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Se acabó la crisis del cine español

La excepción a la regla.
A partir de ahora nadie se lamentará de la crisis del cine español. En realidad, este llanto se ha acabado porque el concepto de cine español ha muerto.

Seamos realistas, el divorcio del cine español con el público y con la crítica está más que consumado. El año pasado la película española que más recaudó fue Midnight in Paris, y a mucha distancia La piel que habito. Qué casualidad, también fueron las más apreciadas por los entendidos en el séptimo arte.

Ya es una tónica habitual que los estrenos supuestamente de calidad con marchamo español (lo de Midnight in Paris como film español a mí me parece una broma) duren una semana o dos en Barcelona y Madrid en una o dos salas a lo sumo. Con mucha suerte. El público, cinéfilo o no, ha ninguneado los últimos trabajos de cineastas contrastados como David Trueba y Jaime Rosales.



El público casposo, habitual a citas con engendros de la calaña de Fuga de cerebros, ha esquivado sin remordimientos cualquier producto español con jóvenes desmadrados supurando pus en mitad de un viaje a la deriva. Serán casposos, pero no son tontos, y prefieron los resacones de Hollywwod y las movidas de Judd Apatow. Normal. Yo también.

Rosales, más tiempo de promoción que en la cartelera.
Los grandes espadas del cine español, tradicionalmente los que han tirado del carro, se dividen en dos grupos: los desaparecidos, caso de Amenábar, Médem, Bajo Ulloa y un etcétera amplísimo y los denostados, que suelen ser los más trabajadores, como ocurre con Älex de la Iglesia o Montxo Armendáriz, que estrenan cada film como si acabaran de llegar, haciendo equilibrios sobre el alambre.

A Pedro Almodóvar hay que darle de comer aparte. Él tiene bula papal para hacer lo que le dé la gana y triunfar. Además, no le falta talento para que sus errores de bulto parezcan genialidades.

Y la situación está así, por muchos motivos, pero uno de ellos es el nefasto sistema de subvenciones. En este cajón entran todos, los jóvenes cineastas con ideas frescas que necesitan el respaldo económico, los que van de artistas y ruedan una película como capricho personal y dos casos que llaman especialmente la atención:

¿Alguien la vio? Yo tampoco.
Los cineastas consagradísimos que no suelen ir tan mal en taquilla, e incluso los que triunfan (sí, otra vez Almodóvar).

Y lo peor de lo peor: los productores y directores que se especializan en rodar bodrios para llenarse los bolsillos con emulumentos millonarios.

El primer caso demuestra la sed insaciable de algunos y lo insolidarios que pueden llegar a ser. ¿A día de hoy Pedro Almodóvar no se puede costear sus películas? Y Santiago Segura... ¿no gana suficiente dinero con sus Torrente para que pida ayudas?

El segundo tipo es de juzgado. ¿Por qué no se denuncian estas prácticas legales pero injustas y tan dañinas para las arcas del Estado y la propia consolidación de las ayudas? Miren las cifras del productor y director, padre e hijo, de Bestezuelas, por ejemplo. Su película sólo podía ser un fracaso a todos los niveles. Pues consiguieron la colaboración del actor Gustavo Salmerón después de años de tocar muchas puertas, entre otros profesionales de mucho mérito. Al final, padre e hijo estrenaron para ellos mismos.

En realidad, en la antesala de estos defectos de sistema opera algo mucho más grave. La industria del cine español no existe. Posiblemente dejó de existir con la (aparente) muerte del Franquismo, aunque parezca paradójico, y la calidad media fuera ignominiosa. Sin embargo, no hay que recordar que con ese caldo de cultivo se producían una cantidad ingente de películas de evasión y de propaganda para un público masivo, que actuaba como base del cine de Berlanga, Bardem e incluso el maestro Buñuel, que metió un gol al régimen desde su propio sistema con la célebre Viridiana.

A pesar de su publicidad, un fracaso.
No hay cine español, pues, hay viejos zorros que son los productores de siempre, los que no sabrían distinguir Bestezuelas de El Padrino, los que no aman el cine. Luego, hay espabilados que viven a costa de robar al erario público en forma de subvenciones perdidas.

Y el resto son francotiradores. Y ha sido así durante muchos años, incluso cuando estos francotiradores salían a la luz, daban la cara y disparaban sus colt en un pueblo polvoriento. Ahora estos Médem y Amenábar se han cansado de luchar contra qujotes y gigantes, Como lo acabarán haciendo los Trueba (los dos), De la Iglesia, Armendáriz, Rosales y otros muchos.

El poso cultural en España es un conjunto de goteras dispersas. La sociedad no pide buen cine español como no exige buena literatura ni buenos filósofos ni acude a las exposiciones de arte. Por eso, y porque las políticas de subvenciones y ayudas varias, ya sea a través del ICO o de las televisiones, es un desastre: un remiendo que sólo alarga la enfermedad y enriquece a unos pocos pícaros.

Detrás de los Pirineos, a pocos kilómetros de aquí, existe una industria cinematográfica, la francesa, que funciona, mejor o peor, pero abastece a su público de entretenimiento más o menos fugaz y de valiosas obras de arte. Por supuesto, reciben el impacto semanal de la influencia brutal de la maquinaria de Hollywood, pero la diferencia estriba en que los franceses podrían colmar su hambre de cine durante un eventual parón del gigante estadounidense. Los españoles tendrían que programar películas en DVD.

Quizá tenga que ver con la actividad cultural en Francia, y sus editoriales que apuestan por la calidad, su sociedad abierta al debate y su televisión que todavía tiene una pizca de dignidad.

No en vano, los españoles nos conformamos con un debate televisado cada cuatro años con motivo de unas elecciones. Y así nos va.

DATOS: En 2011, el número de espectadores que vieron cine español no superó los 100 millones, colocándose a niveles de 2005. Prueba de la calidad de las películas más vistas del cine español son A dos metros bajo tierra, la más vista en 2010, y Torrente 4, la que triunfó en 2011.

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