Siempre me ha parecido que las personas religiosas o muy espirituales tienen una ventaja sobre el resto: la tranquilidad que les da saber que están viviendo una etapa de tránsito. Supongo que los instintos primarios les ganarán la partida alguna vez y que se enfrentarán a la vida como todos los demás, con preocupación, angustia, ilusión o euforia.
De lo contrario andarían todo el tiempo en una burbuja y no se molestarían en bregar con los problemas mundanos. Al fin y al cabo, si sólo estamos de tránsito, ¿qué sentido tiene sufrir de insomnio por una enfermedad o una necesidad económica?
Por otra parte, también se me ocurre que habrá una gran parte de este grupo de personas, religiosas o espirituales, que querrán vivir a tope, precisamente por eso, porque no les da miedo romperse la crisma en un barranco perdido.
El caso es que siempre me he preguntado qué pasa por las cabezas de ese tipo de personas, cómo se toman el día a día. El otro lado, el de los descreídos, es el que mejor conozco. Y sé por experiencia propia que resulta duro, en ocasiones, enfrentarse a la lucha diaria sin la seguridad de la trascendencia en otras vidas.
Pienso en los creyentes que han tenido que asistir a la desmitificación de muchos milagros, que se han enterado de que tal santidad en realidad era demasiado mezquina y que, hoy por hoy, pueden adquirir una visión global de la historia de las religiones y comprobar que, para bien o para mal, todas las civilizaciones han tenido sus divinidades desmentidas e incluso satirizadas por culturas más avanzadas. Sólo cabe pensar en el Monte Olimpo, el culto al Sol, las danzas de la lluvia, las bulas papales del medievo, la Santa Inquisición, las ablaciones que todavía se cometen hoy en día, etc.
Por otra parte, también están los que se recrean en un mundo donde coexisten varias dimensiones, los muertos se comunican con nosotros en forma de fantasmas, los extraterrestres nos visitan e incluso la Naturaleza responde a nuestros actos.
Con este fenómeno de los espíritus, brujas, fantasmas, demonios, etc., me ocurre como con su reverso, la religión. A la mínima que indago sobre algún caso encuentro que la ciencia actual ya tiene su respuesta, y que los endemoniados de hace unos años no eran más que pobres enfermos mentales, y que los avistamientos de ovnis podrían ser fruto de la imaginación o un mero fenómeno óptico.
Pongo estos dos tipos de personas, los religiosos y los amantes de lo esotérico, tan aparentemente alejados, en la misma balanza porque me dan envidia. Creen sin paliativos. Están convencidos de que detrás de una muerte hay una presencia que nos advierte o nos persigue, que los lugares se impregnan de las experiencias vividas y que el demonio acecha a los que creen, con lo que automáticamente se convierten en religiosos.
Algunos vemos con escepticismo la historia de las religiones y las creencias profanas y las consideramos una respuesta innata al temor a la muerte, y por tanto no tenemos más remedio que pensar en otras fórmulas para seguir en la lucha. Me refiero a ver más allá del hoyo en el cementerio o las cenizas devoradas por los peces.
Últimamente incluso esas balas en la recámara se me están oxidando: trascender a partir de una obra después de muerto me parece una quimera de los que vivimos; delegar nuestra resistencia a desaparecer en nuestros hijos y nietos, una causa bonita pero inútil; criogenizarse, otro cuento para desesperados. En fin, que me gustaría que la semilla de mis débiles creencias arraigaran y me llevaran a cualquier lugar, con tal de dejar de ser un descreído.
Mientras tanto, abogo y abogaré siempre porque los países desarrollados pongan todo su saber, dinero y esperanza en erradicar la muerte para quien crea, como yo, que en este mundo el peso más difícil de arrastrar es conocer el final de la historia de antemano.
De lo contrario andarían todo el tiempo en una burbuja y no se molestarían en bregar con los problemas mundanos. Al fin y al cabo, si sólo estamos de tránsito, ¿qué sentido tiene sufrir de insomnio por una enfermedad o una necesidad económica?
Por otra parte, también se me ocurre que habrá una gran parte de este grupo de personas, religiosas o espirituales, que querrán vivir a tope, precisamente por eso, porque no les da miedo romperse la crisma en un barranco perdido.
El caso es que siempre me he preguntado qué pasa por las cabezas de ese tipo de personas, cómo se toman el día a día. El otro lado, el de los descreídos, es el que mejor conozco. Y sé por experiencia propia que resulta duro, en ocasiones, enfrentarse a la lucha diaria sin la seguridad de la trascendencia en otras vidas.
Pienso en los creyentes que han tenido que asistir a la desmitificación de muchos milagros, que se han enterado de que tal santidad en realidad era demasiado mezquina y que, hoy por hoy, pueden adquirir una visión global de la historia de las religiones y comprobar que, para bien o para mal, todas las civilizaciones han tenido sus divinidades desmentidas e incluso satirizadas por culturas más avanzadas. Sólo cabe pensar en el Monte Olimpo, el culto al Sol, las danzas de la lluvia, las bulas papales del medievo, la Santa Inquisición, las ablaciones que todavía se cometen hoy en día, etc.
Por otra parte, también están los que se recrean en un mundo donde coexisten varias dimensiones, los muertos se comunican con nosotros en forma de fantasmas, los extraterrestres nos visitan e incluso la Naturaleza responde a nuestros actos.
Con este fenómeno de los espíritus, brujas, fantasmas, demonios, etc., me ocurre como con su reverso, la religión. A la mínima que indago sobre algún caso encuentro que la ciencia actual ya tiene su respuesta, y que los endemoniados de hace unos años no eran más que pobres enfermos mentales, y que los avistamientos de ovnis podrían ser fruto de la imaginación o un mero fenómeno óptico.
Pongo estos dos tipos de personas, los religiosos y los amantes de lo esotérico, tan aparentemente alejados, en la misma balanza porque me dan envidia. Creen sin paliativos. Están convencidos de que detrás de una muerte hay una presencia que nos advierte o nos persigue, que los lugares se impregnan de las experiencias vividas y que el demonio acecha a los que creen, con lo que automáticamente se convierten en religiosos.
Algunos vemos con escepticismo la historia de las religiones y las creencias profanas y las consideramos una respuesta innata al temor a la muerte, y por tanto no tenemos más remedio que pensar en otras fórmulas para seguir en la lucha. Me refiero a ver más allá del hoyo en el cementerio o las cenizas devoradas por los peces.
Últimamente incluso esas balas en la recámara se me están oxidando: trascender a partir de una obra después de muerto me parece una quimera de los que vivimos; delegar nuestra resistencia a desaparecer en nuestros hijos y nietos, una causa bonita pero inútil; criogenizarse, otro cuento para desesperados. En fin, que me gustaría que la semilla de mis débiles creencias arraigaran y me llevaran a cualquier lugar, con tal de dejar de ser un descreído.
Mientras tanto, abogo y abogaré siempre porque los países desarrollados pongan todo su saber, dinero y esperanza en erradicar la muerte para quien crea, como yo, que en este mundo el peso más difícil de arrastrar es conocer el final de la historia de antemano.
Comentarios
Sí, estoy contigo en que no debe ser fácil seguir transitando por según qué períodos de la vida, con o sin fe. Lo importante es que la gente como tú no pierda el miedo a expresarse. Creo que es cien por cien respetable e incluso higiénico. Otra cosa es que nos quisieras vender la moto con tal religión u otra, que no es tu caso. Gracias, Jesús.