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La Barcelona oculta

La Barcelona secreta: sólo para parias.
Se pongan como se pongan los loqueros, no hay quien me quite de la cabeza de que, como mínimo, hay dos Barcelonas.

Una tiene la rutina como eje central, mientras que en la otra la excepción es quedarse en casa viendo la tele.

Para los que vivimos en la Barcelona rutinaria, la de las personas que pasan desapercibidas, el cine siempre cuesta dinero, el fútbol, y no digamos la ópera son espectáculos prohibitivos y las salas de fiesta y discotecas sólo muestran su parte menos glamurosa.

Sin embargo, el transeunte solitario que pasea cualquier noche de entre semana por el centro de Barcelona descubre un brindis en una tienda donde todo el mundo viste de gala. Una tienda que, por cierto, debería estar cerrada. Y si te pierdas en el local al que sólo has accedido gracias a ese concierto rebajado por Internet, acabas topándote con un cartel que pone zona VIP o atiendes los consejos, siempre maestros, de un guardia de seguridad.

Lo mismo sucede en el fútbol: según la taquilla online, todo está lleno, pero en el campo hay sillas vacías. Los famosos siempre van a la tribuna, que también debería estar llena los reventas.

De vez en cuando, veo gente que entra gratis en el cine. Enseñan un carnet y ni siquiera recogen la entrada. Pasan y ya está.

A menudo, descubro que en joyas arquitectónicas que uno ha visto  el día de puertas abiertas, deprisa y corriendo, se celebra un cóctel al que sólo se debe acceder por rigurosa invitación.

A veces salgo con una pizza precocinada bajo el brazo, que he conseguido a las once de la noche, gracias al paquistaní que nunca cierra su tienda y me encuentro con un grupo de personas que entran, pasando de mirar los precios, en una marisquería muy conocida del barrio de Gracia. Sé, a ciencia cierta, que ninguno de ellos pagará la cuenta. Correrá a cargo de su empresa o de un organismo, que es como decir que se paga solo. O quizá la estemos pagando todos.

Busco, en mis ratos muertos, tertulias de escritores por Internet, pero de momento no he encontrado nada. Seguro que las hay, quizá en las mismas cafeterías que sospecho que las albergan, pero será cuando echen a los clientes de a pie, cuando parezcan cerradas para la gente que pasa desapercibida.

Quizá los muchos monumentos y palacetes de Barcelona que siempre parecen cerrados abran sus secretos a la selecta élite intelectuales (mediáticos), tiburones de las finanzas, floreros y gente -in en general.

Sé que instituciones tan útiles como el consulado alemán da fiestas a menudo, pero no sé a quién ni qué objetivo tienen. Sobre todo no sé quién se las costea. Me han dicho también que los burdeles de lujo siempre están abarrotados, pero nadie dice quién los abarrota ni con qué dinero pagan.  Más envidia haber escuchado de gente fiable que algunos artistas ofrecen sus espectáculos a un grupo de selectos que no pagan ni un céntimo y que disfrutan antes que nadie de las novedades culturales.

No es que no asuma mi invisibilidad, es que me sorprende que los grandes adalides de la izquierda intelectual constituyan una élite dándole la vuelta a la sociedad de clases que en sus declaraciones y artículos declaran en boga, pero en privado prefieren pensar que ya es una etapa histórica superada.

Y no, no es sólo envidia.

Me conformaría con poder ir al teatro a un precio asequible y encontrar una tertulia literaria estimulante, lo confieso, estaría de lujo: pero sin famosos, empresarios y gente -in. Eso prefiero que se quede en las sombras de esa Barcelona oculta que despierta mi curiosidad, pero que siento muy lejos de mí, o mejor dicho y para ser sinceros, de lo que quiero ser.

Bien mirado, sería muy irónico que dentro de 20 años alguien organizara uno de esos recorridos guiados por Barcelona con las cosas que suceden a día de hoy y que los comunes mortales sólo podemos imaginar.

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