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Qué ocurrió después de ganar la Eurocopa

Los niños sabrán tomar ejemplo.
Después de que España ganase la Eurocopa, el expolio al estado del bienestar seguía allí.

A pesar de los esfuerzos del bravo Rajoy y del fiel Felipe de Borbón, la felicidad era tan supérflua y el dolor por los últimos escándalos políticos y económicos tan grande, que incluso el más tarugo de los españoles tuvo que mirar a los ojos de la realidad.

Para contrarrestar el golpe, las patrióticas, intelectuales y concenciazadas Esperanza Aguirre y Ana Botella pusieron patas arriba sus dominios, Madrid y aledaños. Pero la juerga duró lo que duró (un día) y la tasa del paro siguió en sus cinco (millones).

Los futbolistas, en su filantropía, pagaron sus vacaciones con los impuestos de los españoles y se fueron de vacaciones a los lugares que sus compatriotas habían votado en sueños.

Y yo, entre tanto giilipollas reiterando que es español, español, español (analicemos luego por qué tres veces), estuve tentado de cambiar mi nacionalidad universal por la islandesa.

Y sí, he conseguido averiguar por qué ese triple canto patriótico. No es porque no sepan buscar una rima sin usar la misma palabra, ni porque tengan un pensamiento monolitico.

La realidad es que con el primer español reconocen que tienen su DNI en regla. Con el segundo, se condenan a no llegar a ser nunca europeos. Por último, el tercer "español" sirve para recular todavía más y entroncar, no ya con el patriotismo, sino con el patrioterismo rancio de Felipe II y Franco, de Rajoy y del Principito .

El patriotero español suele cagarse en su país cada vez que deposita su voto, cada vez que consiente la cirrupción, cuando no sale a la calle para manifestarse o se desprende de la realidad jactándose de o seguir la política. Es un español que dinamita las posibilidades de sus conciudadanos de dejar de ser una cagada de burro en mitad de un continente hiperconsumista y globalizado, una nación borracha de una fantasía católica que desprecia su riqueza cultural, que condena a su pueblo a la demencia por el paro y la inestabilidad, pero que incluso en sus momentos buenos tampoco es capaz de virar a un nuevo modelo, porque no ve más allá de sus narices y de sus espejismos.

Ser español tres  veces con motivo de un triunfo futbolístico equivale a ser tres mil veces ignorante e insolidario.

Los españoles que se reivindican tres veces se aferran a su propia tontería, pasan los días sin mirar al prójimo, van del trabajo (o del INEM) a casa, defraudan a Hacienda, se niegan a leer un libro, engañan a los turistas con sangría Don Simón, insultan a los inmigrantes que vienen para trabajar en lo que ellos no pretenden poner ni una uña y votan a un partido tenebroso como el PP o aun hipócrita PSOE que ni es socialista nu obrero y es tan español como elllos.

No dan para más, son mayoría, pero se puede vivir combatiéndolos, evitándolos e informándolos. Insultarlos quizá no sea la mejor estrategia, pero más me ofende a mí asistir al explio de la sanidad, la educación, la cultura, el medio ambiente, el trabajo y una lista interminable de bienes, que el PP y CIU, los partidos favoritos de los patrioteros, se proponen fulminar cada día con decisiones que obedecen a intereses particulares y macroeconómicos, que a mi modesto entender nada tiene que ver con mejorar las condiciones sociales de los españoles.

La celebración en Madrid del título de la selección española fue una vergüenza, un insulto más. Junto a la diosa Cibeles un millón largo de personas aclamaron el triunfo del circo sobre el pan y rindieron pleitesía a la ceguera colectiva adorando a dioses demasiado jóvenes, demasiado ricos y demasiado borrachos. Mientras Xabi Alonso se arrastraba por el escenario con una cogorza de campeonato, en el salón desnutrido de muchas casas de españoles a secas (no tres veces), alguien se tomaba el antidepresivo para poder aguantar una noche más.

A todo esto, España jugó de maravilla la final contra Italia, pero a 2 de julio de 2012, ¿realmente importa?

Importaba más la muerte de un piloto de helicóptero en un incendio devastador en el interior de Valencia, pero la fiesta debía de continuar.

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