Fotografía con trampa. |
En estos días se está juzgando a un juez por pararle los pies a una de las muchas tramas corruptas que asolan este país. La semana que viene le toca otro juicio: esta vez por querer desenterrar los muertos del Franquismo. Y como no hay dos sin tres, después tendrá que concluir la triathlon explicando las conexiones del Banco de Santánder con unas conferencias demasiado bien pagadas.
Algunos también recordamos al juez Garzón, retirado desde hace más de dos años de su ejercicio profesional en España, por su incansable lucha contra el terrorismo, su cerco a Pinochet, que se vio obligado a prolongar su escala en Londres, y su entrada falsa en política de la mano del PSOE.
Primera regla del nueve: un juez que amaga con ser diputado socialista, años después, destapa los costurones de la trama Gürtel, estrechamente relacionada con el PP. Demasiado evidente, ¿verdad? Pues se me puede acusar de simplista, pero no creo que haga falta explicar nada más.
Vamos a anular ahora el tema de las conferencias. Ya que actuaba como conferenciante y no como juez, vincular este caso a los demás, ¿no resulta algo injusto? De acuerdo, un argumento subjetivo. En cualquier caso, si a un médico lo cazan conduciendo sin carné, ¿deja de ser un médico fiable? Vale, no es lo mismo. Un juez debe impartir justicia. Sin embargo, está expuesto a cometer ilegalidades. Como todos los demás (recordemos que se puede atentar contra la ley por mero desconocimiento o por cualquier tipo de error). De todas maneras, ¿se merece que lo aparten de la judicatura en el caso de resultar culpable? Me parece que con argumentos puramente lógicos no podemos descartar del todo el asunto, pero al menos hemos conseguido dejarlo en cuarentena. Yo creo que sí.
Y llegamos al Franquismo, el tema que algunos pretenden pasar por caduco, pero que va inherentemente pegado a nuestra costra social. Varias organizaciones internacionales dicen al respecto que "la aplicación del derecho internacional a los crímenes de la Guerra Civil española y el Franquismo no constituye prevaricación". Y su manifiesto nos pone en antecedentes: "En Mayo de 2010, España llamaba la atención del mundo cuando el Tribunal Supremo suspendía de sus funciones como consecuencia de la investigación abierta por prevaricación al Juez Baltasar Garzón, el único Juez que ha desafiado la falta de responsabilidad en relación con los crímenes cometidos durante la Guerra Civil española y el régimen franquista".
Dos expertos en derecho internacional sostenían en el País el pasado 17 de enero que "el proceso sobre los crímenes del franquismo que abordó Garzón no fue una ocurrencia suya, sino una respuesta perfectamente sostenible a las peticiones de víctimas de graves violaciones de derechos humanos".
Podría continuar, pero quiero rescatar el primer caso judicial, el de las escuchas a los artífices del Caso Gürtel. Ya son varios los agentes que han declarado que no hubo prevaricación alguna con las escuchas, que los abogados no eran el objetivo de la investigación. Hay que recordar, además, que el magistrado que heredó el caso de Garzón dio el procedimiento por bueno (de hecho, lo siguió utilizando), y que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid concedió la inhibición al juez. La cronología completa del Caso Gürtel queda bastante bien reflejada en esta crónica.
De lo anterior queda bastante claro que es prácticamente imposible que por este caso condenen a Garzón. Sin embargo, los que lo han colocado en la picota (sus compañeros de la Audiencia Nacional, entre otros) ya han conseguido tenerlo apartado de sus actividades una buena temporada y dejar una mancha indeleble en su currículum. Se podría decir que casi han acabado con su carrera.
Durante mucho tiempo se ha hablado de la propotencia de Baltasar Garzón, de sus ansias de protagonismo, etc. Y ha prevalecido una suerte de antipatía casi unánime por un personaje público, que aparte de no caerle bien a la gente ya había puesto en jaque al imperio del narcotráfico, se había atrevido a condenar las dictaduras de Argentina y Chile e incluso quiso apartar a Berlusconi de la Eurocámara cuando nadie más quiso ver al cacique que escondía dentro.
Hasta que topó con el PP y con el Franquismo. Las dos Españas. Progresistas y conservadores. Herejes y católicos. Etcétera.
La sociedad española está tan polarizada, es decir, se ha simplificado tanto el mito de los dos bandos que incluso la magistratura de este país se divide en progresistas y conservadores. Y a partir de ahí, dependiendo de las fuerzas políticas que rumian detrás, se aparta a un juez incansable en su lucha contra la injusticia nacional e internacional.
Por eso, he aquí la regla del nueve definitiva. Sólo asimilando todo lo anterior se comprende que haya una infinidad de españoles que reúnen todas estas características:
a) odian al magistrado Baltasar Garzón.
b) ignoran sus logros más importantes.
c) rechazan sus investigaciones contra los crímenes del Franquismo.
d) creen que no tiene ningún derecho a tratar de esclarecer la verdad sobre las salvajadas de las dictaduras argentina y chilena.
Por supuesto, todo lo contrario se aplica a otro gran grupo de españoles.
Pero todavía queda la última regla del nueve. Si yo, o cualquiera, vuelve a hablar de las dos Españas, de conservadores y progresistas, nadie puede acusarme(nos) de anticuados ni de simplistas ni de repetitivos. Habrá que capear el temporal. Los que negáis que vivimos en una España en blanco y negro podéis combatir la idea con argumentos o asumirla, pero las pruebas os condenan a aceptar que es verdad, que seguimos atrapados en la telaraña del golpe de estado de Franco, de las guerras carlistas, de tiempos inmemoriales, de heridas que no dejamos cicatrizar.
Lo dicho, el mito de las dos Españas convertido en vergonzosa realidad.
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