Guillaume Apollinaire y Federico García Lorca murieron a los
38 años.
Pero algunas personas importantes para la Humanidad ni
siquiera alcanzaron esa cifra. Jesucristo, a los 33; Bob Marley, a los 36; Charlie
Parker, antes.
Algunos sólo sobrevivieron un año: Malcom X y Martin Luther
King, por ejemplo. Maldita casualidad.
Mi padre, a los 38, ya había tenido sus dos hijos. Mi madre tenía 37. También tenían coche, piso y el futuro más o menos claro.
Mi padre, a los 38, ya había tenido sus dos hijos. Mi madre tenía 37. También tenían coche, piso y el futuro más o menos claro.
Cada día mueren niños cuyos padres no tienen demasiadas
esperanzas de llegar a los 35.
En cambio, mi infancia fue placentera, la de un niño
introvertido, mimado y maltratado a partes iguales. Mi infancia pasó despacio
en lo bueno y en lo malo. Viví momentos intensos y otros aburridísimos.
Experimenté la buena fortuna y la mala suerte. Conocí el despertar de la vida y
los zarpazos de la muerte. Dibujaba muy bien para tener cinco años, pero me
aterraba la muerte. Me sabía de oído casi todas las canciones de la radio y las
tamborileaba con los dedos cada noche al dormir.
A partir de los 25 años todo se acelera. De los 28 a los 31
tuve que escalar no pocas montañas para descubrir que más allá había otros
yermos y si tenía fuerzas para continuar, quizá otros picos.
En algún momento tiré la toalla. El escritor inevitable se convirtió
en un hombre que escribía como otros muchos.
De los 35 a los 38, después del gran colapso, la vida ha
pasado tranquila a pesar de la incertidumbre instalada, parece ser, para
siempre.
Cada día deben de cumplir años cientos de miles de personas.
No creo que todas lo celebren. Quizá algún astrónomo podría convencerme de que
mi verdadero cumpleaños fue anteayer, porque lo de la exactitud en los cálculos
ya no se lo cree nadie.
He perdido, en pocos años, tanto como he ganado. Quiero
pensar que en lo personal no sólo he conseguido cierto equilibrio sino que los
apoyos que perdí se han visto suplidos por otros de mayor calidad humana. En lo
económico está claro que un estancamiento equivale a una derrota, aunque no
debiera ser así.
Lo que es cierto es que me quedan dos años para alcanzar la
edad que tenía Edgard Allan Poe cuando murió y no parece que vaya a escribir ni
una sola pieza a su altura. Siete años más y tendré la edad de Freddie Mercury
al morir, y no voy a grabar ni un solo disco (y en el caso de que lo grabara
sería con una voz del montón).
No sé qué destino tiene reservado el Universo para gente de
relleno como el que esto escribe: no voy a ser emperador en la Tierra y no creo
que me gane el Cielo.
Gracias a todas las personas a las que una fecha
conmemorativa que comparto con muchísima gente les inspire un sentimiento
positivo. Si tengo algún enemigo, le podéis mentir de mi parte. Que estoy en la
brecha, que seguiré dando guerra y que, más allá de la vida y la muerte, me
considero invencible.
En parte, aunque suene violento, incluso extrañísimo, no es
del todo incierto. Me siento cansado, un poco perdedor, pero al mismo tiempo sé
que puedo dar más. No sé si pasando abuelitas por los pasos de cebra o
dirigiendo una ópera.
Os mantendré informados.
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