Lo imposible es un titulo muy bien
traído para abordar una historia basada en hechos reales que, a la
postre, cuesta creer en la pantalla.
Empieza la película de Bayona, casi
sin palabras, con la lucha desesperada de una familia dividida por el
tsunami, una familia que se disgrega a la fuerza y cuyo instinto les
otorga fuerzas para mantenerse unidos. Ahí tenemos el viejo mito de
los dioses contra los hombres. Pura épica.
Luego, el caos humano toma el relevo de
los desórdenes naturales y muestra, sin subrayar, la incapacidad de
un pueblo que no estaba preparado -como si alguno lo estuviera- para
un desastre de estas características.
Sin embargo, en Lo imposible prima una
filosofía vitalista, optimista cien por cien, que destaca el
esfuerzo y el logro humano en las situaciones más complicadas.
A medida que transcurre el relato, los
primeros planos, las lágrimas, se van adueñando de la pantalla. Las
palabras también. Y el guionista Sergio G. Sánchez tiene que pagar
el tributo de la superproducción y lograr que todo cuadre y que,
irremediablemente, parezca forzado.
Sin embargo, la primera parte del film
presenta una fuerza de un vitalismo desgarrador y, aunque Bayona no
niegue la catástrofe, en el espectador se instala la esperanza.
Es cuando se vislumbran los acercamientos felices cuando uno se siente más desamparado.
Colosalmente dirigida y muy bien
llevada por los actores protagonistas, conviene olvidar pronto el
final de la película y guardar para siempre en la retina un arranque
tan poderoso como la capacidad del cine para contar tanto en tan poco
tiempo.
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