De número dos de Wikileaks, a oportunista del montón. |
Lástima que el alemán se limite a aprovechar el tirón para narrar sus vivencias como número dos de la autodenominada "web más peligrosa del mundo", porque más de uno habrá comprado el libro en busca de algo más.
El señor Domscheit-Berg ha escrito un libro oportunista y poco esclarecedor sobre lo que verdad importa, la esencia de Wikileaks. Sus memorias son más bien un ajuste de cuentas disfrazado de confesión piadosa de un aprendiz de mártir.
Durante su período en la plataforma de filtrados, Julian Assange, el fundador de Wikileaks, sale retratado como un megalómano esclavo del culto a sí mismo y de su papel como iluminado. En cambio, Daniel Domscheit-Berg, pobre, sufre los desvaríos del líder australiano hasta que decide rebelarse y, por eso, queda fuera del proyecto.
Al pasar la primera página, uno espera saber los entresijos de Wikileak, entender cómo y por qué nació una de las iniciativas que más ha hecho por la trasparencia y, de paso, entrever su futuro. Pues no. Como Daniel llegó ya iniciado el proyecto, narra sus vicisitudes a partir de ese momento como si no existiera el antes ni el después.
En realidad, el lector asiste a una pelea de novios protagonizada por Domscheit-Berg y Assange, con ejemplos calcados literalmente de mensajes de chat y e-mails. Por supuesto, el primero es la víctima bienintencionada y el otro es el iluminado cainita.
Por si el espectáculo fuera poco aburrido, Daniel Domscheit-Berg nos cuenta cómo conoció a su mujer, lo felices que son y otras maravillosas historias para no olvidar como sus noches sobre un sofá viejo en un local de Berlín.
Para evitar que el libro reciba una sola buena crítica, pasa de puntillas sobre el cabeza de turco Bradley Manning, del que lamenta su mala suerte, pero del que no aporta ni una sola prueba de inocencia que nos haga partícipes de la ¿injusticia? que está sufriendo (como mínimo, su situación de preso sin juicio inminente es preocupante).
Lo que sí hace bien Domscheit-Berg es insistir una y otra vez en la precariedad de recursos materiales y técnicos cualificados que milagrosamente propició la existencia de Wikileaks. Muy pronto el lector se preguntará cómo pudo llegar tan lejos la plataforma que puso en jaque a los servicios de inteligencia mundiales con semejantes cenutrios como su fundador (Assange) y el contramaestre (Domscheit-Berg).
Al menos, el autor declara inocente a Julian Assange de sus supuestos delitos sexuales, aunque tampoco aporta más pruebas que su buena voluntad. Sin embargo, no parece demasiado preocupado por la caza que, de momento, ha conseguido mantener callada a Wikileaks durante más de un año. Tanto es así que es probable que a los lectores les preocupe más que a él que los poderes fácticos acaben con todo intento de independencia informativa.
Una pena.
Otros libros habrá que analicen el impacto real de Wikileaks en la seguridad mundial y en la verdadera democracia, pero éste es un lamentable lloriqueo que ni siquiera resulta interesante como cotilleo.
Gracias a esta obra de difícil digestión, en adelante me centraré en lo que realmente importa: el papel de Wikileaks y otras iniciativas que a buen seguro la imitarán en pos de la democracia real en el mundo hiperglobalizado. De veras, los escarceos amistoso-amorosos entre las personas que la gestionan tienen tanto interés como las discusiones de James Cameron con su mayordomo.
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