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Independencia imposible

Recortes plurinacionales.
Una mirada localista al Reino de España y sus problemas internos puede derivar en la sensación de que vive un peligro doble: el acoso de los mercados y la amenaza separatista de Catalunya.

Como toda mirada sesgada, alejada del conjunto por un zoom intelectual exagerado, entraña la mentira de la generalización a partir de los detalles. Ni Catalunya es un problema ni los mercados solamente se ceban con España.

Además, por si a alguien le interesa: pocas naciones existen a día de hoy sin un historial de intentos o, cuando menos, deseos separatistas. Lo preocupante seria que todo el mundo comulgase en la misma dirección. Al menos así lo vemos quienes creemos en la libertad y concebimos ésta como un flujo constante de cambios.

Volviendo a España y a Catalunya, la cantidad de medias verdades que se vierten por ambos cantones están gestando una mentira difícilmente digerible. Ni España existe desde los tiempos de la romanización ni los catalanes han querido huir del Estado-Nación desde los tiempos del primer Borbón. En realidad, no fue hasta finales del siglo XIX que brotaron los verdaderos gérmenes de la independencia.



En cualquier caso, la mirada constante a la Historia entraña un callejón sin salida: es imposible explicar un proceso secesionista sin mirar al pasado tanto como mentiroso resulta echar la vista atrás para justificar las ansias de cambio.

Por entrar en harina, resulta curioso que los medios afines al catalanismo se centren en el pasado histórico para hablar de la independencia en lugar de examinar el estatus actual. Da la sensación de que prefieren revivir la derrota del pasado para animar a las nuevas generaciones catalanes en vez de examinar la realidad con el propósito de cambiarla.

Es comprensible. Si analizar el pasado es transitar un camino plagado de trampas, responder a la actualidad con criterios objetivos es zambullirse en un mar de minas flotantes.

El caso es que en el siglo XXI no podemos decir a todas luces que España sea un país independiente. No controla sus presupuestos, no acuña moneda, no regula sus fronteras con Europa, no tiene la máxima potestad jurídica. En suma: está supeditada a Europa. En buena ley, por tanto, si Catalunya pretende la independencia de España, tiene dos opciones:
esperar a que España se independice de Europa o negociar su ruptura, en primer lugar, con la Unión Europea saltándose el puente español.

Luego, faltaría más, surgen nuevos problemas.

A saber:

España no está dispuesta a desprenderse de un importante motor económico, demográfico y cultural. Sería más débil ante los mercados.

Europa no ve ventajas en que se fragmenten sus clientes. Ahora mismo, Catalunya se ve como una región deficitaria dentro de una España igualmente deficitaria. ¿Dónde está el negocio?

Y en tercer lugar, los catalanes están divididos. Hay tantos independentistas como españolistas. Por no hablar de aquellos españolistas que lo son sin pretenderlo: los que se conforman con el "status quo", los que se quieren quedar como están.

A día de hoy, pues, la independencia catalana es un imposible. Lo cual no significa que dentro de varios lustros lo siga siendo. Sin embargo, estaría bien que los catalanes cayeran en la cuenta de que su nación está hipotecada como lo está el conjunto de España. Probablemente algún dirigente de la Unión Europea se atreva a confesar que la propia Europa está hipotecada. El misterio es... ¿a quién?

Mientras tanto, la derecha (PP y CiU) crecen políticamente con un conflicto que ambos partidos saben que no conduce a ninguna parte.


Ilustracía vía Faro

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