Ayer leía a uno de estos agoreros que se ganan la vida escribiendo lo que les da la gana como les sale del ¿alma? para pagarse unas ¿merecidas? vacaciones. Este señor decía que el verano que viene va a ser gélido como pocos y rápidamente, sin haberlo cotejado con nadie, se lo achacaba al cambio climático, aunque después lo comparaba con un verano de principios del siglo XIX de no sé qué lugar de Europa. Primero, compara España con una ciudad europea, la que le vino bien, y luego se contradice con un ejemplo de los tiempos en los que se vivía de forma sostenible. ¿No es un contrasentido?
No sé si este verano hará calor o no. En realidad, sí lo sé. Hará calor donde suele hacerlo. Siempre ocurre así desde que mi bisabuelo tuvo memoria, pues nunca le contó a mi abuelo que hubiese vivido un verano polar en Andalucía. Tampoco después de emigrar a Alicante tuvo un trauma estival. En Barcelona no habrá excepción a la regla con éste, su bisnieto.
Para la mayoría de los españoles, los que no tenemos una oposición ganada, ni un papá millonario, ni un trabajo soldado para que aguante hasta el fin de los tiempos a fuerza de lamer las posaderas del jefazo de turno, para muchos de nosotros, digo, será un verano larguísimo.
El de la espera cuando no sabes si acudirá alguien a la cita. El del futuro en el poso indescifrable de un café de máquina que no deja poso. Un verano sin vacaciones de ensueño ni pausas obligadas después de un esfuerzo extra en el puesto de trabajo que nos garantice seguir trabajando en septiembre.
Habrá que racionar los helados y apagar el aire acondicionado. Los cafés con hielo del bar se alargarán hasta convertirse en un líquido petrolífico. Los hombres que no han puesto una lavadora en su vida empezarán a recelar de sus parejas cuando centrifuguen más que de costumbre. Y, por desgracia, alguna escopeta disparará contra un corazón inocente.
Será la brutalidad, la ignorancia en estado salvaje, una fuerza animalesca que al mismo tiempo nos lleva a seguir aguantando los abusos de los que dirigen nuestras vidas mientras nos hace desconfiar de todos, los pocos que intentan construir, y los que dan la razón a los paranoicos.
Ante situaciones de crisis, triunfan las tripas y pierde la razón.
Alguna noche no podremos dormir y se lo achacaremos a la botella barata de licor, también culpa de la crisis. O al calor, aunque muchos dirán que hace un frío impropio del verano.
Los horarios se nos descuadrarán en agosto, mientras que los dirigentes políticos pasarán los días en los mismos complejos turísticos de siempre. Mismos horarios que el año pasado y mismos gastos (desayuno británico, regata, comilona, siestón, jacuzzi y sauna, excursión a una bodega/destilería/humedal, cenorrio, fiesta elegante, dormir la mona, etc.).
A finales de mes (hacia el 28 de agosto) los demás dormiremos por las mañanas y por las noches saldremos a las plazas a robar una conexión WiFi para buscar trabajo virtual porque, con la moral tan baja, es imposible presentarse sin cita previa a una empresa, y mucho menos antes de las doce del mediodía.
No se puede convencer a nadie de lo que uno mismo no cree.
Aunque la mayoría damos el perfil profesional, somos necesarios y somos importantes. Alguien nos lo recordará con un poco de suerte, pero puede que no podamos soportar la buena voluntad de palabras animosas pero caritativas de alguien que tan poco tendrá la moral por las nubes.
Será un verano largo, pero los viejos del lugar dirán, como cada año, que las temperaturas son demasiado altas en el Sur y demasiado bajas en el Norte.
Mientras hablemos del tiempo, el sol seguirá seleccionando el tipo de tueste de la piel de los españoles según su condición social. Los parados, a pesar del enorme torrente de tiempo ¿libre?, como saldremos cuando el sol se esconda, pasaremos todo el invierno blancos como la nieve que, según otros agoreros, caerá como una plaga bíblica o desaparecerá de los anales de la historia.
Así, haga frío o calor, mientras no dejemos de esperar una señal del cielo, mientras no levantemos los claveles, las guadañas o los cuchillos, no habrá forma de que el otoño sea distinto al del año pasado cuando las personas sin trampa ni cartón, las de caña en la mano y codo en la barra, preveían un curso muy negro para las personas de buena voluntad, las que se conforman con trabajar para vivir.
NOTA: Por supuesto que doy crédito a varias de las teorías sobre el sobrecalentamiento de la Tierra, pero hay periodistas que se empeñan tanto en convertirlo en un argumento catastrofista que al final pueden acabar emitiendo el mensaje contrario.
Como muestra, este botón:
"Varios países europeos confirmaron que febrero había sido uno de los más secos de la historia. Así, en Portugal no se veía algo semejante desde 1931, en Francia desde 1959, mientras que el marzo de Reino Unido fue el menos pluvioso desde 1953."
Si estas cifras son ciertas, en primer lugar demuestran que tal vez los datos sobre precipitaciones y temperaturas no se deban únicamente al cambio climático sino a causas que han pasado durante toda la historia de la Tierra. Datos que, a su vez, vienen recogiéndose desde principios del siglo XX y, en algunos países como España, desde hace poco más de setenta años.
No sé si este verano hará calor o no. En realidad, sí lo sé. Hará calor donde suele hacerlo. Siempre ocurre así desde que mi bisabuelo tuvo memoria, pues nunca le contó a mi abuelo que hubiese vivido un verano polar en Andalucía. Tampoco después de emigrar a Alicante tuvo un trauma estival. En Barcelona no habrá excepción a la regla con éste, su bisnieto.
Para la mayoría de los españoles, los que no tenemos una oposición ganada, ni un papá millonario, ni un trabajo soldado para que aguante hasta el fin de los tiempos a fuerza de lamer las posaderas del jefazo de turno, para muchos de nosotros, digo, será un verano larguísimo.
El de la espera cuando no sabes si acudirá alguien a la cita. El del futuro en el poso indescifrable de un café de máquina que no deja poso. Un verano sin vacaciones de ensueño ni pausas obligadas después de un esfuerzo extra en el puesto de trabajo que nos garantice seguir trabajando en septiembre.
Habrá que racionar los helados y apagar el aire acondicionado. Los cafés con hielo del bar se alargarán hasta convertirse en un líquido petrolífico. Los hombres que no han puesto una lavadora en su vida empezarán a recelar de sus parejas cuando centrifuguen más que de costumbre. Y, por desgracia, alguna escopeta disparará contra un corazón inocente.
Será la brutalidad, la ignorancia en estado salvaje, una fuerza animalesca que al mismo tiempo nos lleva a seguir aguantando los abusos de los que dirigen nuestras vidas mientras nos hace desconfiar de todos, los pocos que intentan construir, y los que dan la razón a los paranoicos.
Ante situaciones de crisis, triunfan las tripas y pierde la razón.
Alguna noche no podremos dormir y se lo achacaremos a la botella barata de licor, también culpa de la crisis. O al calor, aunque muchos dirán que hace un frío impropio del verano.
Los horarios se nos descuadrarán en agosto, mientras que los dirigentes políticos pasarán los días en los mismos complejos turísticos de siempre. Mismos horarios que el año pasado y mismos gastos (desayuno británico, regata, comilona, siestón, jacuzzi y sauna, excursión a una bodega/destilería/humedal, cenorrio, fiesta elegante, dormir la mona, etc.).
A finales de mes (hacia el 28 de agosto) los demás dormiremos por las mañanas y por las noches saldremos a las plazas a robar una conexión WiFi para buscar trabajo virtual porque, con la moral tan baja, es imposible presentarse sin cita previa a una empresa, y mucho menos antes de las doce del mediodía.
No se puede convencer a nadie de lo que uno mismo no cree.
Aunque la mayoría damos el perfil profesional, somos necesarios y somos importantes. Alguien nos lo recordará con un poco de suerte, pero puede que no podamos soportar la buena voluntad de palabras animosas pero caritativas de alguien que tan poco tendrá la moral por las nubes.
Será un verano largo, pero los viejos del lugar dirán, como cada año, que las temperaturas son demasiado altas en el Sur y demasiado bajas en el Norte.
Mientras hablemos del tiempo, el sol seguirá seleccionando el tipo de tueste de la piel de los españoles según su condición social. Los parados, a pesar del enorme torrente de tiempo ¿libre?, como saldremos cuando el sol se esconda, pasaremos todo el invierno blancos como la nieve que, según otros agoreros, caerá como una plaga bíblica o desaparecerá de los anales de la historia.
Así, haga frío o calor, mientras no dejemos de esperar una señal del cielo, mientras no levantemos los claveles, las guadañas o los cuchillos, no habrá forma de que el otoño sea distinto al del año pasado cuando las personas sin trampa ni cartón, las de caña en la mano y codo en la barra, preveían un curso muy negro para las personas de buena voluntad, las que se conforman con trabajar para vivir.
NOTA: Por supuesto que doy crédito a varias de las teorías sobre el sobrecalentamiento de la Tierra, pero hay periodistas que se empeñan tanto en convertirlo en un argumento catastrofista que al final pueden acabar emitiendo el mensaje contrario.
Como muestra, este botón:
"Varios países europeos confirmaron que febrero había sido uno de los más secos de la historia. Así, en Portugal no se veía algo semejante desde 1931, en Francia desde 1959, mientras que el marzo de Reino Unido fue el menos pluvioso desde 1953."
Si estas cifras son ciertas, en primer lugar demuestran que tal vez los datos sobre precipitaciones y temperaturas no se deban únicamente al cambio climático sino a causas que han pasado durante toda la historia de la Tierra. Datos que, a su vez, vienen recogiéndose desde principios del siglo XX y, en algunos países como España, desde hace poco más de setenta años.
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