Pep Guardiola ha desvelado su secreto mejor guardado y ya se sabe que entrenará al Bayern de Múnich. Los periodistas deportivos no han dado ni una, pues la falsa pista de tener al ex secretario deportivo del Barça, Txiki Begiristain, en el Manchester City despistó al más pintado. Algunos presagiaron otros equipos de la liga inglesa y nadie intuyó el desenlace (bueno, muchos aseguran que anticiparon la noticia, claro que antes y después también nombraron una docena de escuadras de todo el mundo, hasta alguna de Nueva York).
A Pep le llovieron millones de euros en el Barça y un palmarés envidiable, histórico, pero también le socavó la salud y su vida social y familiar se resintió tanto que ha tenido que huir a la ciudad de los rascacielos, que es donde se va la gente cuando quiere que la dejen en paz.
Mientras tanto, Mourinho coquetea de vez en cuando con la Premiere League. Ya sabe que con el Real Madrid tiene poco que conseguir, aparte de enemigos. Y en Inglaterra lo echan de menos (algunos lo odian, pero eso no es precisamente malo) y es verdad que se trata de un fútbol que encaja como anillo al dedo a las necesidades mediáticas del portugués. Me explico: allí se puede debatir sobre todo y el fútbol es una religión, más incluso que en España. No hay mejor caldo de cultivo para un provocador. En España se ha encontrado con una prensa dividida en dos equipos de fútbol, que a su vez quieren representar a las dos Españas, y que están enconadas en una guerra permanente. Además, los medios españoles son tribunales de la inquisición: la moral, ante todo. Para los demás. De ética periodística ya sólo se habla en los manuales antiguos.
José Mourinho es un liante, pero es valiente, y en Inglaterra se hartó de pelearse en reyertas donde nadie se achicaba. Con la ventaja, además, de que si tienes éxito, se te perdona todo en el mundo ultracapitalista. Aquí estamos de camino. Siempre he pensado que en Gran Bretaña nos llevan unos años de (des)ventaja. Miras hacia allá y te anticipas al futuro.
A Pep, a pesar de no militar como el luso en la causa católica, le pesan siglos de tradición judeocristiana. Cree en la humildad, el respeto, la discrección y una serie de valores más propios de un monje benedictino que de un superentrenador de fútbol.
Para los que sepan poco del deporte rey, la Bundesliga, la primera división alemana de fútbol, no es una liga tan potente como la española, la italiana y, sobre todo, la inglesa. Sin embargo, se va al mejor equipo alemán, a todo un histórico, y dispondrá de inmejorables instalaciones y de grandes jugadores. Es probable que arrase en los estadios germanos y que consiga devolverlo a sus mejores tiempos por Europa.
Mourinho y Guardiola son dos personas a las que ni yo ni prácticamente nadie de los que hablan y escriben casi cada día sobre ellos, muy bien pagados por cierto, conoce en absoluto. Insisto, como personas.
Sin duda, como reflejos de una realidad magnificada por los medios de comunicación, el luso representa al ave de rapiña, el todo vale, Maquiavelo y su fin ante todo, y, sin embargo, el catalán puede caer mal por santurrón, pero apuesta casi siempre (cuando pierde, también se pierde un poco) por comportarse como un caballero de los de antes, de los que existen en la cruda realidad, pero no están de moda en este hipermundo, o submundo según se mire, del cotilleo, el espectáculo y todo lo que entra fácil por los ojos y produce fortunas millonarias.
De todas maneras, Pep y José no sólo se parecen en el nombre. Los dos son adictos al trabajo, su vida es el fútbol y lo demás va después. Están forrados y no sólo eso: saben rodearse de holdings deportivos a su medida: Jaume Roures, Pere Guardiola y el peso de la marca Cruyff avalan al de Sant Pedor; el todopoderoso representante Jorge Mendes ha participado en los más fructíferos traspasos entre futbolistas de los equipos que entrena Mourinho, unos competitivos, otros sobrevaloradísimos.
A la hora de la verdad, en la jungla, no tiene demasiada importancia si el animal que está a punto de clavarte sus fauces es un elegante tigre de Bengala o una asquerosa boa constrictor.
A Pep le llovieron millones de euros en el Barça y un palmarés envidiable, histórico, pero también le socavó la salud y su vida social y familiar se resintió tanto que ha tenido que huir a la ciudad de los rascacielos, que es donde se va la gente cuando quiere que la dejen en paz.
Mientras tanto, Mourinho coquetea de vez en cuando con la Premiere League. Ya sabe que con el Real Madrid tiene poco que conseguir, aparte de enemigos. Y en Inglaterra lo echan de menos (algunos lo odian, pero eso no es precisamente malo) y es verdad que se trata de un fútbol que encaja como anillo al dedo a las necesidades mediáticas del portugués. Me explico: allí se puede debatir sobre todo y el fútbol es una religión, más incluso que en España. No hay mejor caldo de cultivo para un provocador. En España se ha encontrado con una prensa dividida en dos equipos de fútbol, que a su vez quieren representar a las dos Españas, y que están enconadas en una guerra permanente. Además, los medios españoles son tribunales de la inquisición: la moral, ante todo. Para los demás. De ética periodística ya sólo se habla en los manuales antiguos.
José Mourinho es un liante, pero es valiente, y en Inglaterra se hartó de pelearse en reyertas donde nadie se achicaba. Con la ventaja, además, de que si tienes éxito, se te perdona todo en el mundo ultracapitalista. Aquí estamos de camino. Siempre he pensado que en Gran Bretaña nos llevan unos años de (des)ventaja. Miras hacia allá y te anticipas al futuro.
A Pep, a pesar de no militar como el luso en la causa católica, le pesan siglos de tradición judeocristiana. Cree en la humildad, el respeto, la discrección y una serie de valores más propios de un monje benedictino que de un superentrenador de fútbol.
Para los que sepan poco del deporte rey, la Bundesliga, la primera división alemana de fútbol, no es una liga tan potente como la española, la italiana y, sobre todo, la inglesa. Sin embargo, se va al mejor equipo alemán, a todo un histórico, y dispondrá de inmejorables instalaciones y de grandes jugadores. Es probable que arrase en los estadios germanos y que consiga devolverlo a sus mejores tiempos por Europa.
Mourinho y Guardiola son dos personas a las que ni yo ni prácticamente nadie de los que hablan y escriben casi cada día sobre ellos, muy bien pagados por cierto, conoce en absoluto. Insisto, como personas.
Sin duda, como reflejos de una realidad magnificada por los medios de comunicación, el luso representa al ave de rapiña, el todo vale, Maquiavelo y su fin ante todo, y, sin embargo, el catalán puede caer mal por santurrón, pero apuesta casi siempre (cuando pierde, también se pierde un poco) por comportarse como un caballero de los de antes, de los que existen en la cruda realidad, pero no están de moda en este hipermundo, o submundo según se mire, del cotilleo, el espectáculo y todo lo que entra fácil por los ojos y produce fortunas millonarias.
De todas maneras, Pep y José no sólo se parecen en el nombre. Los dos son adictos al trabajo, su vida es el fútbol y lo demás va después. Están forrados y no sólo eso: saben rodearse de holdings deportivos a su medida: Jaume Roures, Pere Guardiola y el peso de la marca Cruyff avalan al de Sant Pedor; el todopoderoso representante Jorge Mendes ha participado en los más fructíferos traspasos entre futbolistas de los equipos que entrena Mourinho, unos competitivos, otros sobrevaloradísimos.
A la hora de la verdad, en la jungla, no tiene demasiada importancia si el animal que está a punto de clavarte sus fauces es un elegante tigre de Bengala o una asquerosa boa constrictor.
Comentarios