Gravity: a simple vista, una película de pocos personajes
envueltos en un diálogo con muchos silencios. Sobre todo, el fruto de un
guión sin estrabismos que, pese a su aparente simplicidad (o por eso mismo),
funciona como un reloj. La apariencia de la sencillez de la propuesta oculta un
rodaje ultracomplicado. Los efectos lo son todo, pero cada uno de ellos es
necesario para crear un ambiente opresivo en el que el espacio (como lugar y
como Universo) y el tiempo crean la tensión mientras que los actores, a menudo
dos (disculpa la imprecisión, pero no quiero caer en el “spoiler”), luchan por
la supervivencia (por la propia, por la ajena y, por momentos, parece que de la
especie). Es por ello que la tecnología punta y los instintos atávicos casan a
la perfección.
Lástima que la música rompa el silencio de un cosmos en paz,
pero Alfonso Cuarón, que en esta película se arriesga mucho, no quiere apostar
ni un milímetro de la tensión para conseguir su propósito: mantener al
espectador pegado a la pantalla. Y lo consigue.
En el apartado técnico y de momento, los especialistas de la
NASA sólo han objetado el movimiento de los cabellos sin gravedad a una
película a la que se le pueden reprochar pocas cosas, sobre todo si se disfruta
en 3D (si acaso que la propia tecnología en 3 dimensiones y las gafas usadas
hacen que se oscurezca la imagen).
En conclusión, Gravity es única porque podría haber caído en
el esteticismo hueco, al igual que podría haberse convertido en una serie de
diálogos filosóficos a cuenta de la existencia humana en medio del todo o la
nada.
Algunos pensarán que
el final es previsible y que Cuarón podría haber rodado algo más trascendente
en lugar de una película altamente entretenida y tensa, al tiempo
claustrofóbica y agorafóbica. Quizá el director y coguionista, junto a su
hermano, crea que la filosofía debe desarrollarse en el cerebro del espectador.
Él ya le ha proporcionado la emoción y la belleza.
Rush: sería un tópico insistir en que no hace falta ser
aficionado a las carreras de Fórmula 1 para disfrutar de este espectáculo, que
de por sí ya son las imágenes de los bólidos.
La imagen granulada, en según qué salas parece pixelada, dan
la apariencia de unos años setenta que se complementan con la ropa y los
peinados de los actores y de los muchos figurantes. No es el punto fuerte de
este film, sobre todo las caracterizaciones de los dos actores que encarnan a
Hunt y Lauda.
Se trata de un duelo, pero no es un western camuflado. Es una historia compleja de dos seres humanos unidos por su pasión por el motor, pero con variantes muy importantes. Uno quiere vivirse la vida a tragos; el otro aspira a la gloria. Los dos, para mirar a la cara de la muerte en cada carrera, han de estar necesariamente locos. Tan locos como cada uno de nosotros.
Los saltos en el tiempo resultan fundamentales para no
estropear la fiesta a quienes conocen la historia del duelo. También aportan un
plus de variedad a lo que en otro guión podría haberse convertido en una
sucesión de carreras con pausas dramáticas.
Aquí, manda el drama personal de los protagonistas y durante
los fragmentos de las carreras filmadas el director, Ron Howard, no subraya ni
anticipa de ninguna manera lo que puede suceder, excepto en una ocasión.
Recomendable a pesar del lastre de los recursos para hacer pasar por vieja una
película de 2013.
Prisioneros: tiene todo lo que tendría que tener una
película de Hitchcock excepto la mesura. El misterio de la película es, más que
nunca, una excusa para que los 146 minutos de la propuesta pasen rápidos, sobre
todo en la segunda mitad.
De nuevo, como comentaba sobre Gravity, el guión funciona y
son pocas las fisuras que se detectan, si acaso la mayoría giran en torno a la
segunda familia implicada en el secuestro de una de las niñas. De escasa
entidad dramática, están, pero no están, y sin duda contribuyen a alargar el
metraje. Es de suponer que el guionista no quería que comparasen su trabajo con
demasiados antecedentes de la lucha personal de un padre, como en Rescate o
Adiós, pequeña, adiós, pero sobre todo evitaba a toda costa las comparaciones
con el caso Madeleine.
En otras palabras, Prisioneros quiere ser original con un
relato policial al uso en el que el representante de las fuerzas del orden y el
padre de una de las niñas desaparecidas son los verdaderos antagonistas.
En la película, la transformación interna del protagonista
resulta el verdadero motivo y la excelente interpretación de Jake Gyllenhaal
como inspector del caso contrarresta el sólido personaje de Hugh Jackman, que
no su trabajo en el film, que es simplemente aceptable, pero lejos de la
excelencia de Gyllenhaal.
Los trucos de guión son necesarios para que llegue el
desenlace imprevisto, pues la trama criminal está tan bien armada y hermética ,
merced a un principal sospechoso retrasado mental que apenas habla, que de no
ser por alguna concesión (desafiando la verosimilitud) podría haber durado dos
horas más.
En cualquier caso, se trata de un thriller complejo, que no
tira del género negro aunque la interpretación de Gyllenhaal huele a Bogart por todos los costados, que coquetea con los films de terror, pero sin cruzar la línea y que, además, no abusa de los tópicos de las películas de acción (pocas fantasmadas para lo que se suele ver en el cine de presupuesto similar con policías y malhechores de por medio).
En síntesis, Prisioneros es un drama épico que pone a prueba los valores
del ser humano frente a la adversidad. Y ahí triunfa la propuesta del director de la notable Incendies. Además,
consigue que no pestañees durante casi dos horas y media.
De haberla dirigido Scorsese, una obra maestra.
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