Hace unas semanas me desperté a media noche y me vino a la cabeza una noticia en la que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), dependiente de la ONU, nos recomendaba comer insectos apelando a sus valores nutritivos. Durante el tiempo que tardé en recuperar el sueño estuve convencido de que había sido una pesadilla. Rara, indescifrable, como casi todas las que vengo teniendo últimamente.
El shock que me produjo comprobar al día siguiente que la noticia era real me obligó a quedar como un idiota en medio de una conversación. Estaba animada la charla en el café y ver aquel titular me jorobó la fiesta. Pálido como el papel del periódico que mostraba un grillo a la parrilla, dejé que mis acompañantes hablaran de sus cosas unos minutos hasta que me despedí de ellos sin saber de qué narices estaban hablando.
Salí más mareado que el Segismundo de La vida es sueño. Sólo podía pensar en la recomendación de la FAO, una organización con un presupuesto de más de 1.000 millones de euros para 2012-2013.
Mientras caminaba sin rumbo, como siempre que algo me perturba, me venían a la cabeza platos de paella con saltamontes en lugar de gambas, bocadillos de larvas por calamares u hormigas recubiertas de chocolate como cereales. Al poco, quise imaginarme a los representantes de la FAO y sus muchos funcionarios de alto nivel y no conseguí visualizarlos frente a un plato de moscas y mosquitos de diferentes tamaños y colores (ahora sí, porque ya me he recuperado y vivo de mi imaginación). Lo más raro que deben de comer estos personajes, pensé al recuperarme, pertenece a la familia de los crustáceos marinos y yo sólo he degustado a sus primos menores, los langostinos, y alguna gamba de la sección de ultracongelados por Navidades.
Ellos se los comerán acabados de pescar, bien limpios de cualquier bicho ajeno al marisco. Entre risas. ¿Qué cara se le quedará a la gente cada vez que mandamos nuestras notas de prensa?
Sí, esa misma. Pero todavía no he llegado a la sección de insultos. Un momento.
Uno intenta hacer su vida pese a un mundo inverosímil, pero es inútil abstraerse de ciertas noticias traumáticas.
Porque el asesino siempre vuelve al lugar del crimen y añado aunque no invento nada: siempre intentará matar de nuevo (si es un buen asesino).
En mitad de una comida tranquila, frente al televisor, la FAO me da un consejo acerca de las medusas. Entiendo que será lo de siempre: que ni me acerque a ellas, porque algunas producen reacciones alérgicas que pueden llevar a la muerte, sobre todo si te cogen en mitad del mar nadando al estilo perruno, y todas te dejan un recuerdo en forma de escozor que no se va ni con la mejor de las pomadas.
Pues no. La FAO volvió a descargar su fusil sobre mi credibilidad. ¡Que nos comamos las medusas! Al parecer están riquísimas y, en eso tienen razón, cada vez se dejan ver con más asiduidad: hay para dar y regalar en todo el litoral. No conozco demasiado el Atlántico, pero en el Mediterráneo raro es el día que no sales del agua a propulsión para que no te pique uno de esos bichos con disfraz de hongo, cara de sepia y vestido transparente.
No hay quien me lo quite de la cabeza: en las altas esferas de la FAO se debe haber colado algún loco de remate. O quizá sea un cachondo, maligno y mordaz, que se esté burlando del contribuyente honrado.
Después de leer esta entrevista sobre la comida que tiramos, me veo forzado a dirigirme a alguien a quien no conozco, a cualquier máximo responsable de la FAO que sepa leer.
Muy señor irresponsable nuestro y de nuestro dinero:
Hay excedente de comida en esta parte del mundo, iluminado señor burlesco o simple gilipuertas de la FAO, porque lo vemos todos los días en la cantidad de comida que, antes de caducar, desaparece de los supermercados, porque sabemos que algunos agricultores tienen que dejar caer la fruta porque los precios se derrumban, porque desde la Unión Europea se obliga a dejar de producir leche, o porque sabemos que algunas multinacionales envían mantequilla a África, ya que no saben dónde metérsela y les resulta más barato enviarla a los pobres que destruirla.
Simple y llanamente: las grandes empresas saben cómo fabricar comida artificial, poco sana y baratísima, y siempre acaba sobrando, porque en la lucha por inundar los mercados para ganar en los ránkings de productos más consumidos, todo esfuerzo por copar las estanterías resulta insuficiente.
Señores jefazos de la FAO (permítanme el plural, pues me importa un pito quién dirige este circo), les invito a que acudan al Congreso de los Diputados de España, donde acaban de aprobar una ayuda para subvencionar los gin-tonics. Además, los menús, que saben a gloria al contrario de lo que ocurre en muchos comedores escolares, cuestan poco más de tres euros. Ahora, si tienen agallas, cambien los ingredientes de la rica variedad gastronómica de este país y de, globalización manda, parte del extranjero, por sus suculentos grillos a la barbacoa o sus medusas al pil-pil.
Luego, ustedes y los diputados que aprueban resoluciones como el gin-tonazo, se pueden ir cogiditos de la mano a la mierda.
Y no vuelvan. Al menos en España tenemos malos humoristas de sobra y resultan más baratos de mantener.
NOTA: Ya que utilizan el argumento de que en China se consumen las medusas, también querría recordarle que en algunas zonas de Asia se comen a los perros. ¿Eso les sirve para merendarse a su mascota? Por cierto, durante muchos años en España se comieron ingentes cantidades de rata, burros y otras burradas. En algunos pueblos todavía se zampan una especie de roedor al que algunos llaman rata de agua y otros, topos. Es por dar ideas ya que con 1.000 millones de dólares de presupuesto andan cortos de documentalistas.
El shock que me produjo comprobar al día siguiente que la noticia era real me obligó a quedar como un idiota en medio de una conversación. Estaba animada la charla en el café y ver aquel titular me jorobó la fiesta. Pálido como el papel del periódico que mostraba un grillo a la parrilla, dejé que mis acompañantes hablaran de sus cosas unos minutos hasta que me despedí de ellos sin saber de qué narices estaban hablando.
Salí más mareado que el Segismundo de La vida es sueño. Sólo podía pensar en la recomendación de la FAO, una organización con un presupuesto de más de 1.000 millones de euros para 2012-2013.
Mientras caminaba sin rumbo, como siempre que algo me perturba, me venían a la cabeza platos de paella con saltamontes en lugar de gambas, bocadillos de larvas por calamares u hormigas recubiertas de chocolate como cereales. Al poco, quise imaginarme a los representantes de la FAO y sus muchos funcionarios de alto nivel y no conseguí visualizarlos frente a un plato de moscas y mosquitos de diferentes tamaños y colores (ahora sí, porque ya me he recuperado y vivo de mi imaginación). Lo más raro que deben de comer estos personajes, pensé al recuperarme, pertenece a la familia de los crustáceos marinos y yo sólo he degustado a sus primos menores, los langostinos, y alguna gamba de la sección de ultracongelados por Navidades.
Ellos se los comerán acabados de pescar, bien limpios de cualquier bicho ajeno al marisco. Entre risas. ¿Qué cara se le quedará a la gente cada vez que mandamos nuestras notas de prensa?
Sí, esa misma. Pero todavía no he llegado a la sección de insultos. Un momento.
Uno intenta hacer su vida pese a un mundo inverosímil, pero es inútil abstraerse de ciertas noticias traumáticas.
Porque el asesino siempre vuelve al lugar del crimen y añado aunque no invento nada: siempre intentará matar de nuevo (si es un buen asesino).
En mitad de una comida tranquila, frente al televisor, la FAO me da un consejo acerca de las medusas. Entiendo que será lo de siempre: que ni me acerque a ellas, porque algunas producen reacciones alérgicas que pueden llevar a la muerte, sobre todo si te cogen en mitad del mar nadando al estilo perruno, y todas te dejan un recuerdo en forma de escozor que no se va ni con la mejor de las pomadas.
Pues no. La FAO volvió a descargar su fusil sobre mi credibilidad. ¡Que nos comamos las medusas! Al parecer están riquísimas y, en eso tienen razón, cada vez se dejan ver con más asiduidad: hay para dar y regalar en todo el litoral. No conozco demasiado el Atlántico, pero en el Mediterráneo raro es el día que no sales del agua a propulsión para que no te pique uno de esos bichos con disfraz de hongo, cara de sepia y vestido transparente.
No hay quien me lo quite de la cabeza: en las altas esferas de la FAO se debe haber colado algún loco de remate. O quizá sea un cachondo, maligno y mordaz, que se esté burlando del contribuyente honrado.
Después de leer esta entrevista sobre la comida que tiramos, me veo forzado a dirigirme a alguien a quien no conozco, a cualquier máximo responsable de la FAO que sepa leer.
Muy señor irresponsable nuestro y de nuestro dinero:
Hay excedente de comida en esta parte del mundo, iluminado señor burlesco o simple gilipuertas de la FAO, porque lo vemos todos los días en la cantidad de comida que, antes de caducar, desaparece de los supermercados, porque sabemos que algunos agricultores tienen que dejar caer la fruta porque los precios se derrumban, porque desde la Unión Europea se obliga a dejar de producir leche, o porque sabemos que algunas multinacionales envían mantequilla a África, ya que no saben dónde metérsela y les resulta más barato enviarla a los pobres que destruirla.
Simple y llanamente: las grandes empresas saben cómo fabricar comida artificial, poco sana y baratísima, y siempre acaba sobrando, porque en la lucha por inundar los mercados para ganar en los ránkings de productos más consumidos, todo esfuerzo por copar las estanterías resulta insuficiente.
Señores jefazos de la FAO (permítanme el plural, pues me importa un pito quién dirige este circo), les invito a que acudan al Congreso de los Diputados de España, donde acaban de aprobar una ayuda para subvencionar los gin-tonics. Además, los menús, que saben a gloria al contrario de lo que ocurre en muchos comedores escolares, cuestan poco más de tres euros. Ahora, si tienen agallas, cambien los ingredientes de la rica variedad gastronómica de este país y de, globalización manda, parte del extranjero, por sus suculentos grillos a la barbacoa o sus medusas al pil-pil.
Luego, ustedes y los diputados que aprueban resoluciones como el gin-tonazo, se pueden ir cogiditos de la mano a la mierda.
Y no vuelvan. Al menos en España tenemos malos humoristas de sobra y resultan más baratos de mantener.
NOTA: Ya que utilizan el argumento de que en China se consumen las medusas, también querría recordarle que en algunas zonas de Asia se comen a los perros. ¿Eso les sirve para merendarse a su mascota? Por cierto, durante muchos años en España se comieron ingentes cantidades de rata, burros y otras burradas. En algunos pueblos todavía se zampan una especie de roedor al que algunos llaman rata de agua y otros, topos. Es por dar ideas ya que con 1.000 millones de dólares de presupuesto andan cortos de documentalistas.
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