Es el sino de los españoles, quizá
también de los ibéricos (hispanolusos, me refiero) y hasta cierto punto de los mediterráneos:
hay un gen cultural que nos impide evolucionar de acorde a una
civilización legalista, como la que trata de imponerse en Occidente.
Lo nuestro es saltarnos las normas,
tirar por la calle de enmedio o salir por la puerta de atrás. Yo no
sé si existe ese estigma en la cultura, que se incrusta en las
generaciones como si la sociedad tuviera sus propios genes. A veces
me da por pensar que se trata de algo más sencillo, tan facilón que
no queremos verlo.
En este país hay un clima estupendo,
incluso en los lugares más agrestes. El frío del Norte, sus
constantes lluvias, son una broma en comparación con lo que ocurre
en países no tan lejanos como Alemania. No hablemos de Escandinavia.
Del mismo modo, donde hace mucho calor, no se sufren los rigores de
muchas regiones del mundo.
Gozamos de una gastronomía riquísima.
Además, nos gusta comer y estamos enamorados de nuestra comida. Esto
es importante, porque de nada serviría saber cocinar unos
ingredientes, dicho sea de paso de primera calidad, si la gente no lo
disfrutara.
Sin embargo, y para averiguar el motivo
no creo que haya suficientes sociólogos en la Tierra, las
condiciones laborales en España son arcaicas. Es decir, siguen
patrones de la revolución industrial, de la de Dickens y sus
novelones. Los empleadores sospechan de sus trabajadores
constantemente, los vigilan, les pagan poco y los atan a jornadas
laborales que ocupan todo el día. Y lo peor de todo: las empresas
españolas no son productivas.
O sea, los españoles, que viven en un
lugar privilegiado y que saben disfrutarlo, malgastan la mayor parte
de su tiempo laboral y no saben enmendarlo.
¿Y qué ocurre con sus gobernantes?
Según los más fiables indicadores internacionales, España está
entre los países más corruptos del mundo. Ni siquiera es necesario
tirar de estadísticas: los periódicos conforman una tragedia
diaria. En tres actos. Primero, roban, extorsionan, prevarican, etc.
En segundo lugar, escapan de la justicia, muchas veces absueltos. Por
último, los ciudadanos los vuelven a votar.
Por eso, y no sólo porque la Historia
lamentablemente me da la razón, considero que los españoles no
tenemos remedio. Porque la gran mayoría de los españoles sabe
exactamente en qué apartados se sobrepasan los grupos de poder,
políticos, bancos, medios de comunicación, etc. del país y, no
obstante, les siguen brindando su apoyo.
Los españoles, por ejemplo, consideran
que es una burrada que una familia que no puede pagar su hipoteca se
quede en la calle y continúe pagando al banco y no exige a sus
representantes políticos que cambien las leyes. Pregúntales, que se
llevarán las manos a la cabeza. Pero ya está.
Por desgracia, incluso los que no
quieren ser españoles se comportan como españolísimos. Hablo de
Catalunya ahora. Artur Mas se mantiene durante años contrario a la
independencia y a los dos años de gobernar y darle la vuelta al
estado del bienestar catalán se autoerige como el abanderado de la
Catalunya lliure. Y los catalanes, que no son tontos, saben que es
una cortina de humo. Hombre, el deseo es real. Cualquier nacionalista
prefiere apartarse de la metrópoli que subyugarse a ella, visto
desde un prisma en el que unos estados secuestran a otros
(normalmente, los fuertes a los débiles).
Lo que ocurre es que ningún deseo, por
poderoso, respetable e incluso hermoso que sea, puede tapar las
injusticias de lo que ocurre en eso que podemos llamar cronología de
hechos o, si lo prefieren, realidad (porque este paréntesis debe
quedar claro: una cosa es lo que sucede y otra lo que se desea que
sucediese).
Está claro que los españoles han
creado una realidad paralela que sólo existe en el imaginario
colectivo. Parece que han tomado lo mejor de la geografía, el clima
y la cultura y lo han pasado por la coctelera romántica de lo que
uno desea para los suyos, que es lo mejor, y con esa pantalla en
constante función idealista van tirando, aunque en el escenario del
día a día asistan a las mayores infamias que uno pueda imaginar.
Sinceramente, al estado español no hay
otra forma de arreglarlo que mandarlo a los leones europeos. Que se
lo merienden los alemanes, los suizos o los daneses, que procreen, y
cuando, dentro de muchas generaciones, haya españoles
suficientemente mezclados con los europeos del norte que gestionen
los destinos de un país al que amen como algo propio, entonces
España tendrá futuro.
Pueden empezar por el sistema
democrático: que miren hacia Suiza, donde los ciudadanos son
consultados para tomar las decisiones importantes.
Llámenme drástico, pero en algunas
repúblicas del África negra adornan las esquinas con los cadáveres
de sus dirigentes corruptos. Y esta solución me parece peor que la
que planteo.
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Me encantó leerte, un saludo para el blog!