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Gaza y el arte

Como todo hijo de vecino, había visto numerosos reportajes y noticias sobre el conflicto de Gaza, pero casi siempre desde un punto de vista poco reflexivo, cuando no propagandístico.

Casualmente, he visto la película Una botella en el mar de Gaza (Thierry Binisti, 2011) y he leído la novela gráfica Crónicas de Jerusalén (Guy Delisle, 2012). También por casualidad, unos días después de ver el film.


La película no es ninguna maravilla, se sujeta al buenismo de los dos protagonistas que encarnan a su vez la inocencia de los palestinos de Gaza y los israelís de Jerusalén para venir a decir que en los dos lados hay gente mala y buena. Por suerte, la historia que cuenta es más interesante porque bebe de la comedia romántica estadounidense de finales del siglo XX para meterle un gol por toda la escuadra. El punto de vista es un tanto postadolescente. Y es por eso que dentro de un par de años no habrá manera de encontrar esta película en ninguna parte.

Respecto al cómic, Guy Delisle tiene la suerte o la desgracia de vivir temporadas en los sitios menos apacibles del planeta, Corea del Norte, Birmania y ahora los suburbios de Jerusalén. Sus novelas gráficas son como reportajes teñidos de sus experiencias autobiográficas a modo de diario. Aunque no me gusta su forma de dibujar, por esquemática y abocetada, me parece que tras sus obras hay un trabajo profundo de síntesis. Y cuesta decir eso cuando Crónicas de Jerusalén supera las 300 páginas.

El caso es que, tras ver un aceptable film y leer un notable cómic, tengo la sensación de estar más cerca de la realidad de Gaza que depués de haber pasado por toda una maratón de documentales sobre el consabido conflicto judío-palestino.

Es una prueba más de que el arte, en cualquiera de sus expresiones, transmite más realismo que una demostración fehaciente de la realidad.

Obviamente, el arte presenta filtros y las noticias y documentales tienen los suyos propios. Pero en las manifestaciones artísticas los filtros quedan más a la vista, mientras que todo medio de comunicación trata de ocultar los suyos por ese engaño -quimera para los ingenuos- que es la objetividad.

Además, creo mucho más en la honestidad de unos artistas que en la de unos reporteros al uso que, a fin de cuentas, responden a los criterios de un grupo empresarial que busca un objetivo: acumular audiencia, en la mayoría de los casos.

Ahora mismo no podría dar ni un solo dato estadístico sobre los habitantes de Gaza (podría hacer "trampas" y buscar simplemente en Wikipedia o en algún sitio más especializado), pero he conectado con los sentimientos de un extranjero ante el muro de la vergüenza o los duros trámites de un palestino para pasar por los controles de Gaza.

En el futuro espero acceder a más obras sobre la vergonzosa situación de un país dentro de otro, en los que personas, y no personajes, sufren cada día para llegar a las cotas más bajas de nuestra realidad cotidiana. ¿Los dos bandos por igual? No, la mayoría de los palestinos viven como perros.

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