A este paso Antonio de la Torre va a tener que aprender francés y cruzar los Pirineos. El cine español se le queda corto. Y eso que de vez en cuando llegan películas muy estimulantes como Grupo 7.
A la nueva película de Alberto Rodríguez (7 Vírgenes) le sobran motivos para convencer en la taquilla, pero se ha quedado a mitad de camino para convertirse en un film memorable.
No quiero que se me malinterprete. Grupo 7 es una de las mejores películas españolas de los últimos años. Está muy buen interpretada y mejor montada . Además, su guión acentúa la psicología de los personajes a pesar de que la acción apenas se detiene en ningún instante.
Aparte, la localización en una Sevilla atemporal durante los años ochenta de la droga dura logra que uno se pregunte si lo que está viendo en la pantalla es real o ficción.
Por si fuera poco, el film toca un tema de fondo que todavia está patente en la política española: el fin justifica los medios, incluso si el fin sólo funciona aparentemente.
Por si fuera poco, el film toca un tema de fondo que todavia está patente en la política española: el fin justifica los medios, incluso si el fin sólo funciona aparentemente.
Es interesante recalcar que, como mecanismo de ficción, Grupo 7 alcanza sus objetivos: entretener, estremecer y tocar el lado sombrío de la realidad de una época en España que por desgracia recuerda mucho a la situación actual.
Más interesante resulta analizar por qué este film no llega a ser redondo. Principalmente, porque la trama principal no acaba de despegar. Es plana, demasiado, y se queda en evidencia ante las subtramas, mucho más interesantes. En Grupo 7 importan más los personajes, sobre todo los dos policías de mayor rango (Mario Casas y Antonio de la Torre), que el final de la historia.
Al terminar la película uno tiene la sensación de haber visto el mejor capítulo de una serie policíaca un poco larga. Tal y como está montado el film, termina justo cuando la historia demanda al menos treinta minutos más con sus respectivos giros para aclarar el panorama de al menos uno de los protagonistas. La ventaja de este tratamiento es que acaba imperando un sabor a desolación que encaja perfectamente con lo sugerido por las imágenes.
Sin embargo, y siguiendo con las víctimas de una apuesta arriesgada, demasiados secundarios desaparecen cuando logran captar nuestra atención, algunos de manera efectista y forzada.
En general, la fuerza de los personajes demanda más al tratamiento de la historia, que con un ritmo aceleradísimo se deja en el camino el calado humano que respiran todos los participantes de la función.
Sin embargo, lo que irrumpe en la pantalla, y no lo que nos gustaría, es suficiente reclamo para presentar una película policíaca con una intensidad palpitante. La miseria moral de los delincuentes se suma a los problemas de los protagonistas, que no tienen nada de cartón-piedra, como tampoco ocurre con los escenarios o sus maravillosos secundarios. Todo el conjunto trasciende al frenesí de la acción. Pero qué le vamos a hacer, nos quedamos con ganas de más.
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