Tuve la oportunidad de ver a los catalanes que defendían el
derecho a decidir, clamaban por la independencia, manifestaban su desapego a la
idea de España o todo lo anterior y, por lo que vi, era gente pacífica. Había
más hastío que violencia en sus rostros. También esperanza y ciertos arranques
de alegría, casi frenesí, ante la visión de un grupo unido por unas mismas
ideas (más o menos).
Por otra parte, escucho y leo que para el día de la
Hispanidad algunos de los que van a celebrar el día de España en Barcelona pertenecen a
grupos neofranquistas o neonazis, falangistas y violentos o todo lo anterior.
Su idea es liarla e imponer unas ideas que sabemos dónde empiezan, pero ni
ellos mismos han confesado dónde quieren acabar. Para conseguir montarla bien
gorda vendrán de varios lugares de España y tratarán de hacer ruido, y espero que no haya nueces.
En realidad, no harán nada más que pasearse por su adorado
Castillo de Montjuïc, porque las autoridades los van a marcar muy de cerca.
Sin embargo, queda la amenaza.
Por otra parte, un grupo de asociaciones bajo el lema Catalunya tal cual defiende la opción de ser catalanes y españoles al mismo tiempo, iniciativa a la que se unirán, si no cambian su agenda de nuevo, los partidos PP, Ciutadans y UPyD. Este movimiento ha hecho un llamamiento para que los falangistas y demás violentos se abstengan de acudir a la Plaça de Catalunya el día 12. Me temo, sin embargo, que con declaraciones como ésta consigan que los catalanes crean en su neutralidad.
Existe, paralelamente, un numeroso grupo de españoles que no
sienten la necesidad de sacar banderas españolas y mucho menos
anticonstitucionales, que el día 12 de octubre lo tomarán como un festivo más.
El hecho de que este año cae sábado, además, le restará importancia como día
extra excepto a los que tienen la (mala) fortuna de trabajar el sexto día de la
semana.
La mayoría de los españoles está a gusto en su país, pero no
es un tema que le quite el sueño. También es verdad que la sensación de que status
quo durará infinitamente hace desatender obligaciones y deberes como aquella
pareja de enamorados que tras treinta año de convivencia apenas se prodiga en
mimos y gestos de cariño.
La realidad de este país es la misma que la de otros muchos
del primer mundo: a la ciudadanía se la suda casi todo. Excepto ataques
directos a su integridad personal o familiar, la mayoría de gente se concentra
en salir adelante conforme dictan las costumbres sociales del momento y lugar.
Llama la atención en este contexto de apatía, que más de un
millón de catalanes se molesten en sacar cada día a la palestra la necesidad de
independizarse de España. Llama la atención que salgan a la calle a la mínima
que puedan y realicen manifestaciones pacíficas en un noventa y nueve por
ciento de los casos.
Sin embargo, los que asumen la responsabilidad y el papel de
reivindicar la españolidad del conjunto del territorio del estado actúan con
otras armas. Son una minoría agresiva y aunque están dirigidos en la sombra por
los grupos que día a día los retroalimentan, al final se quedan solos haciendo
el ridículo con sus testas rapadas y su simbología insultante de cariz
fascistoide.
Desde luego, si lo que quieren hacer es representar a
España, como mucho se están desprestigiando a ellos mismos y a los medios de
comunicación y poderes que tiran la piedra y esconden la mano.
Lo único que aportan a España es una imagen que cunde mucho
en Catalunya últimamente, es la de un país bárbaro, dictatorial y pendenciero.
Considero que España es otra cosa, pero visto que los que se
empeñan en reivindicarse como verdaderos paladines de la españolidad lo están
haciendo horriblemente mal y, en cambio, los catalanistas lo están haciendo muy
bien, hay que plantearse qué es España y quiénes la representan en realidad.
Creo que es hora de que la idea de España se lleve a un
debate nacional donde todas las partes, desde luego los partidos políticos,
pero también la Iglesia, los medios de comunicación y las organizaciones de
ciudadanos, reformulen la idea de España para que, al menos, si quieren reivindicar
su país se atrevan a desmarcarse para siempre de forajidos postfranquistas y
niñatos que adoran a Hitler.
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