Las diez primeras veces que vi el anuncio... hacia gracia. |
Sin embargo, estoy convencido de que niños y preadolescentes saltarán de alegría cuando vean a las tres Amelies en la pantalla interpretando su minimusical. No hay para menos: la música está muy bien y la coreografía es divertida, pero ¿cuál es el mensaje? Pues son dos: que visitemos una página web sobre envases y contenedores (ja, ni de coña) y el más claro: hay que estudiar una carrera para saber dónde demonios se tira una sartén.
Campañas fallidas aparte (ésta me parece un fracaso descomunal), a mí me gustaría incidir en un aspecto que logra pasar inadvertido cada vez que irrumpe el debate del reciclaje. En realidad, lo llamo debate, pero no existe tal debate. Pobre del cafre que se atreva a pronunciarse en contra del reciclaje. Ya cada uno en su casa, tira la basura como le sale de las narices, pero las formas se guardan, que parece lo importante.
El asunto que no se aborda prácticamente nunca, excepto en contadas ocasiones y para públicos exquisitos, es quién se beneficia del reciclaje y cómo funciona, en suma, el negocio.
Porque sí: está muy bien mejorar la salud del planeta, pero alguien debe de estar haciendo caja y, por tanto, un nicho de negocio debe de haber. De lo contrario, los empresarios no se meterían a reciclar.
Si no se habla del negocio, y lo tiene que haber porque basura reciclable la hay para dar y tomar, entonces podríamos estar barriendo el desierto con un cepillo de dientes.
Me aventuro, porque yo no sé nada y menos sobre reciclaje, pero, ¿cómo sé que estas empresas que se dedican al reciclaje no contaminan más que limpian? Y respecto a las ayudas y subvenciones, ¿cómo se asegura la transparencia de unos procesos que se mantienen opacos?
Esto por una parte. Y anticipo que no es hablar por hablar. Ya he leído algún estudio que asegura que el papel reciclado contamina más que el tradicional. Otro tema es si merece la pena echar más cloro a la atmósfera a cambio de talar menos árboles. Lo dicho, como no hay debate, no hay investigaciones que valgan, o se reducirán a círculos académicos con escasas oportunidades de llegar al público en general.
El otro apartado que también me inquieta: ¿estas campañas para proteger el planeta nos quieren sensibilizar o culpabilizar? ¿O es que se han creído que sin hacernos sentir culpables no hay concienciación que valga? Porque evidentemente una familia convencional desperdicia agua, contamina, malgasta energía y ensucia de muy mala manera, ¿pero cuántas familias de desaprensivos hacen falta para jorobar el planeta tanto como una empresa de las muchas que hay que se saltan las más simples normativas de protección del medio ambiente?
Voy más allá, ¿es más importante concienciar al ciudadano medio que lograr que Estados Unidos firme protocolos como el de Kioto?
Y todavía voy un poco más allá, ¿de qué me sirve separar la basura por colores si el país en el que vivo, España, como todos los demás que se consideran desarrollados, vende armas para que los países no alineados con Estados Unidos estallen, ya sea por culpa del terrorismo, de guerras civiles o de conflictos interminables con sus vecinos (convenientemente alentados por unos y otros para vender más armas)?
El pensamiento único, incluso cuando se trata de causas irreprochables, encierra peligros que sólo se resuelven con un debate abierto y esa entelequia a la que llamamos transparencia y que en España no se practica más que a la hora de limpiar los cristales de los escaparates.
NOTA: El anuncio, que está muy bien realizado (insisto), está disponible en las marquesinas de los autobuses, en las pausas publicitarias de la tele, en los pasillos del metro, entre los trailers de los cines, en la prensa, etc. ¿Es o no agotador?
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