Pero antes de abordar este tema, que surge de mi impresión el otro día de que todos los libros nuevos que me gustaban costaban alrededor de 20 euros y de que es un precio excesivo para un lector compulsivo, voy a compartir una pequeña lista de las cosas que considero que son demasiado caras:
-Una entrada al cine. No soy demasiado original, lo sé, pero es que es de juzgado de guardia. Te meten en un mismo local seis o siete salas, te colocan una película digital que cabe en el bolsillo del proyeccionista y te pueden cobrar hasta 10 euros un domingo cualquiera. Todavía recuerdo, no hace tanto, los aparatosos rollos de película que llegaban por la puerta de atrás de un cine que daba de comer a la persona de la taquilla, la de la barra, la que te cortaba la entrada y, a veces, te acompañaba con la linterna hasta tu butaca y, como mínimo, a un proyeccionista. El precio de la entrada era asequible para todos los bolsillos y el negocio no estaba en las palomitas y los refrescos de grifo a presión. Lo importante era la película.
-Un cubata. Que te ofrezcan la increíble oferta de 6 euros por un poquito de ginebra con tónica es un timo. En algunos locales se toman la molestia de servir los combinados con fundamento: ingredientes de calidad, vasos apropiados, temperatura correcta, etc. pero lo habitual es que te sirvan el gin-tonic en un vaso de tubo con una proporción exagerada de un alcohol de garrafa que no llega ni al nivel de la Gordon's, cuando no te dan un vaso de plástico lleno de cubitos.
-Los menús de las franquicias de comida rápida. Hombre, llamarle menú a una hamburguesa con un puñado de patatas o una ensaladita de Pin y Pon más el brebaje de grifo que recuerda levemente a los refrescos que representan me parece una hipérbole de arte mayor. Y que te cobren alrededor de 7 euros por ese insalubre y triste tentempié, que además te tienes que llevar en una bandeja hasta la mesa de colorines que menos suciedad tenga, es otra estafa legal.
-Los alquileres. En las grandes ciudades, donde las personas que quieren labrarse un futuro acuden en masa, pueden llegar a cobrar 900 euros por un piso de 70 metros cuadrados. Eso sí, te dejan llenar la casa de extraños para compartir gastos. En el otro extremo, he visto chabolas de menos de 30 metros cuadrados por las que se pagan, mínimo, 500 euros. Ya sé que esto es gordo y corta el rollo del artículo, que transita por esa levedad que combina humor y denuncia para no molestar demasiado a nadie y curar la conciencia, pero si no lo digo, reviento.
-El tabaco. A los propios fumadores les parece bien que el Gobierno abuse de los enfermos de tabaquismo de esa manera. Será verdad que fumar mata... las neuronas.
-La gasolina. Y que te pongan como excusa el aumento del precio del barril de petróleo, como si esa subida repercutiera automáticamente en el producto final que va al usuario. Aunque, casi es más escandaloso el pacto que hay entre las compañías que controlan el negocio. Obviamente, llevan incumpliendo la ley antimonopolio desde el mismo día que salió en el BOE.
Y podría seguir, pero el tema principal de este post es la carestía de los libros.
Algún romántico empedernido, intelectual de pro, me dirá que un buen libro no tiene precio o, peor aún, me vendrá a contar lo que cuesta escribir una buena novela, como si no lo supiéramos. Cobrar 20 euros por un libro que entre imprimirse y distribuirse costará unos cinco euros a lo sumo, unos cuatro si viene de Asia, me parece abusivo.
Es que la gente no lee, clamarán los mismos de antes. ¿Y lo tenemos que pagar los que sí leemos?
Gastarse 20 euros en un libro está muy bien para la gente que lee dos o tres al año, o para los que sólo pasan por la librería cuando tienen que hacer un regalo.
Sin embargo, a los lectores que nos gusta estar al día nos pone en un aprieto, porque tenemos que seleccionar más que nunca y, si nos sinceramos, nos obliga a tirar de malas ediciones en ebook que algún pirata cuelga en Internet para regocijo de los desalmados que, tacaños, vagos, golfos o muertos de hambre, consideran una barbaridad gastarse cada mes 100 euros en libros y apenas tener acceso a cinco ejemplares.
He detectado, a raíz de escribir el artículo, una artimaña de las editoriales que en lugar de asignar un precio justo en las ediciones electrónicas de sus títulos han decidido ponerles el precio que debería tener la versión en papel y encarecer sensiblemente los libros tradicionales.
Pronostico el mismo futuro a las editoriales que a las compañías discográficas: sólo desde que la música tiene un precio más ajustado a la realidad de los consumidores, la gente ha vuelto a comprar CD. Incluso vinilos compran.
Si las editoriales no reaccionan a tiempo, entonces las ventas de e-readers se multiplicarán y las malas versiones de sus libros correrán por Internet sin freno ni marcha atrás. Mientras se aclaran (o no), planificaré mi próxima visita a la librería, porque no me pienso gastar 20 euros en un libro sin examinar, como mínimo, seis o siete opciones diferentes, aunque me cueste la tarde entera. ¡Es la guerra!
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