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Adiós, princesa: rencor y morbo en un libro oportunista

David Rocasolano, abogado y autor de este dardo envenenado en forma de libro, se queja amargamente en muchas de las páginas de que su apellido pesa demasiado en España y, sin embargo, salta a la fama escribiendo una amalgama de memorias y ficción.

Y lo hace asestando puñaladas a diestro y siniestro.

La excusa: le han chantajeado con unos papeles que supuestamente él mismo quemó en su fregadero, obligado por su prima Letizia Ortiz y el mismísimo Príncipe de Asturias.

Vaya, que de alguna manera el autor se ve abocado a colaborar con los poderes, por amor a su prima, y para salvar el buen nombre de la monarquía. Veremos que no es la única vez que Rocasolano declina su responsabilidad.


Lo más sorprendente es que acusa directamente a su editor, Ramón Akal, de haberle forzado a escribir este libro. O eso, o el señor Akal difundiría los papeles de cualquier otra forma, porque era su obligación como republicano y valedor de la justicia, etc., etc. (no se entiende muy bien la actitud del editor, ¿acaso se rige por el código ético de los periodistas, que por otra parte casi nadie cumple?). En realidad, nadie en su sano juicio puede creerse que, siendo verdad, Ramón Akal permita que un libro de su editorial lo tache de chantajista.

Sin embargo, a Rocasolano no le basta con excusarse una vez, sino que se encarga de retratarse como un héroe al que un escritor desconocido, se intuye que un "negro" literario, trata de chantajear sin éxito en un prólogo al más puro estilo novela detectivesca. Esto sucedió en teoría años antes de la nueva tentativa, la definitiva, del editor Akal y merece la pena leer este prólogo como ejercicio de estilo (mero truco para enganchar al lector, que dura unas páginas). El abogado David Rocasolano debió inspirarse en Philip Marlowe para narrar la escena. La realidad es que el misterioso personaje (el hombre mcguffin) no vuelve a aparecer en el libro ni se acaba de entender qué pinta en todo este lío.

El caso, el asunto del libro, no es otro que unos supuestos papeles que revelarían el aborto de la princesa Letizia poco antes de conocer al Príncipe. Ya está. Una vez revelado este dato, que sucede al principio del libro, el resto es morralla.

Miento. Hay un segundo tema. Muy mal llevado, en mi opinión. El autor de Adiós, princesa quiere encontrar en la presión que la casa real y Princesa de Asturias ejerce sobre toda su familia el principal motivo del suicido de Érika Ortiz.

Lo malo es que no aporta ni una sola prueba concreta, aparte de un insulto de la ex pareja de Érika Ortiz al Rey en su sepelio. Ni siquiera revela el contenido de las supuestas llamadas telefónicas con las que su hermana le dirigía los movimientos.

Éticamente, es lo único que este crítico le puede reprochar a Rocasolano. No basta con que consideres que tu angelical prima se ha convertido en una bruja para calzarle un crimen tan abominable.

Capítulo aparte merece la sorna con la que trata a sus parientes (excepto a sus padres y hermanos, claro). En el fondo, si quiere poner a parte de su familia a parir es su problema. Lo mismo que su retrato caricaturesco de Elena de Borbón y de su padre, Juan Carlos I. En este caso, con algo más de interés, porque se trata de personajes públicos y financiados por nuestros impuestos. Aunque, ¿merecía la pena ser tan cruel contra la Infanta Elena y su ex? En ningún caso se les relaciona con el comportamiento de Letizia Ortiz con respecto a los suyos, principal queja del abogado.

A todo esto, sorprende que absuelva al resto de la familia real y, en este contexto, destacan los parabienes que dedica a Sofía de Grecia. Tampoco aportan nada a lo que en teoría tiene que revelar Rocasolano, pero el autor considera que debe contar todo lo que sabe sobre unos personajes, al fin y al cabo seres de carne y hueso, que se magnifican para bien o para mal.

Sin embargo, no se explica por qué se ve obligado a hacer un repaso sobre los padres, abuelos y hermanas de Letizia Ortiz. A la mayoria los destroza. Pero no queda ahí la cosa.

Los fantasmas del pasado siempre vuelven.
Una fuerza misteriosa arrastra al abogado a sacar a la luz los peores defectos de los familiares que le caen bien. El padre de Letizia es fantástico, pero con sólo una frase lo convierte en sospechoso de adulterio. Luego lo recalca hablando de su desparpajo a la hora de abordar a las mujeres. Lo mismo sucede con su abuelo materno, al que adora, pero también condena por haber pasado de republicano (aunque fuera de boquilla) a monárquico. Así, por interés. A Telma Ortiz la manda al infierno y, muy generosamente, indulta al ex marido de Letizia y a casi todos los novios de las hermanas Ortiz que aparecen repartidos por las páginas del libro. Moraleja: las mujeres, con contadas excepciones, son malvadas. En cambio, Iñaki Urdangarin es una bella persona y hasta Fernández-Sastrón pasa por ser una especie de Aristóteles.

De vez en cuando, y sin venir a cuento, David Rocasolano introduce escenas de la infancia junto a sus primas. Todas ellas bellas, especialmente Letizia, que además es la más inteligente, pero también la más resabida y odiosa. Sin embargo, su primo la amaba (además, siempre ha estado muy buena, asegura).

No hay que ser Freud para detectar en el rencor con el que trata a su prima Letizia la negra sombra del despecho.

Aparte de este sentimiento, que recorre todo su relato, el libro está trufado de anécdotas que tratan de demonizar a casi todos los personajes de la historia, excepto al autor, o que ridiculizan a los miembros de la realeza española. Ahora me viene a la mente el momento de la pedida de mano en el que el Rey da una voltereta. Es tan surrealista, que seguramente es cierto.

De todas maneras, David Rocasolano no pretende ser divertido. Su libro no tiene ni pizca de humor. Es una crónica negra en la que trata de convencernos de que su vida ha sido un infierno desde que su prima empezó a salir con Felipe de Borbón. También es un ajuste de cuentas y pretende ser, pero no lo consigue, un alegato antijuancarlista.

Es necesario poner sobre la mesa argumentos más sólidos para atacar a la monarquía de este país. Los hay de sobra, pero Rocasolano no los utiliza; se queda en la anécdota, en la pirueta. Supongo que debe de haber ahora mismo cerca de un millar de personas que podrían escribir libros con detalles más suculentos sobre los desmanes de los Borbones. Este libro no llega a eso.

El problema, aparte de que el texto está bien redactado, sin más, y nunca encuentra un estilo propio ni se acerca a la literatura, es que hay mucho veneno en lo que cuenta el primo de Letizia, pero poca pólvora.

A fin de cuentas, ¿quién no tiene algún familiar que le ha defraudado? Lo que ocurre es que casi nadie tiene la opción de ganar una millonada escribiendo un libro sobre ellos. Al menos en eso es honesto David Rocasolano. Declara que lo hace por el dinero. Y no hay nada más.

Su intento por culpabilizar a Letizia Ortiz de la triste desaparición de su hermana es un golpe demasiado bajo incluso si la "ambición rubia" es tan mezquina e interesada como Rocasolano se esfuerza en hacernos creer.


NOTA: Algunos me considerarán muy ingenuo para reseñar este libro en serio. He estado a punto de no hacerlo, pero me he acordado de la crítica positiva que el gran Jordi Gracia publicó en Babelia sobre la novela de Jorge Javier Vázquez. ¿Por qué no reseñar las obras que venden e interesan a los lectores aunque presumamos de antemano que no serán obras maestras? Este libro tenía números para aportar datos interesantes y sólo servirá para hundir a su autor en el ostracismo. Tiempo al tiempo.

Noticia sobre la publicación del libro

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