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Nuevo éxito de Raval Sunrise

Desconozco el idioma, pero se entiende todo.
La novela inédita e impublicable (por culpa de los malditos edtores) de David Navarro ha servido para que un avispado camarero, modernamente llamado barman, invente una máquina del tiempo, viaje al pasado etílico e invente un cóctel de fama mundial: nada más y nada menos que el tequila sunrise.

Este buen paisano barman, amigo de mis amigos, no tuvo a bien registrar su invención, por lo que el cóctel pasó a formar parte de la mafia a la que algunos esnobs llaman acervo popular. Como suele pasar con la gran tradición atribuida al populacho, nadie tiene ni puñetera idea de cuándo se creó por vez primera tan generosa bebida. Ni siquiera se ponen de acuerdo en sus ingredientes ni, por supuesto, en su preparación que mi amigo el barman, que ya tiene los testículos octogonales de tanto sufrir plagios tras servir como camarero de cantina en un cuartel de Cartagena, ha conseguido propagar en varias versiones, todas falsas, por Internet.

Si obedecemos a la International Bartender Association, que es la que aparece en el sumun de la cultura (Wikipedia), resulta que el tequila sunrise se prepara con tres partes de tequila, seis partes de zumo de naranja y una parte de granadina.

El novelón (por interés mundial, no por extensión) de David Navarro se ha inspirado en la sonoridad del cóctel para realizar este artículo ya que su autor no ha probado el brebaje de su no-amigo barman en su vida. Ni siquiera era consciente de acercarse tanto al cóctel al titular su magna obra. Por tanto, niega con toda rotundidad haber probado una sola gota de la popularísima mezcla.

Harto ya de fingir que soy otro que el mismo David Navaro, autor de Raval Sunrise, voy a decir la verdad sobre el título de la novela. ¿Por qué no? En serio, ¿qué tiene de malo? El protagonista cataliza su gran neurosis en un pub oscuro al que llaman La Media Luna, sito en el Raval barcelonés. ¿Acaso sería mejor título éste? Imaginaos el bochorno que pasaría presentando el libro por Argentina. Sería como titularlo en España: la palmera de chocolate o el susu o xuxu, o como diablos se llame ese artefacto que derrocha azúcar y promete crema en su interior, pero sólo tiene en uno de los extremos.

¿Por qué sí? Podría decir que porque me da la gana, pero lo doy por supuesto. Sobre todo, lo he llamado así por dos motivos: un protagonista destacado es el barrio del Raval y todo el mundo bajo denominación ESO sabe que el vocablo inglés "sunrise" significa entre otras palabras malsonantes "amanecer".

Me gustó desde el principio. Tanto su sonoridad en seudoinglés, Raval Sunrise, como su significado en castellano, amanecer en el Raval. Además, los afortunados que lleguen al final de la novela sabrán que el juego de palabras no tiene más de caprichoso que este autor de modesto.

Otros títulos de los que hacen reír pensé para el libro, pero ya los he olvidado. La cantidad de tonterías que se te pueden ocurrir para dar con un título son comparables a pasarse unas Navidades en el escaparate de El Corte Inglés disfrazado de buceador. Actividad que no recomiendo salvo casos de extrema necesidad.

En cuanto al barman, ex amigo mío de su infancia, cruzó el límite y ahora es un beodo, chico viejo de los recados de una cantina del Raval, precisamente. Ya no se acuerda de haber inventado la máquina del tiempo (dicen que se la compró JJ Benítez para trazar su ambiciosa patochada por entregas, Caballo de Troya). Por supuesto reniega del tequila sunrise, porque a él ya le sobra la granadina y el zumo. Con el tequila tiene bastante. A falta de alcohol de curar, buena es una botella de este potingue de origen mexicano que tantos malos ratos ha hecho pasar a nuestras úlceras.

Podría seguir, pero incluso palestinos e israelís dejarán de pelear algún día. O eso espero.

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