Nos están acostumbrando a documentales intimistas que
encierran relatos de la vida cotidiana de unos pocos seres que, a su vez,
transmiten sus sentimientos como si no fueran conscientes de estar delante de
una cámara. Son metaficciones poéticas, muy bellas, en las que no parece pasar
nada y al mismo tiempo ocurre todo lo que en realidad importa: los personajes
ríen, lloran, divagan, van a la compra…
De repente, aparece Ken Loach y te planta un documental panfletario
de la vieja escuela: imágenes de archivo convenientemente seleccionadas, voz en
off entrevistas a cámara de supuestos protagonistas de la "revuelta" de izquierdas después de la II
Guerra Mundial y, para finalizar, datos sobreimpresos en pantalla de la
privatización de Gran Bretaña en tiempos de la Dama de Hierro y que no cesaron
con el falso laborista que fue Tony Blair.
Todo ello envuelto en una epidermis de quejas sobre el
presente, terror por el futuro y nostalgia por el pasado. Primero se alaban los
primeros gobiernos laboristas, luego se condena el capitalismo y la cosa queda
en un grito de esperanza para que devuelvan el NHS (sistema público de salud)
al Estado, reabran las minas y, en general, nacionalicen todo lo que en su día
vendieron al mejor postor.
Son mensajes que muchos de los espectadores que pagamos una
entrada para ver un documental de un director de izquierdas encajaríamos sin
problemas en una charla informal, pero a una película seria (y ésta tiene poco humor), como a un ensayo, creo
que hay que pedirle más rigor.
En primer lugar, la gente que habla directamente a cámara.
¿Quiénes son? ¿Con qué autoridad hablan? ¿En qué se basan? Algunos son
jubilados, con todos mis respetos, de la clase obrera; otros, insatisfechos con
el sistema, pero ¿sobre qué bases argumentan sus opiniones? Es importante,
creo, saber de dónde sale la información.
Luego está la selección de opiniones. ¿No hay nada que
hicieran mal los laboristas en el 45? ¿No hay nada bueno que se pueda rescatar
del neoliberalismo de los ochenta? Vista la película, la respuesta es un
rotundo no. Para ser un sistema del que todos participamos, que nadie lo
defienda es como mínimo sospechoso.
Quizá por eso una de las principales tesis del documental se
vaya a pique sin remedio, y máxime colocado casi al final, a modo de corolario:
como el capitalismo ha demostrado ser un fracaso, hay que instaurar el
socialismo. Ojo, porque en el Este de Europa opinan exactamente lo mismo, pero
sobre el socialismo. Si hay un sistema que abominan muchos intelectuales y la ciudadanía en general de media Europa ése es el modelo socialista.
Por si fuera poco, una de las voces que intervienen en el
film se carga de un plumazo la posibilidad de derivar a un capitalismo híbrido,
que es, sin guerras de por medio, el primer paso obligado para transformar el
modelo económico. O socialismo o nada. Y como nadie le replica: así se queda.
La película de Loach vale como documento histórico. Aquellos
que no conocíamos el giro a la izquierda en la sociedad británica tras las dos
guerras mundiales, nos damos por enterados.
Quizá alguna sombra durante los más de treinta años antes de
la victoria de Thatcher habrían dado más relieve al conjunto
Además, volver una y otra vez sobre la bondad de los tiempos
“buenos” acaba resultando repetitivo.
Lo triste es que, sea cierto o no lo que nos cuenta Loach,
su concepción panfletaria del film lo convierte inevitablemente en un panfleto.
Gustará a todos los que abominamos de un modelo económico
que sólo beneficia a los poderosos, pero dudo que convenza a mucha gente.
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