Hay mañanas en las que me siento en la terraza de un café y me quedo un rato mirando a la gente como si pudiera adivinar de dónde vienen y a dónde van. No parece que nada extraordinario les pueda suceder. Observarlos durante más de unos segundos me fatiga. En otras ocasiones, una de esas personas habla o sonríe, y todo cambia. De pronto, sé que ha pasado por trances muy complicados en su vida. Algunos no sé si los podría resistir yo mismo.
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