Ahora que me encuentro entretenido recreando el Salvaje Oeste que nunca experimenté con personajes que nunca conoceré, me ha dado por sospechar sobre la honradez de toda la ficción histórica que he leído en mi vida.
Para documentarme, aparte de los libros y de las películas sobre el género del western, he tenido que leer reseñar y críticas. Y me he encontrado con una buena ración de acusaciones: que si hay un tratamiento machista de la mujer, que si a partir de los sesenta todo el mundo pinta a los indios como hermanos de la caridad, etc.
Pero, si los habitantes del Salvaje Oeste eran, en su mayoría, machistas, racistas, xenófobos y salvajes, ¿acaso hay que mentir para asegurar el disfrute del lector?
A mí, que me interesa explorar la diferencia, me cuesta creer que nunca se cumpliese el tópico, como parecen contravenir los críticos: ¿por qué no pudo haber indios más íntegros que los defensores de la ley occidentales? ¿Por qué no, prostitutas con alma y amas de casa despiadadas?
Desde luego, creo que escribir una novela fidedigna desde el siglo XXI sobre sucesos históricos desde una distancia abismal histórica y geográfica acarrea un proceso necesario de ficción, que no de mentira.
Exactamente igual que cuando se habla de la vecina del cuarto en el descansillo de la escalera. ¿Acaso podemos atrevernos a asegurar que nuestro juicio sobre la enigmática señora se corresponde a la realidad?
Para documentarme, aparte de los libros y de las películas sobre el género del western, he tenido que leer reseñar y críticas. Y me he encontrado con una buena ración de acusaciones: que si hay un tratamiento machista de la mujer, que si a partir de los sesenta todo el mundo pinta a los indios como hermanos de la caridad, etc.
Pero, si los habitantes del Salvaje Oeste eran, en su mayoría, machistas, racistas, xenófobos y salvajes, ¿acaso hay que mentir para asegurar el disfrute del lector?
A mí, que me interesa explorar la diferencia, me cuesta creer que nunca se cumpliese el tópico, como parecen contravenir los críticos: ¿por qué no pudo haber indios más íntegros que los defensores de la ley occidentales? ¿Por qué no, prostitutas con alma y amas de casa despiadadas?
Desde luego, creo que escribir una novela fidedigna desde el siglo XXI sobre sucesos históricos desde una distancia abismal histórica y geográfica acarrea un proceso necesario de ficción, que no de mentira.
Exactamente igual que cuando se habla de la vecina del cuarto en el descansillo de la escalera. ¿Acaso podemos atrevernos a asegurar que nuestro juicio sobre la enigmática señora se corresponde a la realidad?
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