Hay ciudadanos a los que les va relativamente bien. No me refiero a la oligarquía millonaria, ni siquiera a los burgueses que no se han jugado sus beneficios a la ruleta bursátil, me refiero a quien más o quien menos va generando unos ingresos superiores a sus gastos y, como he dicho que les va relativamente bien, también estoy hablando de la gente que se informa de los últimos acontecimientos, lee libros, va al cine, y tiene algunos valores éticos y estéticos bastante bien asentados.
Esta gente, entre la que podría estar yo si no fuera porque me han recortado mi carrera profesional, se nutre de las noticias de la televisión, de alguna emisora de radio poco fanática de lo suyo y de algún diario serio, que no incluye ninguno de éstos: ABC, El Mundo, La Razón y, por supuesto, fantasmadas como La Gaceta y ya no digamos Alba y similares payasadas (que tienen todo el derecho a existir como propaganda sectaria, pero que incumple todos los preceptos periodísticos).
Aparte, la gente de la que balo tiene la santa paciencia de ampliar sus conocimientos sobre la actualidad a través de Internet. Todo va filtrado según unos colores poco disimulados, pero al utilizar diversos prismas consiguen hacerse un dibujo, que por lo menos cubre más del cincuenta por ciento de la realidad.
No contentos con eso, reciben peticiones por Internet de denuncia, que firman digitalmente, y para desahogarse, aunque no consiguen desconectar, consumen gran cantidad de chistes gráficos ingeniosos sobre los males que tanto tocan las narices.
En televisión, no se pierden Salvados y a veces ven El intermedio. El primero es el mejor programa de investigación periodística que ha habido en España y el segundo es un circo de tres pistas que, por momentos, puede saturar a los progresistas de pro y que molesta muchísimo a liberales y conservadores y resulta cargante para los que se consideran apolíticos, ascetas de la vida pública y buenas personas, que son la mayoría en este país (por eso intento verlo).
Llega el fin de semana, y la gente que vive relativamente bien, pero sin mirar por encima del hombro al prójimo, necesita urgentemente pensar en otra cosa que no sea todo el estercolero retratado en los medios durante veinticuatro horas al día.
Por eso se pierden manifestaciones de gente joven y con mucha energía e incluso de sectores afines a sus intereses y militantes de todas las edades. Sencillamente, la vida les pide dar una vuelta por el parque, comprarse unos zapatos o estirarse en el sofá. Algunos hacen deporte, tocan instrumentos, estudian idiomas, etc.
Mientras, pasa el tiempo, y la democracia española que vive del autobombo, del maléfico periodo franquista y del superBorbón que nos libró del golpe de estado, se desenvuelve invisible. Sobre el papel, los ciudadanos estamos representados. Pero casi nadie se lo cree. Y ya no es un asunto de fe: si los diputados no van al Parlamento, si los senadores no conocen el camino de un Senado, que nadie sabe para qué sirve, hay un vacío de poder del pueblo durante gran parte del año.
En definitiva, puesto que las consultas y referéndums sólo se ponen en marcha cuando es estrictamente necesario: es decir, cada cuatro años, la democracia en España con respecto a la democracia real es como el flechazo comparado con el amor. Por no decir, calentón vs. relación sentimental y se me ocurren otros símiles, pero son demasiados groseros.
Aquí nadie me llama para que cumpla una función concreta y ya se me ha pasado la edad de creerme en condición de dar consejos, pero soy consciente de un problema y quiero compartirlo:
Por un lado, estamos bastante bien informados sobre los problemas que nos acechan.
Por otro lado, ni el Sistema nos permite realizar cambios sobre la marcha ni hay un caldo de cultivo suficiente para desarrollar una protesta social continuada y constructiva. Cuando hablo del Sistema, podría hablar de la Constitución como marco general y restrictivo. Y si me refiero al caldo de cultivo social, me refiero a una cultura en la que la mayor parte de la gente se agrupa por razones de ocio. Las actividades sociales se restringen a agrupaciones voluntarias, que a duras penas sobreviven, o a entidades que dependen de la religión, normalmente la católica.
Por eso, si el 15M surgió en España es prácticamente un milagro. Y lo normal es que desinflara, claro. Lo perverso es que desde los círculos autodenominados progresistas se torpedeara esta iniciativa con lo que más nos duele por estos lares: la duda.
Toleramos que se demuestre con creces que tal político, juez o banquero está podrido. De hecho, nos conformamos con eso. Luego, nos creemos que el sistema jurídico es infalible y no se deja influir, y respiramos tranquilos: quizá no fue para tanto. Lo que no soportamos es que los nubarrones de la duda se ciernan sobre una persona que vive mejor que nosotros, o sobre el partido al que votamos, que también ocurre.
Eso sí, estamos bien informados.
Desde aquí, pronostico que algún día se demostrará que el ex presidente Camps debió ir a la cárcel y también auguro que, pese a las evidencias de que Iñaki Urdangarin es culpable de, como mínimo, tráfico de influencias, este hombre no pisará la cárcel. Y si lo hace, será por muy poco tiempo y en unas condiciones que jamás soñaron nuestros padres cuando llegaron al hotel en su viaje de novios.
Esta gente, entre la que podría estar yo si no fuera porque me han recortado mi carrera profesional, se nutre de las noticias de la televisión, de alguna emisora de radio poco fanática de lo suyo y de algún diario serio, que no incluye ninguno de éstos: ABC, El Mundo, La Razón y, por supuesto, fantasmadas como La Gaceta y ya no digamos Alba y similares payasadas (que tienen todo el derecho a existir como propaganda sectaria, pero que incumple todos los preceptos periodísticos).
Aparte, la gente de la que balo tiene la santa paciencia de ampliar sus conocimientos sobre la actualidad a través de Internet. Todo va filtrado según unos colores poco disimulados, pero al utilizar diversos prismas consiguen hacerse un dibujo, que por lo menos cubre más del cincuenta por ciento de la realidad.
No contentos con eso, reciben peticiones por Internet de denuncia, que firman digitalmente, y para desahogarse, aunque no consiguen desconectar, consumen gran cantidad de chistes gráficos ingeniosos sobre los males que tanto tocan las narices.
En televisión, no se pierden Salvados y a veces ven El intermedio. El primero es el mejor programa de investigación periodística que ha habido en España y el segundo es un circo de tres pistas que, por momentos, puede saturar a los progresistas de pro y que molesta muchísimo a liberales y conservadores y resulta cargante para los que se consideran apolíticos, ascetas de la vida pública y buenas personas, que son la mayoría en este país (por eso intento verlo).
Llega el fin de semana, y la gente que vive relativamente bien, pero sin mirar por encima del hombro al prójimo, necesita urgentemente pensar en otra cosa que no sea todo el estercolero retratado en los medios durante veinticuatro horas al día.
Por eso se pierden manifestaciones de gente joven y con mucha energía e incluso de sectores afines a sus intereses y militantes de todas las edades. Sencillamente, la vida les pide dar una vuelta por el parque, comprarse unos zapatos o estirarse en el sofá. Algunos hacen deporte, tocan instrumentos, estudian idiomas, etc.
Mientras, pasa el tiempo, y la democracia española que vive del autobombo, del maléfico periodo franquista y del superBorbón que nos libró del golpe de estado, se desenvuelve invisible. Sobre el papel, los ciudadanos estamos representados. Pero casi nadie se lo cree. Y ya no es un asunto de fe: si los diputados no van al Parlamento, si los senadores no conocen el camino de un Senado, que nadie sabe para qué sirve, hay un vacío de poder del pueblo durante gran parte del año.
En definitiva, puesto que las consultas y referéndums sólo se ponen en marcha cuando es estrictamente necesario: es decir, cada cuatro años, la democracia en España con respecto a la democracia real es como el flechazo comparado con el amor. Por no decir, calentón vs. relación sentimental y se me ocurren otros símiles, pero son demasiados groseros.
Aquí nadie me llama para que cumpla una función concreta y ya se me ha pasado la edad de creerme en condición de dar consejos, pero soy consciente de un problema y quiero compartirlo:
Por un lado, estamos bastante bien informados sobre los problemas que nos acechan.
Por otro lado, ni el Sistema nos permite realizar cambios sobre la marcha ni hay un caldo de cultivo suficiente para desarrollar una protesta social continuada y constructiva. Cuando hablo del Sistema, podría hablar de la Constitución como marco general y restrictivo. Y si me refiero al caldo de cultivo social, me refiero a una cultura en la que la mayor parte de la gente se agrupa por razones de ocio. Las actividades sociales se restringen a agrupaciones voluntarias, que a duras penas sobreviven, o a entidades que dependen de la religión, normalmente la católica.
Por eso, si el 15M surgió en España es prácticamente un milagro. Y lo normal es que desinflara, claro. Lo perverso es que desde los círculos autodenominados progresistas se torpedeara esta iniciativa con lo que más nos duele por estos lares: la duda.
Toleramos que se demuestre con creces que tal político, juez o banquero está podrido. De hecho, nos conformamos con eso. Luego, nos creemos que el sistema jurídico es infalible y no se deja influir, y respiramos tranquilos: quizá no fue para tanto. Lo que no soportamos es que los nubarrones de la duda se ciernan sobre una persona que vive mejor que nosotros, o sobre el partido al que votamos, que también ocurre.
Eso sí, estamos bien informados.
Desde aquí, pronostico que algún día se demostrará que el ex presidente Camps debió ir a la cárcel y también auguro que, pese a las evidencias de que Iñaki Urdangarin es culpable de, como mínimo, tráfico de influencias, este hombre no pisará la cárcel. Y si lo hace, será por muy poco tiempo y en unas condiciones que jamás soñaron nuestros padres cuando llegaron al hotel en su viaje de novios.
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