Y no es algo que podamos solucionar fácilmente. Algunas personas presentan una tendencia natural, ya sea por la educación, la genética, o por ambos motivos, a despreciar al resto de seres humanos en pos de sus intereses. Otras personas no. Sin embargo, todas y cada una de ellas, al menos las que yo conozco, vivimos en un mismo mundo.
Practicar el humanitarismo no cotiza al alza precisamente en estos días. Al "te ganarás el pan con el sudor de tu frente" bíblico se ha unido el consumista "pero yo ganaré más que tú". Luego, el secreto está en cerrar los ojos y no ver que si uno entrega su vida a competir, el camino queda sembrado de cadáveres y la despensa demasiado llena para disfrutarla en una sola vida.
Esto de generalizar acarrea multitud de problemas, pero en el fondo de la cuestión que quiero tratar no resulta tan grave. Parto de la base de que, nos identifiquemos o no con la forma de pensar mayoritaria, la del individualismo atroz, el consumismo, la nula visión de grupo y el poco respeto a la Tierra como lugar de convivencia presente, pasado y futuro, no nos queda más remedio que vivir, a no ser que nos alimentemos del aire, controlados por el Régimen de la Mezquindad.
Creo, sinceramente, que sí que sirve mantener una actitud constructiva y combativa contra los abusos de una sociedad tan homogénea y manipulada ideológicamente como esa imagen que nos han inculcado de los países fundamentalistas. Sirve para mejorar la conciencia del individuo que se rebela contra la basura que nos echan cada día encima y que vive en armonía con sus ideales y sentimientos. Sin embargo, cuanto mejor y más lo intente, más caerá en una paradoja. Una paradoja cruel.
En la medida en que uno se enfrenta al Sistema, acaba resultando imprescindible construirse una burbuja. Esta burbuja, por supuesto, resulta invisible, sobre todo para quien se la construye día a día. Pero al mismo tiempo es necesaria, porque el aire viciado del exterior lo contamina todo. El peligro de vivir en una burbuja es que caemos en la trampa de alejarnos de los demás. Es entonces cuando vemos la otredad como una especie de hostilidad. Y en algunos casos, incluso, como una forma menor de vida.
Con tanta abstracción es difícil de explicar, pero se puede dar la paradoja que una persona que ha diseñado un modo de vida lo más respetuoso posible con su organismo, pase la tarde comprando fruta ecológica y no apoye causas sociales que afectarán con toda seguridad al futuro de sus hijos. Gente que incluso, por miedo al rechazo, no compartirá lo que sabe de nutrición con sus "amigos" que tienen una salud delicada.
Otra gran paradoja, esta incluso más cruel, se da cada día en multitud de personas que se sienten satisfechas con su plan de vida, pero sirven a empresas que se aprovechan de la ignorancia de los demás o fomentan las desigualdades.
¿Qué solución pretendo aportar pintando un panorama tan gris? ¿Acaso digo que no hay salida? En parte, reconozco que sí, que el mensaje puede desalentar a más de un individuo que como ser único se esfuerza por conseguir mejorarse a diario. En cualquier caso, sostengo que todos formamos parte del todo y que cualquier paso que demos que nos aleje del conjunto de la gente, de la Tierra y de lo que la rodea es un paso en falso, en cuanto durará lo que dure la fortaleza de las convicciones, pero nada más. Los beneficios apenas repercutirán en un pequeño núcleo de personas y no durante mucho tiempo, porque el virus está inoculado también en esta cultura individualista, de manera que las recetas para el crecimiento personal caducan para vender otras nuevas.
A día de hoy, somos mezquinos. El primer paso está en reconocerlo. Nadie da nada por nada. Ninguneamos a las personas sospechosas de torpedear nuestra seguridad, más preciada incluso que nuestros ideales de pureza, porque precisamente compartir lo aprendido o aprehendido pone en riesgo nuestro estatus. Si se tratara de compartir la felicidad, no veríamos peligro alguno, porque el bien se multiplicaría.
Sacerdotes y monjas que pasan por delante de un mendigo sin echar una moneda ni dedicarle unas palabras. Ni siquiera una sonrisa.
Amigos que tienen un golpe de suerte, escalan un peldaño en sus trabajos, y no tienden la mano a los que quedan atrás.
Gente que comparte un ideal y, a la que consiguen un contacto, un dinero, dan un volantazo y desaparecen de tu vida.
Estudiantes que niegan los apuntes a los más rezagados o a los más vagos (como si no fuera castigo suficiente).
Trabajadores que no hacen huelga porque se creen intocables o son funcionarios y su futuro parece bien atado, aunque estén de acuerdo con las protestas.
Gente que sueña con un mundo mejor y menosprecia a los guarros, sospechosamente pijos, niños de papá y vagos, otra vez vagos, que se manifiestan en las plazas de las ciudades, a pesar de que saben que es necesario gritar ¡basta!
Yo, que a veces me entrego a la escritura, y olvido todo lo demás.
Somos mezquinos.
Practicar el humanitarismo no cotiza al alza precisamente en estos días. Al "te ganarás el pan con el sudor de tu frente" bíblico se ha unido el consumista "pero yo ganaré más que tú". Luego, el secreto está en cerrar los ojos y no ver que si uno entrega su vida a competir, el camino queda sembrado de cadáveres y la despensa demasiado llena para disfrutarla en una sola vida.
Esto de generalizar acarrea multitud de problemas, pero en el fondo de la cuestión que quiero tratar no resulta tan grave. Parto de la base de que, nos identifiquemos o no con la forma de pensar mayoritaria, la del individualismo atroz, el consumismo, la nula visión de grupo y el poco respeto a la Tierra como lugar de convivencia presente, pasado y futuro, no nos queda más remedio que vivir, a no ser que nos alimentemos del aire, controlados por el Régimen de la Mezquindad.
Creo, sinceramente, que sí que sirve mantener una actitud constructiva y combativa contra los abusos de una sociedad tan homogénea y manipulada ideológicamente como esa imagen que nos han inculcado de los países fundamentalistas. Sirve para mejorar la conciencia del individuo que se rebela contra la basura que nos echan cada día encima y que vive en armonía con sus ideales y sentimientos. Sin embargo, cuanto mejor y más lo intente, más caerá en una paradoja. Una paradoja cruel.
En la medida en que uno se enfrenta al Sistema, acaba resultando imprescindible construirse una burbuja. Esta burbuja, por supuesto, resulta invisible, sobre todo para quien se la construye día a día. Pero al mismo tiempo es necesaria, porque el aire viciado del exterior lo contamina todo. El peligro de vivir en una burbuja es que caemos en la trampa de alejarnos de los demás. Es entonces cuando vemos la otredad como una especie de hostilidad. Y en algunos casos, incluso, como una forma menor de vida.
Con tanta abstracción es difícil de explicar, pero se puede dar la paradoja que una persona que ha diseñado un modo de vida lo más respetuoso posible con su organismo, pase la tarde comprando fruta ecológica y no apoye causas sociales que afectarán con toda seguridad al futuro de sus hijos. Gente que incluso, por miedo al rechazo, no compartirá lo que sabe de nutrición con sus "amigos" que tienen una salud delicada.
Otra gran paradoja, esta incluso más cruel, se da cada día en multitud de personas que se sienten satisfechas con su plan de vida, pero sirven a empresas que se aprovechan de la ignorancia de los demás o fomentan las desigualdades.
¿Qué solución pretendo aportar pintando un panorama tan gris? ¿Acaso digo que no hay salida? En parte, reconozco que sí, que el mensaje puede desalentar a más de un individuo que como ser único se esfuerza por conseguir mejorarse a diario. En cualquier caso, sostengo que todos formamos parte del todo y que cualquier paso que demos que nos aleje del conjunto de la gente, de la Tierra y de lo que la rodea es un paso en falso, en cuanto durará lo que dure la fortaleza de las convicciones, pero nada más. Los beneficios apenas repercutirán en un pequeño núcleo de personas y no durante mucho tiempo, porque el virus está inoculado también en esta cultura individualista, de manera que las recetas para el crecimiento personal caducan para vender otras nuevas.
A día de hoy, somos mezquinos. El primer paso está en reconocerlo. Nadie da nada por nada. Ninguneamos a las personas sospechosas de torpedear nuestra seguridad, más preciada incluso que nuestros ideales de pureza, porque precisamente compartir lo aprendido o aprehendido pone en riesgo nuestro estatus. Si se tratara de compartir la felicidad, no veríamos peligro alguno, porque el bien se multiplicaría.
Sacerdotes y monjas que pasan por delante de un mendigo sin echar una moneda ni dedicarle unas palabras. Ni siquiera una sonrisa.
Amigos que tienen un golpe de suerte, escalan un peldaño en sus trabajos, y no tienden la mano a los que quedan atrás.
Gente que comparte un ideal y, a la que consiguen un contacto, un dinero, dan un volantazo y desaparecen de tu vida.
Estudiantes que niegan los apuntes a los más rezagados o a los más vagos (como si no fuera castigo suficiente).
Trabajadores que no hacen huelga porque se creen intocables o son funcionarios y su futuro parece bien atado, aunque estén de acuerdo con las protestas.
Gente que sueña con un mundo mejor y menosprecia a los guarros, sospechosamente pijos, niños de papá y vagos, otra vez vagos, que se manifiestan en las plazas de las ciudades, a pesar de que saben que es necesario gritar ¡basta!
Yo, que a veces me entrego a la escritura, y olvido todo lo demás.
Somos mezquinos.
Comentarios