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Por sus debates los conocerás

Sánchez Dragó, ganando puntos.
Resulta estremecedor que uno de los pocos debates con suficiente duración para tratar los temas de actualidad se dé en forma de espectáculo circense las noches de los sábados. Se llama El gran debate y de grande sólo tiene el formato y los emolumentos que reciben sus invitados. La cita, en Telecinco, claro.

El otro día el programa reunió a una caterva de acérrimos al poder del PP, desvergonzados y cínicos que se ganan la vida paseándose por las televisiones, con Hermann Terscht y Sanchez Dragó a la cabeza.

Enfrente, tenían a una activista en contra de los desahucios y a favor de un cambio en la legislación para que los bancos acepten la dación en pago y, por ejemplo, se fomente el alquiler social. Pues bien, automáticamente, como resortes actividados por sus amos, los referidos contertulios atacaban a una tal Ada Colau, cuyo única falta conocida había sido atreverse a llamar criminales a los banqueros.



Y los ataques se consumaron porque estaban en el guión. Ni el supuesto periodista ni el pésimo escritor tenían argumentos sólidos. Ada Colau se emocionaba hablando de la lucha de su colectivo. Ellos se colgaban medallas de papel. Por ejemplo, Hermann (Monster) le discutía las cifras de desahucios a Ada Colau mintiendo manifiestamente.

El señor Sánchez-Dragó, cuya ética es como un chicle de diez kilos, le daba lecciones riñéndole porque según él criminal es la peor palabra del diccionario, aunque luego resultó ser asesino, según el mismo escritor, que por cierto no escribe una novela potable desde hace más de veinte años y fue pillado por los micrófonos de Telemadrid haciéndole la pelota a Ana Botella y confesando que uno de sus últimos libros se lo habían escrito otros (aparte de referirse a Aznar como dios).

Al lado de semejantes personajes dignos del pasaje de los horrores, Ada Colau se convirtió en ídolo de muchos telespectadores, estoy seguro. Porque, por el plató también pululaban adefesios del buen gusto y de la imparcialidad como Isabel San Sebastián y una supuesta abogada Barbie de cuyo nombre no quiero acordarme.

Minutos antes, una señora muy mal hablada, mayor y un tanto deforme, de quien tampoco me quiero acordar, sacaba renta de su supuesta ética de hierro importunando a Julio Anguita sin venir a cuento. Y se supone que esa señora, que desprecia al colectivo de los dentistas seguramente para parecer más progre, representa a la izquierda y al pensamiento libre de este país. Sí, también pasaba por allí uno de los primeras espadas de El País, que habla bonito y no incordia a nadie, el señor Ekaizer, también abonado a estos saraos.

Debate infumable, triste, vacío de ideas, condenado al fracaso, fabricado con dinamita para la razón. Sin embargo, la televisión pública no se quedó atrás con uno de los reportajes de un programa, antaño reputado, Informe Semanal. En el mismo reportaje cuestionaban la validez de los famosos documentos de Bárcenas con todo lujo de detalles para luego comparar el caso con los ERE de Andalucía, pasando de largo por la trama Gürthel.

Si así se las gasta la cadena pública, no es de extrañar que un producto de Berlusconi insulte la palabra "debate" con un planteamiento trivial y unos invitados que viven del escándalo gratuito, que son la voz de su amo y que se nutren descaradamente de tiempos mejores para cobrar millonadas por decir cuanto les venga en gana a millones de telespectadores.

Es la España del siglo XXI, la democrática y avanzada, demasiado parecida a la de mediados del XX. Y seguimos sin darnos por enterados. Por lo que contribuyen a la justicia, la verdadera democracia y la búsqueda de la verdad la mayoría de contertulios debería pagar con una multa por aparición televisiva, porque ofenden a cualquiera que haya leído más de un libro al año.

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