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Si nadie me leyera

Cuando escribo en la mesa de un café o en el salón con la luz del patio de vecinos, me imagino a los de afuera viéndome como lo que soy: un tipo que se crece con las frases que va recreando, pero que fuera de ellas, vaga perdido por las calles como si el mundo se fuera a rebelar en cualquier momento contra su (mi) insignificancia.
Por las noches suelo curiosear en las estadísticas del blog. Lo hago cada cinco minutos. Nunca estoy contento. Cuando detecto que muchos han leído un artículo me da por pensar que es un acto caritativo. Mis amigos, incluso los que no tengo en mente, se han confabulado para darme ese respaldo nocturno. Otras noches creo ver en las visitas a los textos la mirada morbosa de los que me detestan que, a pesar de mi vocación santurronera, son muchos. A veces, detecto que nadie ha leído ni una línea, que Internet me ha traído visitas como el cielo arroja gotas de fina lluvia. No son para mí.

Y mientras le doy vueltas a la posibilidad de que nadie me lea, me empequeñezco tanto que me pregunto si no viviré demasiado pendiente de los demás.

Olvido, y esto casi siempre es un error, que más allá del blog guardo miles de páginas escritas en los cajones de mi ordenador. Páginas que, con toda seguridad, no van a salir de ahí. Sin embargo, y aquí está la diferencia, lo que escribo en el blog existe más allá de mí.

Aunque no le dé importancia, aunque las visitas sean un compendio de azares, aunque sepa que ninguno de estos textos me va a sacar más guapo en las fotos (vaya, que el blog no me va a cambiar de dimensión), la realidad no cambia: lo que soy, soy.

Además, se juega limpio al escribir a vuelapluma en un entorno volátil como el de una pantalla de ordenador. Apenas corrijo, apenas modelo. No me transfiguro más que cuando uno escribe una carta a la novia.

Y si nadie me leyera, me sentiría igual de pequeño que ahora. Pequeño y frágil, como cuando era un niño, o cuando te miras al espejo y te encuentras llorando a pesar de las arrugas. No lo digo como un lamento. Al contrario. Mientras la esperanza de crear Literatura va y viene, queda la vida como recurso estilístico.

En lugar de publicar, construir. En vez de leer, escuchar. Escribir siempre, pero también buscar la felicidad del otro sin fingimientos ni florituras.

Donde reside (o no) un escritor, que jamás palidezca la persona.

Comentarios

Majo ha dicho que…
A mí antes me leían personas (no motores de búsqueda :)), y eso hacía que me creciera, y a la vez me condicionaba, convirtiéndome en una "hacedora" a expensas de lo que opinara, entendiera o pensara tal o cual persona. No era algo masivo, ya que nunca supe -ni quise- hacerme autobombo.

Ahora ya cambiaron los tiempos, y, sea en público o en borradores, tengo claro clarísimo que escribo para mí, porque es lo segundo que más me gusta hacer en la vida (lo primero creo que es hablar :$)

No me importa el no-feedback, ya que ese disfrute paseando entre letras e ideas es mi recompensa y por sí sola me compensa :).

Un saludo
David Navarro ha dicho que…
Estoy de acuerdo: hay que escribir para uno mismo. Si no lo hacemos en un blog, ¿cómo reaccionaremos en un hipotético contrato con una editorial de tres libros en tres años?
Yo también disfruto mucho publicando en el blog. Bueno, disfrutar no siempre implica diversión. A veces me sirve para realizarme un exorcismo. Y por lo visto necesito muchos.
Donde sufro más es en esos textos a los que doy una trascendencia que no sólo no se cumple, sino que me bloquea: son los textos que guardo en mi ordenador, la supuesta literatura del demonio.
Pero, como no tengo más remedio que escribir, como decir lo que pienso delante de quien sea, lo haré hasta que no me quede una pizca de aire.
Gracias por tan interesante comentario, y por perder el tiempo leyendo el texto.
Un abrazo :-)

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