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Postureo o pastoreo (esa chica guapa que viste como una pordiosera)

Paseos elegantes en las Ramblas en tiempos de hambre.
Qué sensación tan extraña me da repasar las imágenes de las ciudades, prácticamente cualquiera de Europa, en los años 20 y 30, y ver gente de toda condición con sus trajes elegantes, sus complementos, incluyendo un sombrero de ala ancha.

Vestir bien aunque no se tenga una perra gorda. Cada cual lo mejor que puede. Sobre todo los hombres, porque por desgracia las mujeres se quedaban en casa o empezaban a llenar las fábricas.

Estas imágenes en blanco y negro que, por supuesto, no representan a toda la realidad de aquella época ni a todos los grupos sociales están ahí: se pueden ver en multitud de documentales, reportajes, fotografías, etc. y el cine lo ha plasmado casi sin querer en multitud de títulos de la época.

El rey de los pijipis (pijos + hippies).
Hasta mediados de los ochenta, que es la década de mi infancia, era habitual que los domingos las familias humildes vistieran sus mejores galas, aunque fuera para dar una vuelta por la calle mayor a la vuelta de misa. Durante el resto de la semana, cada cual vestía lo mejor que podía. Normalmente, iba por barrios. Pero incluso en mi colegio público de pueblo y de barrio de extrarradio había quien podía llevar un polo Lacoste y lo llevaba. Eran una minoría. Y con la llegada de la adolescencia, ellos mismos se negaban a exhibirse, aunque no lograban resistirse a lucir los complementos deportivos más exclusivos. Era la edad de las marcas.

¿Sin un duro? No, es por gusto.
Yo mismo me avergonzaba de mis Paredes cuando veía al compañero de pupitre luciendo unas Nike Air. Y hasta que no me hice con unas J'Hayber del puesto de mercadillo, que consideraba que eran zapatillas notables porque costaban tres mil y pico pesetas, no dejé de darle la lata a mi madre.

Me consta que los chavales de hoy se pirran por el estilo callejero de los "skaters" y raperos. Incluso hay marcas supuestamente dedicadas al surf que, por algún motivo, se han colado entre gus gustos. Supongo que tiene que ver con el desenfado rebelde que venden estos grupos de música hip-hop vía Estados Unidos (pantalones inmensos a punto de mostrar los calzoncillos, zapatillas o botines robustos con los cordones desatados...).

Los niños normalmente se contagian los gustos. Son muy gregarios. Y parece ser que el criterio de los padres a la hora de vestirlos no existe o se ha plegado a la oferta unisex y globalizadora de los centros comerciales.

Perroflauta sin solfeo.
Los adolescentes intentan buscar su nicho entre las tribus urbanas disponibles (cada vez más aparentes, más parecidas y con menos sustancia) o se decantan por explotar su singularidad (o lo intentan). La minoría silenciosa se pone lo que encuentra en el armario, pero ya saben que no van a triunfar. Al menos, no podrán chirriar demasiado, porque seguramente sus mamás les han comprado la ropa del mismo sitio que sus amigos.

Otro asunto es el de la vestimenta de los adultos. Parece que entre las personas con estudios y cierto interés por los temas sociales se ha impuesto la ropa que parece de un montón de saldos de mercadillo.

Y dan el pego hasta que descubres una tienda selecta, autodenominada underground o indie, que vende esa misma ropa a precios astronómicos.

Al menos el misterio queda resuelto: ¿cómo puede ser que los trapos de ínfima calidad le queden tan bien a algunos? Muy fácil: son prendas de calidad, o al menos de una calidad superior a lo que se encuentra revuelto en un puesto de mercadillo, y están confeccionadas para que queden como si Brad Pitt interpretara a un atractivo músico sin un céntimo que toca en la calle y duerme en el metro.

Este postureo, como se ha puesto de moda, o impostura, como se ha dicho siempre, molesta en lo estético (a mí me molesta todo lo que es conscientemente falso), pero sobre todo preocupa cuando se extiende al plano ético.

Normalmente, además, la forma de vestir refleja una ideología. Las mismas personas que fingen que optan por tirarse en el suelo y vestir con harapos porque no comulgan con la sociedad de consumo tienen una buena cuenta bancaria cortesía de sus papás.

Sus intereses artísticos tienen que ver más con el ego que con el arte. Sus preocupaciones sociales tienen los topes demasiado cercanos y frágiles. En conclusión, su compromiso es de pega y su libertad, transitoria y subvencionada.

Por supuesto, algún neohippy convencido te encuentras en esta maraña de gente bohemia y grupos antisistema, que a menudo van de la mano, pero no necesariamente.

Me temo que son una minoría.
¿Princesa o mendiga? No se sabe.

No quisiera darle la razón a los reaccionarios que se espantan en cuanto ven a alguien con rastas o con las medias rotas y se caga en todos los perroflautas echándole las culpas de todos los males.

Supongo que es envidia. Da la sensación de que se divierten montando un corrillo en el suelo entre charcos, barro, polvo, alguna cagada de perro. Al fin y al cabo es su problema. ¿Qué mal hacen a la derechona española? A mí sí me tocan las narices alguna noche cuando se reúnen en la plaza a darle al tetrabrick de sangría Don Simón. Pero donde vivía antes tenía que soportar a los pijos de Sarrià montando un botellón con whisky de marca. El incivismo no se mide por la estética, ¡faltaría!, ni por la clase social (ni el consumo de drogas ni los beneficios que aportan a la sociedad).

De todas formas yo quería hablar de la impostura, de la gente que incomprensiblemente (a primera vista) se pone unos harapos encima pudiendo vestir de forma elegante. Es un enigma. Hasta cierto punto se entiende que un pobre quiera aparentar que no se muere de hambre llevando un traje. Es lógico dentro de una sociedad que juzga por las apariencias. También imagino que es fruto de la dignidad del ser humano. A nadie le gusta parecer menesteroso. ¿Qué es lo que ha ocurrido para que la gente quiera aparentar que no tiene dinero para vestir ropa en condiciones? Insisto: este enigma tiene trampa, porque hay marcas carísimas que se dedican a confeccionar colecciones enteras que hace treinta años no querrían ni los mendigos del metro.

En Francia hace mucho tiempo que se habla de esta gente que ha encontrado en la estética del pobretón desenfadado y feliz una forma de ir por el mundo. Se les llama BoBo (de bohemio burgués) y, desde luego, los sociólogos del país de al lado los han estudiado en el contexto de la posmodernidad sin entrar en casposos insultos como ocurre en España.

De todas maneras, el movimiento estético es global. ¿Cómo no?

Desde que unos pocos, muy influyentes, colocaron la falacia de que no existen las clases, de que todos somos clase media, cada cual sobrevive como puede. Ante la pérdida global de la identidad, lo más fácil es darla por perdida (absurdamente, porque la identidad es individual, no global) y seguir al resto de las ovejitas.

Y si no adoptas un estilo marcado, y tienes además la mala suerte de tener una fisonomía poco armoniosa o simplemente llevar gafas, siempre te puedes conformar con que te llamen freaky. La buena noticia es que las connotaciones negativas que tenía el palabro en un principio han quedado difuminadas. Como casi todo en esta época.

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