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Malos tiempos para el PP: ¡ciudadanos al rescate!

Cuando los corruptos y sus cómplices se atrincheran en sus buhardillas de lujo, esculpidas y labradas con sudor y entusiasmo por las generaciones anteriores de ciudadanos, en su mayoría humildes, que no dan crédito a tanta desfachatez, porque todavía mantienen algunos valores y entre ellos no está la sinvergüencería, es cuestión de tiempo que la madera podrida, por más que la carcoma y la humedad se adhieran en las vigas, acabe por quebrarse.

El PP se sabe en extinción. Producto de su tiempo, se ha acabado retroalimentado con tanta desmesura, que ya es una caricatura de sí mismo.



Han conseguido arrebatarles a sus compañeros y enemigos, los socialistas, la imagen del pelotazo nacional. Y ahora más que nunca son la bandera de la parte más chusca de la Iglesia, los asignados a dedo, los desfalcadores, los propagandistas, los malos gestores, los políticos que ni saben dar una charla en castellano y mucho menos en inglés, los que se aferran a una mentira, los que trapichean con el sistema legal y jurídico para que los suyos no pisen la cárcel, etc.

En estos tiempos que los partidos se imponen a los Gobiernos hasta el punto que no sabes en qué momento hablan en nombre de uno o del otro; cuando está claro que todo depende de la financiación; cuando dejan patente que el dinero se queda en sus bolsillos, primero, y luego en el autobombo y la propaganda; cuando las diferencias entre ellos y nosotros se va agrandando; cuando un dato ridículo de la bajada del paro (31 personas) sirve para lanzar cohetes; cuando todo vale, todo acaba por ser insuficiente.

Querían llevarse los Juegos Olímpicos a Madrid para coger aire, para apuntarse el tanto y luego tirar del carro del triunfo, embargando más la ciudad, la comunidad y el país con más autopropaganda, con más obras faraónicas y con más promesas de milagros llovidos del cielo del COI.

¿Por qué? Por eso mismo, porque necesitan mantenerse unos años más, porque hay algunos que todavía no han colocado bien sus capitales, otros que necesitan medrar más, y luego querrían colocar a sus hijos, a sus nietos...

En la rueda de prensa, nada más pisar suelo argentino, la delegación española lo dejó claro: importa la inyección económica de unos Juegos Olímpicos e importa la publicidad de la conocida marca España. Luego, Ana Botella dejó traslucir sus miedos al repetir insistentemente que los españoles apoyaban las Olimpiadas. Ah, ¿es que teníais miedo de que sucediera al contrario?

El sábado, los miembros del Comité Olímpico pusieron en cuestión las garantías antidopaje del deporte español (y eso sí que sería haber hecho política: haber desterrado esa duda y no la del apoyo del pueblo) y muchos se preguntaban si con la que está cayendo en el país era el momento de embarcarse en una aventura costosa y de dividendos más bien inciertos, por más que nos quieran vender la burra de los burritos de oro de que las Olimpiadas siempre aportan beneficios a los países que las celebran.

Aparte, queda el ridículo de la alcaldesa de Madrid, dando una imagen de responsable política de una monarquía bananera. Y ni siquiera la han elegido los madrileños.

Lo siento por los señores y señoras de los globitos rojos frente a la Puerta de Alcalá, pero esto no hay por dónde cogerlo. Sobre todo, porque todos sabemos que, salvo catástrofe, los JJ.OO. de Tokio serán un éxito y lo de Madrid era una quimera incrustada en una burbuja con serias posibilidades de explotar.

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