Hecho un lío. Qué raro... |
¿Qué pasa mañana? Bueno, ya hoy, porque se me han hecho las tantas. Pues pasa que una página web me dice si tengo empleo como profesor de inglés en un instituto de Barcelona o tengo que seguir esperando.
La gente puede pensar que estoy dramatizando y dirá: "pues te esperas y ya está". ¡Y qué remedio! Supongo que mi perspectiva es distinta. Sigo sin saber qué hice mal para no sacarme la plaza en las últimas oposiciones. De acuerdo, es una eliminatoria. Asumido queda (más o menos).
Aunque, sobre todo, el motivo del nerviosismo es que el centro que me adjudiquen (suponiendo que me den trabajo para todo el año) es la piedra angular del resto de mis 365 días de vida. Tengo tres posibilidades:
1) La más común: un instituto con sus claros y sus sombras. Alumnos civilizados y bordes. Compañeros con los que sintonizaré y con los que no. Una directiva con sus aciertos y errores, etc. El Paraíso, vaya.
2) Un instituto de niños mimados. Críos que se creen que saben más de todo que el profesor. Padres que se creen las fantasías de sus hijos. Profesores maravillosos y otros que simplemente esperan su jubilación en un "cementerio de elefantes". Y, en los peores casos, una directiva que quiere mantener el buen nombre de su instituto por encima de todo y todos.
3) Un centro reconocido como marginal. Grupos pequeños. Alumnos conflictivos. Un profesorado implicado. Y los padres que no aparecen por el instituto. Las directivas suelen actuar de dos modos: trabajando a tope para disfrutar del reto que implica salvar el futuro de chicos y chicas condenados por la sociedad sin haber cometido ningún crimen o, al contrario, bajando los brazos y dejando que el caos gobierne.
Por supuesto, cualquiera de las tres combinaciones que esquematizo pueden mutar en otras variables. Hablo desde mi experiencia y desde las conversaciones con otros compañeros.
Particularmente, a mí me da igual si los alumnos son ricos, pobres, rubios o morenos. Lo importante es el grupo humano que forma parte parte de la directiva, de las tutorías y de los distintos departamentos. Todo lo demás se puede solucionar. Si el anterior engranaje falla, entonces queda sobrevivir. ¡Y también se puede! Doy fe. Aunque uno llega a julio con la necesidad no de dos meses, sino de dos años de vacaciones.
Pues eso, que pasan los minutos y cada vez falta menos para salir de dudas. Lo peor: que a pesar de haberme tragado dos cursos con un tercio de jornada (con lo que implica económicamente) para acumular experiencia en la bolsa de sustitutos, me podría quedar sin una plaza de interinaje en el nombre de la crisis. Entonces, cruzaré la calle, entraré en la iglesia y me encomendaré al Altísimo para que no me espere un año de sustituciones de una o dos semanas por lo largo y ancho de Barcelona.
Una educación de calidad creo que tendría que haber resuelto el destino de tantos sustitutos desde finales de junio. Es mi opinión. Estoy seguro de que la mayoría de nosotros ya se habría pasado por el centro para recoger los materiales de trabajo.
Como la realidad siempre se impone, esperaré a que Morfeo me secuestre de las páginas de un libro (esta noche estoy de la tele hasta el gorro: veo Mohedanos por todas partes).
Un dato más y paso página: esta tarde he estado a punto de comprarme un hamster, otra tortuga y una bicicleta plegable. Hasta me he paseado por el Declathon con un patinete. Por suerte, no me he gastado ni un céntimo. Eso sí, al punching ball lo tengo frito a puñetazos.
NOTA: Hay que escuchar "The Waiting" de Tom Petty. Maravillosa canción que forma parte de mi banda sonora cerebral. Ahora es cuando dice eso de "the waiting is the hardest part..."
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