Los altercados de Inglaterra, con su epicentro en Londres, están sacudiendo los cimientos de la supuesta marca registrada de civismo británico (no confundir con los personajes que la arman cada verano en Benidorm y destinos similares)..
Para quién no lo sepa, los ciudadanos británicos (en casa) se comportan como isleños, excepto en política exterior y en sus lazos con Estados Unidos y los países de la Commonwealth (y en otro sentido, incluso con sus ex colonias). Sólo asumiendo esta particularidad, se puede entender sus recelos respecto al europeísmo y, en lo que atañe a este artículo, también explica su enorme celo por todo lo que sucede en el Reino Unido, hasta el punto de que un asesinato en el último pueblo de Gales es una tragedia nacional.
De ahí que es de esperar que todos los británicos estén preocupados por unos altercados que se expanden por todo el reíno. Su idiosincrasia isleña también explica que los sucesos se produzcan de una forma tan virulenta, o mejor dicho, de una forma tan distinta a las protestas en España, Grecia, Israel, etc.
Entonces, ¿deberíamos unir estos altercados sin más a una especie de virus global que parece empeñado en acabar con un Sistema injusto?
Sí y no. Es decir, ni el modus operandi ni las exigencias de los grupos ciudadanos coinciden con el caso español. En España se ha vertebrado una acción inteligente, menos espontánea de lo que se ha dicho, pero más honesta de lo que la derecha se empeña en vocear. El pacifismo, el racionalismo y el humanismo se han impuesto quizá porque la sociedad española es muy insolidaria, de modo que los problemas de los demás le son ajenos, y como consecuencia es casi imposible que se dé un debate real (la gente va por libre y los medios de comunicación, por intereses económico-político). Sin embargo, la raigambre del problema estaba ahí y la energía acumulada ha salido y, por fortuna, se ha canalizado de forma pacífica.
Ahora bien, las protestas de los griegos en la actualidad difieren mucho de las que se dieron el año pasado, también propulsadas por la muerte de varios manifestantes. Sin embargo, coinciden con las inglesas. Sería fácil desmarcarlas del movimiento de los Indignados. En cambio, hay más elementos que unen estas situaciones entre ellas y con la española: en el sustrato se encuentran la rebeldía ante un Sistema injusto, el malestar por una crisis programada e interminable, y la madurez necesaria para saber que los mecanismos de control: policías, jueces, políticos, etc. se deben al pueblo y no están cumpliendo con su deber.
Yendo más lejos, me atrevería a vincular todos estos movimientos con el que hace unos años puso en jaque a Francia. Entonces, los grupos más marginales se anticiparon a la Historia provocando el caos en los núcleos de población de forma vírica (como en Inglaterra), pero la enérgica respuesta de Sarkozy, la xenofobia generalizada y el tratamiento mediático acabaron con el desplante y lo aislaron de cualquier reivindicación pasada o futura. Al fin y al cabo, sólo se trataba de extranjeros cabreados, musulmanes o negros la mayoría, que expresaban su salvajismo.
Ahora podemos apreciar que no era así, que fueron unos de los primeros en plantarse. Por supuesto, desde este blog no voy a aprobar su manera de manifestarse, pero tampoco la de los británicos en estos momentos. Aunque razón no les falta, en la era de la información globalizada, deberían ser capaces de mirar más allá de su propia ira. Podrían emular el caso de los Indignados españoles. Y, en último término, fijarse en el milagro islandés.
Sólo entonces se despejarán las dudas: este Sistema caníbal no es una excusa abstracta para quejarse de la realidad. Es la propia realidad, montada a favor de los más ricos y poderosos, inspiradora de los medradores, alcistas, especuladores, insolidarios y tramposos que saben que la mentira, el abuso de poder y la falta de escrúpulos son la moneda de cambio para cargarse el planeta, esclavizar a los trabajadores o endeudar a continentes enteros. Todo para que unos pocos blinden su futuro y el de sus familias. Todo porque estas personas están convencidas de que Dios ha muerto y al planeta le quedan cuatro días.
En realidad, se trata de neonazis, sin insignias que les identifique, que financian documentales de cuarta categoría contra la figura de Hitler, que sólo lo hacen porque es una forma más de acojonar al personal con el consabido discurso de los botoncitos de las armas nucleares, Nostradamus, el calendario maya o el Apocalipsis de San Juan. Ahora toca la crisis interminable, porque al fin y al cabo lo que más acojona al mundo en la actualidad es la pobreza.
Desde aquí les digo: señores Rockefeller, Obama, Zapatero, Rajoy, Botín, González... Me gustaría ser un religioso acérrimo sólo para tener la constancia de que ustedes y sus instigadores arderán en el Infierno.
Para quién no lo sepa, los ciudadanos británicos (en casa) se comportan como isleños, excepto en política exterior y en sus lazos con Estados Unidos y los países de la Commonwealth (y en otro sentido, incluso con sus ex colonias). Sólo asumiendo esta particularidad, se puede entender sus recelos respecto al europeísmo y, en lo que atañe a este artículo, también explica su enorme celo por todo lo que sucede en el Reino Unido, hasta el punto de que un asesinato en el último pueblo de Gales es una tragedia nacional.
De ahí que es de esperar que todos los británicos estén preocupados por unos altercados que se expanden por todo el reíno. Su idiosincrasia isleña también explica que los sucesos se produzcan de una forma tan virulenta, o mejor dicho, de una forma tan distinta a las protestas en España, Grecia, Israel, etc.
Entonces, ¿deberíamos unir estos altercados sin más a una especie de virus global que parece empeñado en acabar con un Sistema injusto?
Sí y no. Es decir, ni el modus operandi ni las exigencias de los grupos ciudadanos coinciden con el caso español. En España se ha vertebrado una acción inteligente, menos espontánea de lo que se ha dicho, pero más honesta de lo que la derecha se empeña en vocear. El pacifismo, el racionalismo y el humanismo se han impuesto quizá porque la sociedad española es muy insolidaria, de modo que los problemas de los demás le son ajenos, y como consecuencia es casi imposible que se dé un debate real (la gente va por libre y los medios de comunicación, por intereses económico-político). Sin embargo, la raigambre del problema estaba ahí y la energía acumulada ha salido y, por fortuna, se ha canalizado de forma pacífica.
Ahora bien, las protestas de los griegos en la actualidad difieren mucho de las que se dieron el año pasado, también propulsadas por la muerte de varios manifestantes. Sin embargo, coinciden con las inglesas. Sería fácil desmarcarlas del movimiento de los Indignados. En cambio, hay más elementos que unen estas situaciones entre ellas y con la española: en el sustrato se encuentran la rebeldía ante un Sistema injusto, el malestar por una crisis programada e interminable, y la madurez necesaria para saber que los mecanismos de control: policías, jueces, políticos, etc. se deben al pueblo y no están cumpliendo con su deber.
Yendo más lejos, me atrevería a vincular todos estos movimientos con el que hace unos años puso en jaque a Francia. Entonces, los grupos más marginales se anticiparon a la Historia provocando el caos en los núcleos de población de forma vírica (como en Inglaterra), pero la enérgica respuesta de Sarkozy, la xenofobia generalizada y el tratamiento mediático acabaron con el desplante y lo aislaron de cualquier reivindicación pasada o futura. Al fin y al cabo, sólo se trataba de extranjeros cabreados, musulmanes o negros la mayoría, que expresaban su salvajismo.
Ahora podemos apreciar que no era así, que fueron unos de los primeros en plantarse. Por supuesto, desde este blog no voy a aprobar su manera de manifestarse, pero tampoco la de los británicos en estos momentos. Aunque razón no les falta, en la era de la información globalizada, deberían ser capaces de mirar más allá de su propia ira. Podrían emular el caso de los Indignados españoles. Y, en último término, fijarse en el milagro islandés.
Sólo entonces se despejarán las dudas: este Sistema caníbal no es una excusa abstracta para quejarse de la realidad. Es la propia realidad, montada a favor de los más ricos y poderosos, inspiradora de los medradores, alcistas, especuladores, insolidarios y tramposos que saben que la mentira, el abuso de poder y la falta de escrúpulos son la moneda de cambio para cargarse el planeta, esclavizar a los trabajadores o endeudar a continentes enteros. Todo para que unos pocos blinden su futuro y el de sus familias. Todo porque estas personas están convencidas de que Dios ha muerto y al planeta le quedan cuatro días.
En realidad, se trata de neonazis, sin insignias que les identifique, que financian documentales de cuarta categoría contra la figura de Hitler, que sólo lo hacen porque es una forma más de acojonar al personal con el consabido discurso de los botoncitos de las armas nucleares, Nostradamus, el calendario maya o el Apocalipsis de San Juan. Ahora toca la crisis interminable, porque al fin y al cabo lo que más acojona al mundo en la actualidad es la pobreza.
Desde aquí les digo: señores Rockefeller, Obama, Zapatero, Rajoy, Botín, González... Me gustaría ser un religioso acérrimo sólo para tener la constancia de que ustedes y sus instigadores arderán en el Infierno.
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