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La bicicleta verde: libertad, mensaje y poesía sobre un árido escenario

Pese a las apariencias, es un film vitalista.
Hablar de esta película desde el análisis, es decir, desde la razón fría con lo poco que sé de técnica cinematográfica o lo mucho que puedo contrastar esta obra con cientos de films aparentemente similares es hacerle poca justicia a una obra de arte.

Sería como diseccionar un corazón en el tronco de un árbol. Y habrá quien se atreva y lo haga bien. Yo no.

La bicicleta verde es, en primer lugar, poesía. De la infancia, de la inocencia y de las calles más ásperas que un europeo occidental habrá visto en su vida.

Luego, es, además, un retrato de una sociedad, la saudí, y si se quiere, la de gran parte de los pueblos en los que impera una moral rígida religiosa, pongamos que hablo de la islamista, porque es la que regula el comportamiento de muchas sociedades como la de Arabia Saudí, pero se puede extrapolar a otras.



Aparte, es un alegato a favor de la libertad del ser humano y, sobre todo, de la mujer, la que no puede salir a la calle con el pelo suelto, la que no debe hablar con hombres, la que se tiene que probar un vestido en un aseo porque un señor regenta la tienda.

Pero, por encima de todo, es una historia. La de una niña que se rebela contra un sistema que la constriñe y la aparta de su amigo Abdullah, de sus compañeras de colegio, de los estudios, de la sociedad, de su madre cautiva de un sistema patriarcal, de su padre, al que quieren casar con otra mujer para que pueda tener un hijo varón.

Y es la historia, por supuesto, de esa bicicleta verde que la niña protagonista, Wadjda, desea tener aunque no sabe ir en bici, pero necesita ganarle una carrera a su alma gemela, ese minúsculo actor, que como la actriz protagonista, se quedará en el recuerdo del espectador de una película que convence por su mensaje y se instala en el corazón por su sensibilidad.

Si acaso un par de peros, la interpretación del padre de Wadjda, no me lo acabo de creer. Dentro de la intención del film por no caer en la denuncia obvia, su comportamiento resulta demasiado ambiguo. Y la escena laaaaarga del concurso (imposible dar más detalles sin destripar la película). Pues eso, muy larga, demasiado.

Me quedo con las ganas de desgranar en este artículo mis averiguaciones sobre cómo demonios pudo una directora, Haifaa al-Mansour, rodar semejante peliculón en un sistema tan cerrado y, sobrevivir al reto (es la primera mujer en realizar un film en su país) y al mismo tiempo, lograr una obra tan hermosa como crítica. De momento, no me lo explico, y este misterio parte también del encanto de La bicicleta verde, desde ya un film obligatorio en cada colegio e instituto del mundo.

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