Imagino que Argo es el tipo de película que Steven Spielberg quiso rodar cuando planteó el proyecto de Munich, film que trataba de reconstruir operaciones especiales en el marco del terrorismo y la crisis de los setenta.
Sin embargo, es Ben Affleck el realizador de una película que funciona a varios niveles, lo que a la postre le confiere un estatus de obra artística de referencia que desde su estreno perdurará en el recuerdo.
Si le pedimos a Argo, como a Zodiac (David Fincher), que nos traslade unas décadas hacia atrás, la película lo consigue con su aspecto visual, desde los escenarios a las caracterizaciones pasando por el granulado de la película o la banda sonora.
Como thriller, transcurre con solvencia, porque también te deja amarrado a la butaca tirando de suspense, del que se intuye y se palpa por las situaciones que se crean (y sin echar mano de excesiva pirotecnia) y por el que transmiten los primeros planos de los personajes en un afinado ejercicio de introspección psicológica.
También posee herramientas suficientes como para suscitar acalorados debates ideológicos, pues en el empeño de Affleck por resultar ecuánime sale tan bien parado su trabajo que despierta inevitablemente las sospechas.
¿Dónde está el truco?
Quizá en nuestra mirada occidental. Si conseguimos despegarnos de ella, advertiremos el retrato de los iranís como una masa que representa al mundo islámico y cuyas maneras son más animalescas que propias de las personas.
Sin embargo, el esfuerzo del realizador por levantar la alfombra y mostrar las miserias de los distintos frentes internacionales en plena Guerra Fría no caen en saco roto. El espectador tiene, en todo momento, la sensación de asistir a un trabajo honesto en el que los responsables de esta historia que va más allá de ella misma operan con la humildad necesaria para reconocer, antes de acusar a otros paises, las manipulaciones imperialistas de un Estados Unidos que jugó con el tablero del mundo con una desfachatez asombrosa.
Si acaso sobra algún intento de equilibrar la balanza al edulcorar una muy secundaria historia sobre una criada que la ineligencia del público no debería tomar como una metáfora de los musulmanes que no hacen ruido, porque no cabe duda de que existen, sufren y pierden como los demás.
Ignoro. mal que me duela, la validez de Argo como documento histórico, pero esto, hablando de una película excepcional es, permítanme la licencia, un plus que no hay que exigirle a un solvente trabajo.
Sin embargo, es Ben Affleck el realizador de una película que funciona a varios niveles, lo que a la postre le confiere un estatus de obra artística de referencia que desde su estreno perdurará en el recuerdo.
Si le pedimos a Argo, como a Zodiac (David Fincher), que nos traslade unas décadas hacia atrás, la película lo consigue con su aspecto visual, desde los escenarios a las caracterizaciones pasando por el granulado de la película o la banda sonora.
Como thriller, transcurre con solvencia, porque también te deja amarrado a la butaca tirando de suspense, del que se intuye y se palpa por las situaciones que se crean (y sin echar mano de excesiva pirotecnia) y por el que transmiten los primeros planos de los personajes en un afinado ejercicio de introspección psicológica.
También posee herramientas suficientes como para suscitar acalorados debates ideológicos, pues en el empeño de Affleck por resultar ecuánime sale tan bien parado su trabajo que despierta inevitablemente las sospechas.
¿Dónde está el truco?
Quizá en nuestra mirada occidental. Si conseguimos despegarnos de ella, advertiremos el retrato de los iranís como una masa que representa al mundo islámico y cuyas maneras son más animalescas que propias de las personas.
Sin embargo, el esfuerzo del realizador por levantar la alfombra y mostrar las miserias de los distintos frentes internacionales en plena Guerra Fría no caen en saco roto. El espectador tiene, en todo momento, la sensación de asistir a un trabajo honesto en el que los responsables de esta historia que va más allá de ella misma operan con la humildad necesaria para reconocer, antes de acusar a otros paises, las manipulaciones imperialistas de un Estados Unidos que jugó con el tablero del mundo con una desfachatez asombrosa.
Si acaso sobra algún intento de equilibrar la balanza al edulcorar una muy secundaria historia sobre una criada que la ineligencia del público no debería tomar como una metáfora de los musulmanes que no hacen ruido, porque no cabe duda de que existen, sufren y pierden como los demás.
Ignoro. mal que me duela, la validez de Argo como documento histórico, pero esto, hablando de una película excepcional es, permítanme la licencia, un plus que no hay que exigirle a un solvente trabajo.
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