaleza de verdad es
dura.
La Plaça George Orwell: huérfana de naturaleza. |
El otro día mis amigos quisieron visitar el Park Güell.
Después de varios minutos rodeando el monte que le da cobijo descubrieron que en
la puerta principal les ofrecían acceso directo al conjunto monumental previo
pago de ocho euros. Además, les conminaron a soportar el calor haciendo cola durante la hora
y media que debían de esperar para entrar. Por suerte, al darle la vuelta al
conjunto, mis amigos ya habían visto las partes principales del parque y
pudieron desandar el camino hacia otros destinos turísticos. Un parque, con todos los respetos a Gaudí, bastante desértico.
Por supuesto, sé que hay jardines verdes en Barcelona, pero
la mayoría están en zonas periféricas, al disfrute de unos pocos privilegiados, y apuesto a que varios de estos parques ya han sido conquistados por la legión canina.
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