En el instituto cursé griego junto a un chico más, y en historia del arte éramos tres o cuatro varones si no recuerdo mal.
Cursé la licenciatura de traducción junto a otros siete u ocho chicos, frente a más de cincuenta compañeras.
Últimamente me he decantado por la enseñanza de secundaria, una profesión en la que predominan las mujeres, sobre todo en la especialidad de inglés.
De pequeño no me gustaba apedrear gatos ni jugar al fútbol. Me molestaba que mi padre saliera de caza cada sábado y algunos domingos. Con dieciséis años escuchaba los Beach Boys, Dire Straits, El último de la fila y Genesis. Nunca escuché un disco de La oreja de Van Gogh cuando parecía que sólo había un grupo español.
Hace poco asistí a un curso de yoga, y muchas veces era el único hombre en la sesión. También recuerdo las sesiones nocturnas del día del espectador en el cine de mi pueblo, sala 4, la que tiene forma de caja de cerillas. No había más público que yo. Por cierto, en Filología Hispánica, las chicas también son mayoría. Soy uno entre diez.
Las fiestas populares no me gustan en general: te piden exclusividad. Huyo de las discotecas, porque no entiendo para qué sirven cuando no te gusta beber por beber ni bailar por bailar. No sueño con un viaje a Santo Domingo ni ansío tener una "motarra" ni un cochazo. Adoro la Navidad. Casi nunca enciendo el teléfono móvil. Me aburro en la playa y del campo me molestan los bichos. Nunca me he liado con la primera tía buena "a tiro". En ocasiones me gustan más mis pensamientos que los de muchos filósofos, pero casi nunca actúo como había planificado.
No me caso con nadie ni con nada, actúo casi siempre a mi manera y cuando no lo hago así, termino arrepintiéndome.
Soy uno entre un millón.
Esta cualidad que me adjudico, a pesar de que los juicios no me gustan y sólo son de fiar si proceden de la gente que te quiere, no tiene por qué ser positiva.
Si creernos especiales nos hace sentir mejor es porque estamos contaminados de un prejuicio difundido por el poderoso Sistema. Al Sistema le va muy bien que nos creamos el ombligo del mundo. Sólo así consumiremos todo lo necesario para desmarcarnos de los demás. Sólo así huiremos de compartir las cosas. Preferimos comprarnos cada uno lo suyo. Para algo somos especiales.
A mí los que me quieren mucho me dedican elogios exagerados, pero los que me detestan me han tachado de inadaptado, raro, friki, farsante y cosas que en su momento dolieron.
Los que no me conocen demasiado suelen desconfiar de un tío que va a la suya, pero se interesa por los demás, uno por uno, e incluso por el bien del grupo si el grupo le parece bien. Ni blanco ni negro. No debe de ser fácil de aceptar que me comporte así. De hecho, casi siempre soy sospechoso. Es algo que detecto: una desconfianza que sale a relucir a las primeras de cambio. ¿Por qué se nos acerca éste ahora? ¿A qué viene esa broma? ¿De qué va con este desplante al grupo? ¿Quién se cree que es?
Conozco el protocolo de la gente corriente, pero no siempre lo quiero seguir. A veces soy incapaz, he de reconocerlo. También me sé algunas formas de actuar de ciertos subgrupos: los antisistema, los intelectuales, los pijoprogres, etc. Demasiadas reglas llevan al automatismo, lo contrario de la naturalidad. Muchas modificaciones obligatorias en la fachada. Joder, que ya no soy un crío para jugar a los heavies y los rockers.
Prefiero ser uno entre un millón, aunque en realidad supongo que cada cual es diferente a los demás e igual al mismo tiempo. Hablaba de una actitud ante la vida, un rol en definitiva. Hablaba por hablar. Y tengo pocas esperanzas de que se me entienda.
Cursé la licenciatura de traducción junto a otros siete u ocho chicos, frente a más de cincuenta compañeras.
Últimamente me he decantado por la enseñanza de secundaria, una profesión en la que predominan las mujeres, sobre todo en la especialidad de inglés.
De pequeño no me gustaba apedrear gatos ni jugar al fútbol. Me molestaba que mi padre saliera de caza cada sábado y algunos domingos. Con dieciséis años escuchaba los Beach Boys, Dire Straits, El último de la fila y Genesis. Nunca escuché un disco de La oreja de Van Gogh cuando parecía que sólo había un grupo español.
Hace poco asistí a un curso de yoga, y muchas veces era el único hombre en la sesión. También recuerdo las sesiones nocturnas del día del espectador en el cine de mi pueblo, sala 4, la que tiene forma de caja de cerillas. No había más público que yo. Por cierto, en Filología Hispánica, las chicas también son mayoría. Soy uno entre diez.
Las fiestas populares no me gustan en general: te piden exclusividad. Huyo de las discotecas, porque no entiendo para qué sirven cuando no te gusta beber por beber ni bailar por bailar. No sueño con un viaje a Santo Domingo ni ansío tener una "motarra" ni un cochazo. Adoro la Navidad. Casi nunca enciendo el teléfono móvil. Me aburro en la playa y del campo me molestan los bichos. Nunca me he liado con la primera tía buena "a tiro". En ocasiones me gustan más mis pensamientos que los de muchos filósofos, pero casi nunca actúo como había planificado.
No me caso con nadie ni con nada, actúo casi siempre a mi manera y cuando no lo hago así, termino arrepintiéndome.
Soy uno entre un millón.
Esta cualidad que me adjudico, a pesar de que los juicios no me gustan y sólo son de fiar si proceden de la gente que te quiere, no tiene por qué ser positiva.
Si creernos especiales nos hace sentir mejor es porque estamos contaminados de un prejuicio difundido por el poderoso Sistema. Al Sistema le va muy bien que nos creamos el ombligo del mundo. Sólo así consumiremos todo lo necesario para desmarcarnos de los demás. Sólo así huiremos de compartir las cosas. Preferimos comprarnos cada uno lo suyo. Para algo somos especiales.
A mí los que me quieren mucho me dedican elogios exagerados, pero los que me detestan me han tachado de inadaptado, raro, friki, farsante y cosas que en su momento dolieron.
Versión en directo de "One in a million", Pet Shop Boys.
Conozco el protocolo de la gente corriente, pero no siempre lo quiero seguir. A veces soy incapaz, he de reconocerlo. También me sé algunas formas de actuar de ciertos subgrupos: los antisistema, los intelectuales, los pijoprogres, etc. Demasiadas reglas llevan al automatismo, lo contrario de la naturalidad. Muchas modificaciones obligatorias en la fachada. Joder, que ya no soy un crío para jugar a los heavies y los rockers.
Prefiero ser uno entre un millón, aunque en realidad supongo que cada cual es diferente a los demás e igual al mismo tiempo. Hablaba de una actitud ante la vida, un rol en definitiva. Hablaba por hablar. Y tengo pocas esperanzas de que se me entienda.
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