Los rodeos siempre acaban mal. |
A mí, como cualquier persona nacida en el último tercio del siglo XX, me sobran las influencias y, como buen hijo de la posmodernidad, no toleraré que nadie me prejuzgue por ellas.
Como fui un chico de barrio, de bien pequeño me apasionaron las máquinas recreativas. Costaba un riñón cada partida, prácticamente un cuarto de dólar por contextualizarlo, y las partidas duraban bien poco a no ser que tuvieras un don que nadie sabe en qué consistía.
Yo era malo de solemnidad, como todos los chavales nerviosos, y una de las maquinitas que me sacaba de quicio era el clásico del sello Capcom, Commando.
Los entendidos lo definirían como un mata-mata de scroll vertical en el que un soldadito (tú o yo) teníamos que esquivar las balas, que más bien parecían pelotas de baloncesto, y disparar a los soldados para no sé qué objetivo.
¿Un cañón, un elefante, un helicóptero...? |
Milagros del consumismo, conseguí hace un tiempo uno de esos aparatos, Dingoo, que te permiten jugar a los viejos entretenimientos de los ochenta. Y dependiendo del soporte que emule, en este caso la NES, puedes incluso continuar la partida.
Es así que, veintisiete o veintinueve años después, he conseguido pasar de pantalla. ¿Haciendo trampas? Sí, claro. Pero ya me gasté el dinero que no tenía en intentarlo. De todas formas, me llama la atención de que incluso en algo tan vano y lúdico como rejugar a una reliquia haya optado por la autopista express.
Más o menos como los intelectuales de nuevo cuño que, tan pronto redescubren a Borges como sacan pecho hablando de su afición a los videojuegos de salón y muy sillón mío.
Si quieres jugar online a Commando, pulsa en el título.
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