Resumir en dos, sólo dos,
las principales ignominias a las que nos hemos enfrentado en las
últimas décadas entraña una injusticia o un defecto de ignorancia
extrema.
Así pensarán los que hayan
sufrido más directamente que en Occidente las decenas de cruentas
guerras de África, los innumerables atropellos a la democracia
(también en Europa), las aberrantes políticas contaminantes, la
perpetuación de las hambrunas en contraposición con las sociedades
en las que aumenta la sobrealimentación y deben eliminarse los
alimentos por orden de las autoridades (las famosas cuotas).
Hablo pues desde un prisma
sesgado, incapaz, sea por ceguera o por mis limitaciones, de abarcar
toda la ignominia humana, o acaso la más mediática.
Resumiéndolo a dos, pues,
me atrevo a decir que la primera fue la aprobación de la
intervención armada en Iraq cuando casi todos sospechábamos que no
había fundamentos legales para declarar una guerra que, por otra
parte, muchos (¡muchísimos!) considerábamos que acabaría
agravando la situación.
La gente, al menos en
Occidente, se opuso a una guerra cantada mientras varios medios de
comunicación señalaron las cartas marcadas del principal valedor de
la guerra, George Bush (o Estados Unidos). Se presionó, se mintió y
se mató provocando un desastre de todavía imprevisibles
consecuencias en un país lejos de levantar cabeza. Y nos opusimos,
pero milagros de la democracia: no importó la protesta casi unánime.
Ahora mismo estamos viviendo
un proceso similar: en toda Europa se está desmantelando lo que
queda de aquel sueño del estado del bienestar en pos de una política
de austeridad que terminan siendo recortes sobre un progreso ya
sesgado por la propia crisis.
Igualmente,
la ciudadanía sabe que austeridad equivale a peores condiciones de
vida y que resulta más doloroso cuando los culpables de la crisis no
son las personas de a pie, sino ese entramado
bancario-financiero-bursátil que convierte el producto del trabajo
de la gente en meras apuestas por Internet.
Pocas
personas informadas quedan por creerse la milonga que recortar
presupuestos, sobre todo en las partida públicas y sociales, sirvan
para algo más que para allanar el camino a las privatizaciones, la
injusticia social y las diferencias de clase.
Sin
embargo, seguirán con sus amenazas, sus recortes y no cejarán hasta
cobrarse su pieza. Con un componente extra de desasosiego: ¿hasta
cuándo? Puesto que los márgenes entre los partidos políticos
convergen cada vez más y el electorado sufraga opciones que amenazan
su propia razón de ser, la incógnita es aterradora.
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