Agencia Reuters. Plaza Colón. 2005. |
Lo irónico del caso es que se amparan en su derecho democrático a reclamar los derechos... de los demás. Llama la atención, por ejemplo, que personas que no pueden tener hijos (hombres, clérigos, mujeres que ya no tienen el período, niños, etc.) se congreguen en lugares públicos por que otras personas den a luz en contra de su voluntad.
Se autodenominan foro de la familia cuando sólo son antiabortistas y homófobos (haz clic en la palabra anterior) bien organizados. Porque en su ceguera ni siquiera captan que todos, absolutamente todos, procedemos de una familia. Incluso los huérfanos que se crían en un orfanato han tenido una familia de acogida (bien numerosa, por cierto), y quien opine lo contrario no tiene entendederas ni corazón. ¿O es que acaso no reciben cariño los huérfanos por parte de las personas que los cuidan?
Lo que ocurre es que este grupo de fanáticos quiere imponer, como objetivo encubierto y principal, un tipo de familia determinado: hombre y mujer, masculino y femenino, valores católicos del ala menos jesuita de la Iglesia, etc. Incluso se inventan teorías seudocientíficas para eliminar de la faz de la Tierra a los gays y lesbianas y los tachan de enfermos (ver esta noticia o esta otra). Siempre es más fácil evitar que una pareja de enfermos adopte a un bebé que hacer lo mismo con una pareja gay o lesbiana perfectamente sana.
Pero no es su única lucha.
En ocasiones, este grupo de ociosos pide, como si tuvieran la exclusiva, el fin del terrorismo (supongo que suponen que los demás queremos que la gente vuele por los aires). Y la realidad es que sólo promueven el odio entre partes enfrentadas, porque ya hay una política antiterrorista en marcha, a la que ellos no contribuyen en positivo (que se sepa, ni investigan, ni detienen ni mucho menos dialogan). Lo que querrían, se deduce, es que los nacionalistas vascos se tragaran sus ikurriñas y anexionaran su comunidad a Castilla-León. Luego, pasarían por la guillotina uno a uno a los votantes de partidos independentistas en previsión de que alguno de ellos acabe convirtiéndose en terrorista.
Esto es lo que yo hago con los avisperos cuando me pica una avispa. Me lo cargo, lo que me convierte en una persona menos ecologista de lo que querría. A cambio, me siento más seguro. Estoy dispuesto a sentirme culpable y lo asumo. Los de siempre, los integristas, querrían exterminar a todos los que piensan diferente. La diferencia es que no admiten que se les llame fascistas por eso.
El domingo 27 de octubre de 2013, en lugar de irse al campo a comerse una tortilla de patatas o a apoyar a su gran patria yendo a ver cine o teatro español, los mismos de cada vez tienen pensado acudir a la sombra de la banderota de la plaza Colón porque están en contra del sentido común, que se ha impuesto contra la doctrina Parot.
Sorprendentemente será una manifestación legal a pesar de que han pasado muy pocas horas desde que se ha sabido la decisión de la justicia europea. Menos suerte tienen estudiantes, trabajadores de educación, de sanidad y de cualquier sector crítico con el Gobierno cuando se les niega el permiso para expresar su malestar en virtud de unos plazos legales o de cualquier otra razón peregrina (pincha en este enlace).
Siempre es más fácil conseguir la benevolencia de las autoridades civiles cuando el presidente del Gobierno, el señor Rajoy, declara públicamente que la decisión judicial en contra de la doctrina Parot es injusta. Motivo más que suficientemente para que desde Europa amonestaran a este señor, ya que rompe las reglas democráticas de la convivencia. En otros tiempos se le habría acusado de traición y, todavía hoy, hay lugares donde se considera un acto de terrorismo desafiar las leyes de arbitraje internacionales en una especie de llamada a la sublevación popular.
En cualquier caso, volviendo a la manada que acude a manifestarse hoy domingo, sorprende que se ceben con los etarras, algunos ex etarras y arrepentidos, para solicitar el cumplimiento íntegro de las condenas. El catedrático de derecho constitucional Jiménez de Parga, poco afín a la izquierda, declaraba en 2012 que "la rehabilitación del reo es la gran finalidad de las condenas". Añade, además, que "si tal rehabilitación no se consigue, cualquier medida preventiva podría adoptarse, dentro, claro es, de una política jurídico-penal que sea acertada y prudente".
El problema es: ¿quién decide si un preso está reinsertado? Excepto en el caso de enfermos mentales crónicos, en teoría, cualquier persona tiene la opción de rehabilitarse. Y para reinsertar a alguien, hay que darle pequeñas dosis de libertad, una vez pase el primer tramo de condena. No hay otra manera. Una prisión no es el mundo real. Igual que cuando te sacas el carné de conducir no llevas el coche por un circuito cerrado y con la velocidad limitada a veinte para no hacerte daño en caso de colisión.
Lo más importante, y lo que no cabe en la cabeza de estos airados justicieros, es que un encierro a perpetuidad de los presos, igual que la condena íntegra de penas, no obedece a un sistema que busca la reinserción social de los ciudadanos. Sólo tendría sentido si nuestra Constitución propusiera que las penas de prisión existen para castigar a los criminales. El caso es que no lo dice.
Personalmente, me horroriza pensar qué se cuece en la mente de una persona que ha matado a sangre fría a decenas de personas (bueno, con una me basta) y para mi seguridad y la de los míos sería más fácil vivir sabiendo que esa persona no pisará las mismas aceras que yo, pero esto es una fantasía. Y es ilegal y antidemocrático. Lo mismo que si mañana le doy una paliza a la gente que me ha provocado daños a sabiendas de que me estaba perjudicando. Será ilegal. Y exigir que la ley me respalde es una idiotez y una fantasía antidemocrática, me presente yo solo en una plaza o en compañía de cinco mil personas.
Los que van siempre a la plaza Colón están en un serio aprieto, porque están siendo manipulados por los mismos que se inventaron un partido político para lavar la imagen del franquismo e introducirlo en un sistema democrático bastante menos democrático de lo que algunos querríamos (pruebas: aquí, acá y allá, y hay más). Y digo que tienen un problema, porque a lo mejor no se enteran para qué equipo están jugando. Y eso es triste.
Los demás estamos contagiados, porque acabaremos por odiar todos los símbolos de los que se apoderan, desde la bandera a una fe religiosa determinada.
Sería más higiénico que estos gamberros malinformados salieran a la calle con sus banderas franquistas y los uniformes de la falange. Sería conveniente para la Iglesia que de vez en cuando se desmarcaran los clérigos que no comulgan con el salvajismo y la incultura de estas masas adocenadas (en otros países, pero no en España, se manifiestan: prueba aquí). Y sería, desde luego, aleccionador que los antidisturbios dieran el mismo recibimiento a estos exaltados que el que dispensaron a los acampados del 15M o el que reciben los que luchan por la libertad y la justicia cada vez que se intentan expresar en la calle.
Hoy como ayer, como en ese franquismo en blanco y negro que los más interesados, los adiestradores de borregos, insisten en difuminar, España sigue constituyendo un régimen sospechoso.
NOTA: En esta página web, cortesía de Hechos de hoy y mía, que tomo prestada su información, se explican muy bien los motivos que hay para derogar la doctrina Parot.
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