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Mostrando entradas de julio, 2015

El asombro que no cesa

Hay mañanas en las que me siento en la terraza de un café y me quedo un rato mirando a la gente como si pudiera adivinar de dónde vienen y a dónde van. No parece que nada extraordinario les pueda suceder. Observarlos durante más de unos segundos me fatiga. En otras ocasiones, una de esas personas habla o sonríe, y todo cambia. De pronto, sé que ha pasado por trances muy complicados en su vida. Algunos no sé si los podría resistir yo mismo.

Decepcionado, en general

Como el gato que fue a buscar amigos y cayó en una jaula de perros. Como la lluvia que regó el desierto. Como un rayo de luz en mitad de una tormenta. Como la luna que quiere brillar en pleno día. Pensaba que era una buena persona, un tío memorable, y quise tener amigos a la par de esa imagen. Cuando me quedé solo, descubrí que era bastante más mediocre de lo que pensaba. Pero ya era tarde. La soledad no es un estado. Es un agujero en el alma.

Cara a cara con el abismo

Descarto la nostalgia de los días pasados cuando me asomaba al vacío, pero no era tal vacío, porque vislumbraba un puente con rumbo a los proyectos que en aquel momento me hacían sentir vivo. Sentirse vivo entraña temer a la muerte. Entonces la vida no se vivía conscientemente. Por supuesto que se vivía el presente, pero era como respirar. No le dábamos importancia. Al salir por la escalerilla de los veinte años, la vida, lo que nos parecía vital, era conseguir los proyectos. Por aquel entonces pocas cosas parecían imposibles.

Un aullido de silencio entre el ruido

La furia y el hastío se anulan, no necesariamente al fundirse, en el retiro que uno trata de eludir, pero que está ahí, necesario como el abrazo de una madre. Cuando la soledad es una cárcel, aflora la ortiga del rencor o suena la dulce música de la melancolía. Si la soledad es voluntaria, los sentimientos se difuminan como granos de arena en el desierto. A veces, sin embargo, uno siente miedo de la irremisible vuelta al ruido de las metas lejanas, los trabajos pecuniarios, las relaciones sociales, y todo eso que te engulle mientras crees que estás viviendo. Entonces pruebas a ahogar un grito de silencio en los poco transitados caminos del destierro. Sólo para demostrarte que sigues siendo capaz de correr.

De la distancia nace el olvido

Alguna vez me ha ocurrido que al remontar la cuesta de un camino, con el cielo turbio, he intentado volver a ver aquel penacho gris donde alguien colocó una cruz y, por lo que sea, no lo he podido distinguir. Esto me ocurrió varias veces. Luego dejé de recorrer el mismo camino, porque se me antojó monótono y, de esa manera, olvidé para siempre que algunas veces me recreaba en la contemplación del penacho con la cruz plateada. De alguna forma la cruz y el penacho dejaron de existir. Supongo que también me borré del paisaje si es que alguien, desde los cerros aledaños, me veía pasear de vez en cuando.

Parábola del animal social de segunda categoría

Conozco gente que no celebra su cumpleaños porque no tiene prácticamente nada que ofrecer a sus invitados, ni siquiera un sitio donde celebrar una fiesta. Consecuentemente, lleva su efemérides en secreto y apenas sus familiares más directos le felicitan cuando llega su día.

Poltergeist: subrayando logros ajenos

Un buen remake debería relanzar una historia, cuyo estilo ha envejecido. Pero los mejores revisiones son aquellos que pulen los defectos del original. Vaya por delante: creo que el Poltergeist original sigue generando las mismas emociones ahora que cuando se proyectó. O séase, que era mala candidata para una actualización. Sin embargo, este remake generó un interés razonable entre los aficionados al género. Y fui con la esperanza de encontrarme algo nuevo. La realidad es que han cogido el guión y, salvo algunos detalles sin importancia, han respetado cada momento impactante del film original con tedioso respeto.

Ficcionados

Cada vez más estoy convencido de que las personas que vivimos al otro lado de las pantallas digitales estamos ficcionados. De pronto, el parado de la esquina se convierte en superestrella de la televisión porque tiene, como le ha ocurrido siempre, los ojos de un azul muy intenso. Al mismo tiempo, el gafitas que iba con nosotros al colegio triunfa en Internet porque cuenta los mismos chistes de siempre en vídeos muy bien editados. Resulta también que el tipo del primero, el que no sabemos a qué se dedica, conduce el mismo coche que el protagonista de una serie de televisión.

Nuestro último verano en Escocia: agradable viaje sin sobresaltos

Después de ver este film, uno entiende que lo detestable no son tanto las fórmulas prefabricadas para obtener éxito como las malas películas sin espíritu, sin sentimiento. En ese sentido, resulta curioso que este film para toda la familia no haya conseguido el éxito esperado, pues reúne todos los ingredientes para ser un taquillazo. Por otro lado, sorprende también que resulte fresca pese a que su historia se ciña a un molde millones de veces usado. Aunque en su vertiente cómica Nuestras último verano en Escocia (odiosa traducción del título original) presenta muchos golpes sorprendentes, normalmente ironizando sobre lo políticamente correcto y sus límites, no es una obra original. Sin ir más lejos, el referente de Cuatro bodas y un funeral pesa como el plomo. También se detectan, tanto en la trama como en las situaciones familiares, trazos de Little Miss Sunshine . Y como nace de un molde universal, es sencillo detectar ecos de otras películas.

La Barcelona de cemento: ¿ecologismo o cicatería?

Parc del turó del Putget: ¿zona verde o secarral? Ada Colau, ahora que es alcaldesa, debería proponer una política menos ecológica en cuanto a los parques y jardines de Barcelona. Los anteriores alcaldes de la ciudad decidieron no dañar planta ni árbol alguno al tomar la decisión de poblar de cemento cada plaza y lugar de descanso urbano. En ocasiones, dejaron una zona plantada con un híbrido entre césped y musgo que enseguida conquistaron los perros y sus dueños, con su don de gentes y su facilidad para esparcir su afición perruna por todos los espacios del parque.

Mad Max y el tedio del desierto

Pinta fiero, pero es fácil de matar. ¿Es esto spoiler? En rara ocasión me he sentido más soliviantado con las críticas que con las que han aupado a la última Mad Max. Su casi unánime aplauso debería alimentar las sospechas de los espectadores, pero, afortunadamente, el público no lee críticas. En algunas crónicas se destaca el trabajo del protagonista y, bajo manga, se echa por tierra la labor de Mel Gibson. A mi juicio, su sustituto, Tom Hardy, confunde sobriedad con hieratismo. Su expresión congelada no transmite nada. La de Gibson era la interpretación de un hombre torturado, la de Hardy, la pesadez de un rostro de palo.