Desconozco el idioma, pero se entiende todo. |
La novela inédita e impublicable (por culpa de los malditos edtores) de
David Navarro ha servido para que un avispado camarero, modernamente
llamado barman, invente una máquina del tiempo, viaje al pasado
etílico e invente un cóctel de fama mundial: nada más y nada menos
que el tequila sunrise.
Este buen paisano barman, amigo de mis
amigos, no tuvo a bien registrar su invención, por lo que el cóctel
pasó a formar parte de la mafia a la que algunos esnobs llaman
acervo popular. Como suele pasar con la gran tradición atribuida al
populacho, nadie tiene ni puñetera idea de cuándo se creó por vez
primera tan generosa bebida. Ni siquiera se ponen de acuerdo en sus
ingredientes ni, por supuesto, en su preparación que mi amigo el
barman, que ya tiene los testículos octogonales de tanto sufrir
plagios tras servir como camarero de cantina en un cuartel de
Cartagena, ha conseguido propagar en varias versiones, todas falsas,
por Internet.
El novelón (por interés mundial, no por extensión) de David Navarro se ha
inspirado en la sonoridad del cóctel para realizar este artículo ya
que su autor no ha probado el brebaje de su no-amigo barman en su
vida. Ni siquiera era consciente de acercarse tanto al cóctel al
titular su magna obra. Por tanto, niega con toda rotundidad haber
probado una sola gota de la popularísima mezcla.
Harto ya de fingir que soy otro que el
mismo David Navaro, autor de Raval Sunrise, voy a decir la verdad
sobre el título de la novela. ¿Por qué no? En serio, ¿qué tiene
de malo? El protagonista cataliza su gran neurosis en un pub oscuro
al que llaman La Media Luna, sito en el Raval barcelonés. ¿Acaso
sería mejor título éste? Imaginaos el bochorno que pasaría
presentando el libro por Argentina. Sería como titularlo en España:
la palmera de chocolate o el susu o xuxu, o como diablos se llame ese
artefacto que derrocha azúcar y promete crema en su interior, pero
sólo tiene en uno de los extremos.
¿Por qué sí? Podría decir que
porque me da la gana, pero lo doy por supuesto. Sobre todo, lo he
llamado así por dos motivos: un protagonista destacado es el barrio
del Raval y todo el mundo bajo denominación ESO sabe que el vocablo
inglés "sunrise" significa entre otras palabras
malsonantes "amanecer".
Me gustó desde el principio. Tanto su
sonoridad en seudoinglés, Raval Sunrise, como su significado en
castellano, amanecer en el Raval. Además, los afortunados que
lleguen al final de la novela sabrán que el juego
de palabras no tiene más de caprichoso que este autor de modesto.
Otros títulos de los que hacen reír
pensé para el libro, pero ya los he olvidado. La cantidad de
tonterías que se te pueden ocurrir para dar con un título son
comparables a pasarse unas Navidades en el escaparate de El Corte
Inglés disfrazado de buceador. Actividad que no recomiendo salvo
casos de extrema necesidad.
En cuanto al barman, ex amigo mío de su infancia,
cruzó el límite y ahora es un beodo, chico viejo de los recados de
una cantina del Raval, precisamente. Ya no se acuerda de haber
inventado la máquina del tiempo (dicen que se la compró JJ Benítez
para trazar su ambiciosa patochada por entregas, Caballo de Troya).
Por supuesto reniega del tequila sunrise, porque a él ya le sobra la
granadina y el zumo. Con el tequila tiene bastante. A falta de
alcohol de curar, buena es una botella de este potingue de origen
mexicano que tantos malos ratos ha hecho pasar a nuestras úlceras.
Podría seguir, pero incluso palestinos
e israelís dejarán de pelear algún día. O eso espero.
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